domingo, 31 de julio de 2011

Penumbra azul

Quédate ahí. La luz que emana de tus labios se ve desde mi posición. Tal vez crees que no iluminan, pero la noche se rompe atravesada por el rayo. En el río quedan peces por contar, criaturas maravillosas que se amontonan en la orilla, atraídas por tu presencia. Eres luz de estío, calor mestizo, ojos de pan. Sueñas y me haces soñar contigo, juegas con fuego empedernido sobre un abismo de paz.
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domingo, 17 de julio de 2011

París III. Le repas.

Ella sonreía cuando él traspasó por primera vez el umbral de su puerta. Le había preparado una copiosa cena sobre una mesa con velas y servilletas de lino. En realidad sólo esperaba terminar para que por fin la devorase, daba igual en una cama o en el suelo. Sólo quería ser saboreada por él, que su aroma llegase a lo más profundo de su paladar. Tanto trabajo era una mera imagen para seducirle, pues a los hombres es fácil entrarnos por los ojos y el estómago.

Primero fue el típico saludo cortés, dos besos en las mejillas y triviales preguntas sobre sus respectivos trabajos. Se quitó la chaqueta, la posó en el sofá y alabó el atrezo preparado por ella. Todo aquéllo era mucho más de lo que merecía, dijo, pero le agradecía el incalculable esfuerzo. Antes de sentarse, ella abrió la botella de Moët Chandon que él trajo consigo, llenó dos copas con cuidado y brindaron por la velada que estaban a punto de comenzar.

Durante la cena hubo miradas cómplices, sonrisas robadas, caricias contenidas y charlas distendidas. Sin embargo, ninguno osó dar el primer paso. Los minutos pasaban y el reloj de pared marcó las once menos cuarto cuando ella se levantó para ir a por el sufflé que guardaba en la nevera. Él se quedó contemplando su culo ensimismado mientras abría la puerta del frigorífico. Ella notó su mirada y perdió un poco más de tiempo buscando entre botellas, lechugas y yogures el postre que con tanto amor había preparado. Le gustaba sentirse observada por él y aprovechó la situación para sacar algo de ventaja. Cuando se dio la vuelta con el sufflé en sus manos, el sonrió al percatarse de que le habían pillado y se ruborizó.

Tomaron cada uno un buen trozo de tarta, cruzándose miradas fugaces carentes de maldad. Charlaron acerca de la última exposición sobre Manet en el museo de Orsay, pues a ambos les entusiasmaba el arte. La conversación fue breve. Él tomó con una cucharilla el pezón izquierdo de ella. Lo llevó a su boca. No dejó ni uno solo de sus cabellos.

martes, 12 de julio de 2011

Recuerdos

A veces, por un motivo totalmente fortuito como esta noche ventosa, vienen a la mente palabras escritas hace años, versos tejidos en una velada como la de hoy, cuando las nubes copan el cielo de Zaragoza. Me apetece compartir estas palabras, porque me ha hecho mucha ilusión encontrarlas después de tanto tiempo.

Cuando no tengas más techo
que el del cielo encabritado
cuando la lluvia y su velo
te arrastren torrente abajo
si derramas en su lecho
una pizca de tu miedo
cuando amaine la tormenta
no será más que un recuerdo.

Cuando el rayo incandescente
atraviese el aguacero
cuando el trueno te desvele
llevándose tu silencio
si tus lágrimas te duelen
más allá de tus adentros
cuando amaine la tormenta
no serán más que un recuerdo.

Cuando la luz te ilumine
dejando el cielo entrabierto
cuando el sol que te describe
decida venir de nuevo
ya no habrá más sombras tristes
ni relámpagos ni truenos
la tormenta que viviste
no será más que un recuerdo.

sábado, 9 de julio de 2011

París II. Ne me quitte pas

Bajó las escaleras con paso firme. El andén estaba casi vacío, la hora punta pasó hace un rato y la gente ya había llegado a sus trabajos. Faltaban tres minutos para la llegada del próximo metro y decidió sentarse en una de las sillas que quedaban libres junto a la máquina de refrescos. Los ladrillos que recubrían la estación de Belleville brillaban debido al efecto producido por los fluorescentes que iluminaban el recinto. Varios anuncios de una nueva película empapelaban los fragmentos de muro dedicados a una publicidad que se repetía en cada pasillo y cada estación. Al mes que viene volverían a cambiar para reflejar nuevos rostros perfectos y eslóganes pegadizos para mentes que vienen y van de una punta a otra de París.

Allí sentado observaba en el otro andén a un grupo de chicas rubias y espigadas. Serán suecas, pensó, o alemanas. Se quedaría con la duda. El tren le privó de la visión y se las llevó para siempre. Decidió liarse un cigarrillo. Aún tenía dos minutos para llevar a cabo su obra de artesanía. Amasó un poco de tabaco, lo distribuyó cuidadosamente sobre el papel, colocó el filtro en su sitio y lo enrolló con una maestría suprema. Todavía quedaba un minuto para la llegada de su tren, pero justo entonces alguien se sentó a su lado.

Parecía un tipo extraño. Gabardina gris en pleno mes de julio, sombrero a juego y zapatos de piel para completar el conjunto. Escribía a toda velocidad un mensaje en su blackberry mientras dirigía miradas repentinas a uno y otro lado. Parecía inquieto por algún extraño motivo. El chico le miraba disimuladamente, haciendo como que jugaba con el cigarrillo que acababa de liar, pero pendiente en todo momento de los curiosos movimientos del sujeto. De repente se levantó y comenzó a caminar hacia una de las salidas. No se lo pensó dos veces: él también se puso de pie tras sus pasos. Avanzó por un pasillo hacia unas escaleras mecánicas que subió a gran velocidad. Encaró las puertas que rezaban sortie y ascendió los peldaños hacia la rue Belleville. Varias personas comerciaban con hachís en un portal, mientras otros cantaban animados unos versos de Brassens que hacía tiempo no se oían en las calles. Dejaron atrás terrazas de bistros, señoras negras vestidas con ropajes anchos y coloridos que discutían amistosamente en las aceras y un grupo de jóvenes que escuchaban a los Têtes raides en un viejo reproductor de cassettes.

