lunes, 31 de diciembre de 2012

Nocturno nº 2

Ya no recordaba cómo sonaba el piano afinado, pues hacía años que había sido revisado por última vez. Sus dedos seguían ágiles pese a la edad, pero el sonido nada tenía que ver con lo escrito en las partituras. Él se esforzaba en cumplir con los matices marcados, en imprimir el carácter que el compositor dictó en su día para que su obra no perdiera ni un ápice de intencionalidad. Al fin y al cabo, la música es el idioma de los sentimientos y él, el viejo Friedrich Szpilman, que había recorrido el mundo una y mil veces, siempre fue capaz de transmitir las más profundas inquietudes a las más diversas audiencias, que le escuchaban atentas y conmovidas ante su despliegue técnico y expresivo.

Las llamadas le llovían hasta el punto que hubo de contratar un representante. Su vida estaba llena de aeropuertos, estaciones de tren, taxis, pero sobre todo, salas de conciertos. Había recorrido las más importantes del planeta y otras no tan importantes pero igualmente cálidas. En su currículum figuraban actuaciones junto a la Filarmónica de Berlín, la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam o la Filarmónica de Chicago, haciéndose la lista inacabable, inabarcable. Cada día olía nuevas flores regaladas tras el recital; los aplausos de la audiencia entregada atronaban en sus oídos, provocándole más de una vez lágrimas de felicidad por ser capaz de hacer llegar su sensibilidad en cada concierto pese al cansancio acumulado por el jetlag.

Friedrich tenía además un alma gemela inseparable, su esposa Agnes, una mujer maravillosa capaz de hacerle olvidar por un momento la música, la vida, incluso la muerte. Cuando veía su sonrisa en el palco antes de comenzar a percutir las teclas del piano, se creía capaz de todo, de interpretar en ese momento cualquier preludio de Rachmaninoff, cualquier concierto de Brahms o cualquier sonata de Beethoven. Ella era la fuerza necesaria para que el mundo girase y el Sol saliera cada mañana. Y al igual que ella era su vida, cuando murió todo terminó repentinamente. Fue durante un concierto en la Ópera de París. Tañó la última cadencia del Nocturno nº2 de Chopin, pieza que aquel día había elegido como bis, delicada y luminosa como pocas, y al contemplar el palco en el que Agnes debía estar sentada se dio cuenta de que había un hueco en su lugar. Rápidamente salió del escenario, ella nunca se marcharía antes de terminar, pensó, ella permanece atenta hasta el último compás, hasta la última nota, hasta que mi vista se levanta del teclado, suspiro y miro al público diciéndoles con mis ojos que todo ha terminado.

Dejó al respetable plantado. La gente seguía aplaudiendo, reclamando su presencia una vez más. Deseaban un saludo, un gesto de agradecimiento, pero Friedrich fue corriendo al camerino, exigiendo explicaciones a Hans, su representante. Éste le anunció que Agnes había sufrido un desmayo durante el concierto y habían decidido trasladarla al hospital debido a que no terminaba de reponerse tras el susto. Friedrich salió corriendo del auditorio y tomó el primer taxi camino del hospital Lariboisiere, próximo a la Gare du Nord. Atravesaron la rue La Fayette a gran velocidad, pues apenas había tráfico, comprendiendo el taxista la prisa que su cliente tenía por llegar. Una vez allí desembarcó enseguida en la unidad de cuidados intensivos, donde el doctor Aubrun le informó de que Agnes había sufrido un derrame cerebral sin que hubieran podido hacer nada por ella.

Todo se ennegreció. Friedrich cerró los ojos y se sintió caer por un abismo de dolor hacia la soledad más absoluta. En un primer momento no creyó la noticia, pero conforme pasaban los minutos se sentía incapaz de despertar de la pesadilla, sumido en un estanque de lágrimas y desesperación. Hans, su representante, llegó enseguida y trató de calmarle, pero la tristeza de Friedrich no tendría ya cura, ni entonces ni pasados los días. Decidió dar sepultura a su amada en el cementerio del Père Lachaise, en un lugar junto a otro Friedrich, Chopin, aunque en realidad era él, el propio Friedrich Szpilman, el mejor pianista del momento, quien iba a yacer para siempre bajo la tierra del camposanto parisino.

