miércoles, 27 de abril de 2011

Cuando la música es algo más

La magia nace en el escenario en contadas ocasiones. Surge de las manos ajadas de un músico virtuoso que blande con maestría el contrabajo. El piano y la batería le acompañan en su ritual purificador mientras el público sonríe extasiado y mueve la cabeza al ritmo de un canto sefardí que inunda los corazones de aquéllos que un día fuimos sus convecinos.

El jazz se nutre de todo lo que se cruza en su camino. No distingue negro de blanco, musulmán de judío, latino de flamenco. Todo absolutamente tiene cabida en este lenguaje universal y pocos músicos son capaces de expresarlo como Avishai Cohen. La mezcla homogénea que consigue atrapa desde el primer acorde, desde la primera nota que pulsa en su contrabajo y te lleva de viaje desde Israel hasta Latinoamérica, haciendo escala en España o en algún club de jazz situado en Nueva Orleans, por ello el título de su último disco, Seven Seas (Siete Mares), le viene como anillo al dedo.

En la travesía hay momentos de paz, pero la tempestad te pone repentinamente en alerta y los truenos de la batería tañida por Amir Bresler te sumergen entre olas gigantes hacia un fondo marino plagado de armonías fabricadas por un inspirado Shai Maestro. Mecidos entre enormes cetáceos nos dirigimos hacia nuevos puertos, rescatando marinos que flotan entre los restos de un navío corsario, huyendo del canto de las sirenas, rozando el cielo con el mástil.

Y casi sin darnos cuenta, alcanzamos las costas de Cuba, allí donde el mar se vuelve son y las carnes se menean al ritmo de un tumbao. El concierto toca a su fin pero es momento para la fiesta de despedida. Ulises llegó a su Ítaca.

lunes, 25 de abril de 2011

Gonzalo Rojas. 20-12-1917 / 25-4-2011

CONTRA LA MUERTE

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día
que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada
día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y a siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia otros vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este
mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con
nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para
irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de
cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, por no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan de Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.




Extraído de su libro "No haya corrupción".

miércoles, 20 de abril de 2011

Justicia

El tañido de la campana le hizo salir de su ensimismamiento. La habitación estaba bañada por la penumbra y al levantarse de la cama tropezó con las alpargatas. Fue capaz de mantener el equilibrio. Cuando abrió la ventana el sonido se amplificó y penetró en la pequeña estancia, causándole por unos momentos una confusión total, en la que la luz de la mañana tuvo también parte de responsabilidad, pues sus ojos tardaron en acostumbrarse al impacto de los rayos emitidos con gran fuerza por el Sol.

En cuanto sus pupilas se acomodaron, observó cómo todo el pueblo acudía hacia la plaza. El tío Eustaquio con su boina y su gayata; la tía Felisa de negro enlutado, como siempre, pues perdió a su marido en la guerra del 36; los hijos de la Lupe, que en paz descanse, también se dirigían con sus varas de pastor a la reunión. Nadie permaneció aquella mañana en su casa y el bueno de Chesus no iba a ser menos. Se vistió fugazmente y se presentó enseguida en la plaza.

Cuando el alcalde comprobó que estaban todos, dio orden al alguacil de parar el sonido de la campana. Se encontraba situada, como habréis podido deducir, en lo alto de la torre de la iglesia, sencilla y pequeña, fiel reflejo de la humildad de las gentes que habitaban aquel pueblo. Las casas estaban apiñadas en un diminuto espacio, pero respetaban cierta separación en torno a la iglesia para permitir la existencia de una hermosa plaza. Las montañas rodeaban el valle en cuyo interior se habían establecido hacía mucho tiempo los primeros habitantes del pueblo, en un punto cercano al río, para asegurarse el abastecimiento de agua y la fertilidad de unas tierras duras. Con mucho esfuerzo, habían levantado de la nada una comunidad humilde, pero rica en saberes y convivencia. Sin embargo, la llegada del progreso hizo que muchos se marcharan, viendo los más viejos cómo los más jóvenes partían a buscarse la vida a la ciudad. Por no quedar, no quedaba ni el cura, cuya vivienda había sucumbido al abandono. Ahora acudía al pueblo los domingos por la tarde para celebrar la misa ante tres ancianos. Sólo Chesus, los hijos de la Lupe, que en paz descanse, y la pareja formada por Jacinto y Ainielle, habían decidido mantener con vida el legado de sus padres y abuelos.

Según empezó a decir el alcalde, le había llegado una carta de la capital en la que se anunciaba la construcción de un embalse que iba a afectar a buena parte del valle. Tras la declaración de impacto ambiental, que se encontraba en pleno proceso de estudio, se iba a proceder al inicio de las obras. La presa iba a construirse a unos cinco kilómetros del pueblo, por lo que una vez terminada y haberse procedido a su llenado, el pueblo iba a quedar oculto bajo las aguas. La tía Felisa no aguantó el sofoco y cayó al suelo desmayada. Enseguida Chesus procedió a reanimarla, aunque no sin esfuerzo, pues la mujer era ya muy mayor y no estaba para disgustos de tal calibre. La indignación se dibujó en los rostros de los pocos vecinos que aún quedaban y algunos anunciaron que antes que abandonar el pueblo preferían morir ahogados por las aguas del embalse.

El alcalde pidió calma, pero la pequeña muchedumbre se alzó en pie de guerra contra la decisión de unos pocos que jamás habían visitado su hogar. Seguramente ni se habrían preocupado de contabilizar cuánta gente iba a verse afectada. Era probable que su pueblo no fuera el único privado de vida. Castejón, Valdecillo, Nuei y Busa se hallaban muy cerca y era muy probable que sus vecinos hubieran recibido la misma noticia.

