sábado, 7 de enero de 2012

El misterio de las madalenas

Desconocía el motivo por el que había dejado de comer madalenas (disculpad que no escriba "magdalena", pero por estos lares se dice así y además, "madalena" está admitido por la RAE) hasta hace unos meses y es que todas las que me ofrecían, todas las que compraba, adolecían de un defecto en el que yo no había caído hasta esta mañana mientras desayunaba.

Cuando era pequeño y pasaba los veranos en el pequeño pueblo de El Bayo, devoraba las madalenas que elaboraba cada día el panadero, o incluso las que hacía mi abuela de vez en cuando en el horno del pueblo. Tenían un gusto exquisito, eran jugosas y al mojarlas en la leche ordeñada por Fernando "el Raboso" directamente de las vacas que tenía en el corral, se deshacían en la boca dibujando una sensación esponjosa hasta que atravesaba el paladar y se dirigía por el esófago al estómago para proseguir su recorrido en el aparato digestivo.

Esa sensación no la había conseguido encontrar en ninguna otra madalena. Por mucho que probaba, no me gustaban, no alcanzaban ese cénit, no lograban rescatar esa sensación almacenada en mi subconsciente y que era responsable de que no las degustara como antaño.

Hace pocos meses mi padre empezó a traer bolsas de madalenas elaboradas en una panadería cercana a mi casa, para más señas, en la plaza de la Madalena. Misteriosamente, se terminaban en cuestión de dos o tres días, rompiendo el olvido que hasta entonces condenaba a las docenas de madalenas que comprábamos y que ni tan siquiera era capaz de empezar. Pero estas madalenas tenían algo de lo que no me había percatado hasta hoy: al mojarlas en la leche y ablandarse, adquirían esa textura esponjosa que sin saberlo tanto anhelaba y cuando las masticaba, llenaban mi boca de una sensación jugosa, tierna y dulce. Estaban riquísimas. Volvía a comer madalenas con un placer casi olvidado y esta semana supe por qué.

Al pasar unos días en el pueblo durante estas vacaciones, mi padre compró madalenas en la panadería de El Bayo. Como imaginaréis, se terminaron enseguida. Revivir el sabor de la infancia es como volver a ser niño y más cuando ese sabor todavía permanece en la memoria, aunque condenado en un lugar recóndito del cerebro. Y creo que ahí se encuentra el misterio de por qué devoro en cuestión de segundos las madalenas de la Madalena: porque se asemejan en demasiadas cosas a las que comía de pequeño en El Bayo, las únicas madalenas que hasta ahora para mí eran madalenas.

Y ahora, os ruego me disculpéis, pero he de terminar esta madalena.

miércoles, 4 de enero de 2012

En el camino

Disculpe. Usted. Sí, sí. Usted. No se haga el despistado. Apague eso ahora mismo. ¿Es que no ha visto la señal? Aquí está prohibido encender cualquier tipo de luz. No, no. Las linternas tampoco. Pues no se preocupe. Cuando sus pupilas se hayan dilatado le resultará más sencillo observar cuanto hay a su alrededor. ¿Qué usted nunca ha visto entre la oscuridad? Eso es porque no se ha concentrado lo suficiente. Vamos, ponga un poco de su parte y déme la linterna. Tranquilo, yo se la guardo. No se la voy a confiscar como si fuera usted un niño en el colegio. Ahora, quédese quieto y en silencio. ¿Lo percibe verdad? ¿Percibe ese sonido? Son las ranas que entonan como locas su llamada. Sí, sí. Ese otro sonido fue una lechuza. Veo que va usted aprendiendo. Y sí, ese otro es el cierzo leve que sopla en esta noche y atraviesa las copas de los pinos, haciendo crujir las ramas mas débiles. ¿Comienza usted a ver algo? ¿Sólo las estrellas? Bueno, eso debería ser suficiente guía. En esta época del año y en mitad del campo se ve de maravilla Cassiopea. Es esa constelación con forma de uve doble. Sí, sí. Ésa es. Y un poco más allá, la osa mayor. Si usted toma las dos últimas estrellas y traza una línea recta se topará con la estrella polar. Ahora intente mirar al suelo. Eso es. Veo que va percibiendo los accidentes del terreno. Tiene usted suerte. Esta llanura no tiene apenas elevaciones más allá de los aterrazamientos hechos para aprovechar la tierra y separar los campos. No tiene qué temer. Los animales que aquí viven se irán escondiendo a su paso. Son temerosos de los humanos y no es algo de extrañar. Ahora siga usted caminando en torno a la senda marcada por los agricultores y los rebaños. Por ahí, sí. Ya es capaz de ver en la noche, ¿verdad? No se preocupe, es mi trabajo. No sé quién soy, pero siempre he andado por los caminos socorriendo a aquéllos que se han perdido. ¿Edad? No sé qué es eso. Siempre he vivido aquí. Desde que tengo uso de razón me he dedicado a lo mismo. ¿Familia? Que yo sepa, no. No. Eso tampoco. Bueno, venga, deje de hacerme preguntas que ya he hecho bastante con ayudarle. Ahora, lárguese.