A pesar de sus intentos por volver a los escenarios, había perdido la capacidad de transmitir al público sus sentimientos. Las críticas en los periódicos de todo el mundo pasaron de ser alabanzas a dardos envenenados que no hacían sino mermar sus ganas de seguir con la vida que había llevado hasta entonces. Fue en aquel tiempo cuando durante una revisión médica, le fue detectada una incipiente sordera en ambos oídos que en pocos meses le dejó como una tapia. Dejó de percibir los sonidos que hasta entonces le habían inspirado, convirtiéndose en un zumbido constante que le martilleaba el cerebro con la intensidad de un viento huracanado.

Así, poco a poco, quedó encerrado en su propia burbuja, aislado del mundo y de la vida. Sus amigos, si es que alguna vez los tuvo, le abandonaron como se deja morir a un perro viejo. Su representante buscó otros jóvenes talentos a los que exprimir y Friedrich perdió poco a poco su dinero, estafado por la misma persona en la que tanto había confiado. Tan pobre quedó, que no podía pagar la revisión anual de su estupendo piano, por lo que las notas ya no eran notas sino quejidos amargos. Claro que, pensaba él, da igual que las cuerdas estén bien temperadas, pues estoy más sordo que Beethoven. Aunque pensaba en el célebre compositor alemán, en los éxitos cosechados pese a su sordera, Friedrich no quería saber nada de volver a actuar. Cada vez que se imaginaba en un escenario, terminaba de tocar el Nocturno nº 2 de Chopin, alzaba la vista al palco de invitados y veía el sitio vacío de Agnes. Entonces todo volvía a comenzar, recreando en su mente los peores momentos de su vida. 

Viejo y ajado por el tiempo, Friedrich decidió partir una noche mientras en su cabeza sonaban una vez más los acordes deliciosos de su tocayo polaco, feliz pese a todo. Nadie le echó de menos. 

viernes, 14 de diciembre de 2012

El Golpe

-¡Quieto todo el mundo!

El joven irrumpió en el hemiciclo cuando el presidente se hallaba compareciendo acerca de los presupuestos a aprobar para el próximo ejercicio. Estaba tratando en ese momento los recortes producidos en materia social, dejando a un mayor número de personas en situación de absoluta desprotección frente a la exclusión. Se quedó con la boca abierta y la mirada completamente petrificada mientras observaba cómo el joven, pistola en mano, apuntaba hacia el techo y lanzaba tres disparos al aire que produjeron la caída de algunos casquetes de yeso sobre los diputados. Ninguno de los presentes quedaba sentado en su sillón, pues se habían precipitado bajo los escaños, sólo entresacando la cabeza para ver qué pasaba abajo, en la tribuna de oradores. Allí, el presidente había cambiado súbitamente su posición para quedarse hecho un ovillo bajo el estrado, mientras el joven golpista subía los peldaños y apuntaba amenazante al jefe del gobierno. Tomó el micrófono en ese instante y comenzó su discurso:

-Señor presidente, señores y señoras ministros, señores y señoras diputados, no se asusten. Soy un simple ciudadano que ha decidido junto a otros muchos ciudadanos presentarse en este lugar para poner los puntos sobre las íes, para decirles que no soportamos más la presión a la que no están sometiendo, la miseria hacia la que están llevando a su pueblo mientras unos pocos aumentan notablemente sus riquezas al tiempo que llevan sus cuentas bancarias a paraísos fiscales que nadie se atreve a intervenir. Ustedes, que fueron elegidos porque realizaron una serie de promesas -y esto va especialmente dirigido a los miembros del gobierno- han traicionado la confianza depositada por millones de ciudadanos que les votaron pensando que su calidad de vida mejoraría cuando no ha hecho sino empeorar. Ustedes están destruyendo un estado del bienestar que ha costado mucho tiempo construir, ¿es que ya no recuerdan la situación de Europa tras la Segunda Guerra Mundial?, ¿es que nunca han leído acerca de la miseria vivida en los años treinta y las ansias de cambio tras la derrota del nazismo? ¿Desconocen ustedes que la existencia de un sistema de seguridad social universal permitió la reducción a la nada de unos índices de miseria altísimos en nuestros continente que ahogaban las posibilidades de supervivencia del grueso de la población? Está claro que no tienen ni la más remota idea de nuestra historia y por ello están cometiendo los mismos errores que nuestros antepasados más cercanos. Creyeron que la plena libertad de los mercados haría crecer eternamente la riqueza, creyeron firmemente en los dogmas del neoliberalismo como quien cree en los dogmas de una religión. Dejaron hacer a los bancos y las empresas, dejaron que especularan con lo que jamás debieron especular y ustedes se aprovecharon de todo ello. Son irremediablemente cómplices porque no hay más que echar un vistazo al listado de ex-ministros y ex-presidentes que copan las cúpulas de la grandes empresas energéticas de nuestro país o incluso en el extranjero. Han olvidado el verdadero significado de la política, que es trabajar para el bien del ciudadano y no para el suyo propio. Han traicionado los valores de la democracia y por ello estamos hoy aquí, para dictarles unas reformas en base a las necesidades de la ciudadanía, en base al crecimiento acompañado de desarrollo y no sólo de enriquecimiento. Se trata de una legislación estricta que separe de verdad los poderes en nuestro país, una nueva constitución que permita al pueblo ser soberano de sí mismo y no súbdito de los mercados, esos entes que tienen nombres y apellidos aunque a ustedes les produzca pavor mencionarlos. 