Inmediatamente, los más jóvenes comenzaron a llamar por teléfono a sus vecinos del valle y comprobaron cómo ellos habían sido también advertidos. Se acordó la creación de una asociación entre los pueblos afectados al día siguiente en Valdecillo, donde acudirían los habitantes más jóvenes así como un anciano por pueblo para constituir un comité de sabios. Se redactó un manifiesto para promover la vida en los valles más olvidados del Pirineo, así como un cambio radical en la política de aguas y demandar la redacción de un plan hidrológico justo para todos los habitantes del país. Abogaban por el ahorro, la renovación de regadíos y aplicación de nuevas técnicas, así como el impulso económico de sus valles con algún tipo de actividad respetuosa con la naturaleza, madre de todas las cosas. Era un manifiesto que reflejaba los anhelos de demasiadas gentes que ya habían visto cómo sus pueblos sucumbían al progreso, pero sabían que no las tenían todas consigo.

Había intereses oscuros más allá. El presidente de la empresa constructora del pantano era muy amigo del ministro y le había ayudado en su día a aumentar considerablemente el número de sufragios en favor de su partido. Ahora le tocaba devolverle el favor adjudicándole una obra de gran envergadura, un pantano, por ejemplo. En cualquier sitio, no importa dónde. Mira, como en esta zona queremos aumentar la superficie de regadío y las asociaciones de agricultores llevan años reclamando el pantano, vamos a llevar a cabo su construcción y ésta será para tu empresa.

Mientras tanto, Chesus y los suyos se organizaban para defender lo único que tenían. No querían un piso en la ciudad, como les prometieron los políticos que visitaron a la semana siguiente el pueblo, ni siquiera una casa en una nueva población donde vivirían todos los afectados. Sólo deseaban terminar sus días en el lugar donde habían nacido y que de una vez por todas se tuviera en cuenta su opinión, pues ellos también eran ciudadanos de pleno derecho.

No reblaron y al final los políticos colocaron cargas explosivas en las casas. Acudieron una mañana con excavadoras para derrumbar las viviendas. Amenazaron a los habitantes con hundirlas aun con ellos en su interior. Pero ellos no salieron. Ni ellos ni los de Castejón, Valdecillo, Nuei y Busa. Todos resistieron las palabras obscenas que profirieron los gobernantes desde sus coches oficiales. Las máquinas estaban en marcha y el ruido era insoportable. Habían apagado el canto del abejaruco y el camachuelo. Vencieron al rumor del río que bordeaba el pueblo y al sonido de la lluvia que acariciaba los tejados de pizarra. Dejaron de escucharse los mugidos de las vacas y los balidos de las ovejas. Chesus sintió que todo terminaba. Cerró los ojos y enseguida se vio inmerso en un sueño.

* * *

El tañido de la campana le hizo salir de su ensimismamiento. La habitación estaba bañada por la penumbra y al levantarse de la cama tropezó con las alpargatas. Fue capaz de mantener el equilibrio. Cuando abrió la ventana el sonido se amplificó y penetró en la pequeña estancia, causándole por unos momentos una confusión total, en la que la luz de la mañana tuvo también parte de responsabilidad, pues sus ojos tardaron en acostumbrarse al impacto de los rayos emitidos con gran fuerza por el Sol.

En cuanto sus pupilas se acomodaron, observó cómo todo el pueblo acudía a la plaza. El tío Eustaquio con su boina y su gayata; la tía Felisa de negro enlutado, como siempre, pues perdió a su marido en la guerra del 36; los hijos de la Lupe, que en paz descanse, también se dirigían con sus varas de pastor a la reunión... Nadie permaneció aquella mañana en su casa y el bueno de Chesus no iba a ser menos. Se vistió fugazmente y se presentó enseguida en plaza.

Cuando el alcalde comprobó que estaban todos, dio orden al alguacil de parar el sonido de la campana. Anunció, entre lágrimas de alegría, que el pantano jamás se construiría.

Habían vencido.

domingo, 10 de abril de 2011

domingo, 3 de abril de 2011

Certidumbre

No era cierta. Su mirada no era cierta. Su sonrisa tampoco. Sólo un conjunto de acciones orquestadas, pautadas con antelación en algún oscuro calabozo de Abu Ghraib. Durante el paseo se mostró demasiado amable, demasiado condescendiente respecto a mis palabras. Y todo era mentira. Detrás de su dulzura había una trampa inevitable, un canto de sirena apagado por el sonido eterno de un agua que fluía bajo nuestras pisadas.

El río no era profundo. Caminábamos sobre sus aguas sin llegarnos a mojar los pies en su totalidad. Ella asentía mientras yo le hablaba acerca de mi novela. Buscaba en sus palabras un consejo que me ayudara a salir de mi enquistamiento, pues ya llevaba tres meses en un punto sin retorno.

Pero ella sólo sonreía y decía sí a todas las ideas que rondaban mi cabeza. Solté su mano y empecé a caminar paulatinamente más aprisa hasta que llevé la suficiente velocidad como para considerar que estaba corriendo. Mis pisadas cortaban la uniformidad innata del agua, expandiéndose las ondas como los armónicos de una cuerda al ser pulsada. Giré mi cara para ver si ella me seguía pero mi vista no alcanzaba a verla.

Cuando paré, el agua cubría mis piernas sólo hasta las rodillas pero mi ropa estaba completamente mojada. Decidí quitármela y hundir mi cuerpo en el lecho del río. El agua era pura, podía pintarla de azul en un mapa sin miedo a equivocarme. Cuando sumergí mi cabeza, su voz vino a mis oídos con una claridad total. Entonces supe que ella me amaba.