Llegaron a una puerta gris, precedida de unos escalones sobre los que un hombre harapiento tañía con pasión una guitarra, dejando escapar por su boca el "Ne me quitte pas" más desgarrador que jamás hubiera nadie oído. El tipo de la gabardina quedó quieto frente a él, observando su ejecución, enjugándose las lágrimas con un pañuelo blanco que extrajo del bolsillo derecho de su chaqueta. El joven ya no sabía qué pensar. Creyó ver en él a un matón sin escrúpulos huyendo de la autoridad, pero ahora se mostraba con un ser sentimental emocionado ante la canción más triste jamás creada.

Extrajo una pistola de su gabardina y mató de un disparo en la sien al cantante. Huyó corriendo a toda velocidad entre las callejuelas sin dar opción a ser perseguido. El joven lo intentó, pero al llegar al mirador situado al final de la rue Piat, consideró que era imposible cogerle.

Las sirenas de la policía no tardaron en llegar a sus oídos, pero él ya estaba sentado en una de las columnas que corona el parque de Belleville, contemplando ensimismado el perfil de su ciudad hermosa y dura. Sacó la guitarra de su funda para cantar después de mucho tiempo aquella canción de Brel que le había costado la vida al mendigo.



viernes, 8 de julio de 2011

París I.

A veces ocurren cosas tan maravillosas como que un tipo con peces en la cabeza y nariz de payaso, aparezca repentinamente a tu lado haciendo malabares.

Reflexión estival

Me asusta escuchar a gente que se cree portadora de la verdad. Se llenan sus bocas con soflamas dogmáticas que tratan de imponer al resto unos principios perdidos en el abismo de los tiempos, en la ignorancia de un pueblo que poco a poco despierta y lucha por quitarse las cadenas impuestas por aquellos que siempre han ostentado el poder. Creen que por seguir a uno u otro dios poseen más razón que aquellos que no seguimos los mensajes creados en torno a entes cuya existencia jamás será demostrada. Nos dicen que existen porque así siempre ha sido y nos piden que seamos nosotros los que demostremos su inexistencia. Ese no es un argumento válido. Lo necesario es comprobar de forma racional su realidad.

Es obvio que la fe es ciega, pero soy de los que deben ver para creer, como le ocurrió a Santo Tomás (Jn 20, 24) según cuentan los antiguos textos bíblicos. Simples historias que han sido alteradas a placer a través de los tiempos, escritas por personajes que jamás conocieron a aquél de quien hablan, elegidas porque sí entre otras muchas biografías de un personaje llamado Jesús de Nazaret, cuyos actos se perdieron hace casi dos milenios, violados por el fanatismo de gentes que creyeron ver en él una salvación imposible en un momento histórico de gran inestabilidad, cuando los cimientos de la potencia hegemónica en el Mediterráneo empezaban a tambalearse. Entonces se adueñaron de las mentes de unos ciudadanos que hasta entonces habían adoptado creencias de los pueblos dominados, mezclando cultos, posibilitando el diálogo entre creencias, para pasar a un tiempo de intolerancia, pues los dogmas imposibilitan el entendimiento entre sus seguidores y sus detractores, ya que estos primeros son incapaces de ver más allá.

Después llegó el Islam y con él un nuevo motivo de enfrentamiento entre los dos polos del mundo conocido. La nueva religión monoteísta se expandió como una exhalación a lo ancho de la península arábiga, el norte de África y el reino visigodo de Hispania. Entonces surgió la diatriba entre ambos cultos, cristiano y musulmán, llegando a unas cotas de violencia absoluta en las Cruzadas, o en épicas batallas como Lepanto. Ambas religiones llevaron a un enfrentamiento irresoluto siglos después, en un mundo cada vez más comunicado, variado y tolerante, pues cada vez somos más los ciudadanos que vemos necesario respetar la opción de cada uno, sin importarnos ver un crucifijo colgado al cuello, un pañuelo cubriendo un cabello femenino o una kipá sobre la testa de un judío o directamente, nada. La religión debe permanecer en el interior de cada uno, y cada uno debe respetar las leyes políticas que se hacen para todos, compartan o no los principios de sus respectivas religiones, pues es necesario un equilibrio democrático y tolerante entre todos, creamos o no en algo superior a nuestra realidad. Los únicos principios reales son los establecidos por el hombre y para el hombre, aquéllos que sólo tienen en cuenta la realidad del día a día y no la del más allá.

Con los pies en la tierra, admiro cada parte de mi planeta, defiendo los derechos de los ciudadanos que ven cómo se recortan sus posibilidades de supervivencia en un mundo manejado por el dinero, pues es ahí donde reside el principal problema de nuestro mundo. Lo demás es secundario. Necesitamos comer y trabajar para sobrevivir. Necesitamos un sueldo digno para mantenernos siempre en pie y alerta para combatir a aquellos que traten de destruir nuestro estado de bienestar, nuestro mínimo equilibrio. Si no, entramos en el riesgo de volver a ser ovejas de un rebaño dirigido por un señor con mitra y báculo, o de otro blandiendo el Corán, de levantar hogueras para quemar a quien no piense como nosotros o no crea que más allá hay una vida eterna de goce.

Yo no quiero esa vida maravillosa en otro mundo cuya existencia desconozco.

Quiero esa vida en éste.