Nos acusarán de simplistas, de populistas, de irrealistas, pero la realidad es que ustedes se han visto superados por su propia incompetencia y ya es hora de que los ciudadanos seamos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos. Desde hoy queda disuelto este parlamento por orden ciudadana. Nos dirán que esto no es legal, pero tampoco es legal dejarnos sin derechos y empobrecernos a marchas forzadas. Les recuerdo que el Estado se basa en un pacto mediante el cual nosotros acatamos las leyes a cambio de unos derechos y si esos derechos nos son arrebatados, ustedes no tienen legitimidad para obligarnos a cumplir las leyes. Hoy es un día histórico porque al fin el pueblo soberano de sí mismo viene a su casa, que es este parlamento, donde apenas quedan verdaderos representantes. 

Convocamos elecciones a cortes constituyentes para redactar una nueva carta magna que blinde de verdad nuestros derechos y no esta pantomima que aprobaron hace unas décadas. Presentamos también una reforma de la ley electoral para que cada voto, sea emitido desde donde sea, valga lo mismo a la hora del escrutinio, una reforma que permita al ciudadano votar a una persona y no a una lista dictada por los órganos de los partidos, pues deseamos que los políticos se desvivan por el ciudadano y no por su partido. Los escaños habrá que ganarlos en la calle y no en sus sedes, donde sólo se respira competencia entre compañeros por alcanzar el poder.

Se trata del primero de muchos pasos, por supuesto, pero somos conscientes de que para cambiar este país, para cambiar este modelo, necesitamos empezar por los cimientos sobre los que se asienta. Anhelamos una nación de la que sentirnos orgullosos, una nación que nos acoja como hijos y no que nos obligue a partir al extranjero para tratar de ganarnos la vida, una nación llevada por gente honrada que rinda sus cuentas ante los ciudadanos y que gobierne por y para ellos. 

Por ello, les exhorto en mi nombre y en el de toda la ciudadanía a cambiar el rumbo. Les pido disculpas por los métodos que he tomado hoy, pero está claro que inundar las calles cada semana no parece suficiente. A veces hay que usar métodos expeditivos para ser escuchado y está claro que a ustedes hay que hacerles bajar de la burbuja en la que están instalados para que vean la realidad de su ciudadanía, una ciudadanía que pierde sus casas, sus trabajos y sus sueños, una ciudadanía que cada día tiene menos que llevarse a la boca. 

Ahora son ustedes los que deben recoger el guante. 

No se preocupen, ya me marcho. Pueden seguir discutiendo sobre quién lo hizo peor mientras estaba en el gobierno, sobre cómo privatizar el sistema sanitario para otorgar su explotación a algún amigo o sobre cómo poner más zancadillas a la comunidad de un país que necesita ayuda urgente. Si no cambian el rumbo, les advierto que el hambre dará lugar a revueltas y revoluciones, así que ustedes verán hacia dónde dirigen sus pasos. 

Me voy, pero espero dejar en ustedes la profunda huella de una ciudadanía harta.


En ese instante, lanzó una mirada de lástima al presidente, que seguía presa del pánico. En el fondo son una cuadrilla de cobardes, pensó, en cuanto oyen dos disparos te aprueban cualquier propuesta de ley que presentes. Hay que ver...

sábado, 24 de noviembre de 2012

Christian Scott. (La música)

Hay músicos que no necesitan cantar para recitar un poema. Solamente precisan de su capacidad para prensar la tecla adecuada, la nota precisa para transmitir un mensaje conciso de tristeza o de amor, de indignación o de lucha. La magia de la música reside a menudo en la proeza de plasmar en una combinación de notas, arpegios, silencios y ritmos el llanto amargo más desgarrador o la felicidad más plena que otorga la confianza ante la certeza del amor verdadero. La música no sólo consiste en tocar sino principalmente en transmitir algo a quien escucha, en establecer el nexo para despertar la empatía en la audiencia. Y a menudo también la música consiste en ir más allá, en adentrarse en las raíces más profundas de tus ancestros para extraer el espíritu de lo que somos y de aquello a lo que aspiramos. Es necesario sobrepasar los patrones marcados, eso sí, sin violarlos, siendo conscientes de dónde venimos para establecer el lugar hacia el que vamos. 

En un mundo en el que estamos cansados de escuchar siempre las mismas canciones, las mismas armonías, las mismas letras estúpidas carentes de trascendencia, es necesario prestar atención a quien tiene claro lo que quiere decir y además, sabe cómo hacerlo. Plasmar el dolor ante la pérdida de todo cuanto tienes debido a la acción violenta y poderosa de la naturaleza, ante el desamparo más atroz en el que se vieron inmersas miles de personas tras la catástrofe causada por el Katrina en Nueva Orleans allá por 2005, supone un ejercicio de estudio profundo para ser capaz de expresar con una trompeta los gritos y las ansias por encontrar un futuro mejor. Calcular la cantidad precisa de aire, el intervalo más adecuado, la figura rítmica más apropiada sobre un colchón armónico tan sobrecogedor, conlleva una enorme técnica y un conocimiento privilegiado del instrumento, en este caso una trompeta.

Christian Scott es el intérprete más brillante de la actual generación de músicos provenientes de Nueva Orleans, cuna del jazz, y anoche tuve la oportunidad de verlo por segunda vez en Zaragoza. Si sus discos son deliciosos, los directos acongojan y despiertan la admiración ante el inmanente sentido musical de este tipo. Me costará recuperarme de este concierto, porque pocas veces había experimentado tantísimas sensaciones encontradas en tan corto espacio de tiempo.

martes, 13 de noviembre de 2012

La crisis que nos consume

O llegó abatida a clase. Sus ojos ojerosos trataban de esconder un llanto que debió de prolongarse desde que hacía unas horas le habían comunicado en su empresa la temida noticia. Esas tres letras tan terribles y tan comunes en nuestro país desde hace cuatro años y más todavía tras la última reforma laboral fueron las que llegaron a los oídos de O de una manera personificada: ERE. La seguridad con la que me dijo estas palabras me impactó, pues nunca antes alguien había tenido el valor de reconocer ante mí esta terrible situación con tan poco tiempo para asimilarla.

O llevaba varios meses haciendo horas extra sin parar, muchas de ellas de forma gratuita ya que su empresa no pasaba por el mejor momento. Cuando las cobraba, se alegraba y cuando no, no protestaba, limitándose a cumplir con su cometido ante el miedo a perder su preciado puesto de trabajo. Así llevaba un tiempo guardando dinero para comprarse una batería, pues cuando viene a clase es lo que más le gusta tocar y tenía muchas ganas de estudiar al fin decentemente en su casa para traer las lecciones mejor preparadas. Para mí las personas como O tienen mucho mérito, pues han tenido siempre la inquietud por aprender a tocar un instrumento pero no han visto la oportunidad de realizar sus ilusiones hasta que han sido personas adultas y maduras. Ver esa curiosidad y esas ganas por aprender en ellos me provoca sacar lo mejor de mí como profesor, más todavía teniendo en cuenta que a pesar de no tener mucho tiempo de estudio, el poco del que disponen lo aprovechan al máximo. 

O era el otro día un mar de dudas, un océano de incertidumbres. No sabía qué iba a ser de ella ni durante cuánto tiempo iba a estar sin trabajo. No sabía si podría seguir pagando en unos meses las clases, ante lo cual se hizo un nudo en su garganta, pues a O le encanta la música y le fascina tocar tanto o más que a un profesional, aunque su técnica no sea la mejor, ni su tiempo de estudio sea el suficiente. Lo importante en todo esto es sentirse feliz y completa mientras percute la superficie de la caja o cuando pisa con fuerza el pedal del bombo. A veces le cuesta mantener el tempo, o se atasca a la hora de leer el ejercicio, pero la ilusión con la que sale de clase tras haber resuelto los problemas es una recompensa más que suficiente tanto para ella como para mí.

Me dolería mucho perder otro alumno por el maldito paro -el anterior fue V, quien tuvo que dejar las clases a mitad del pasado curso-, pues esta crisis que cada día se agudiza nos está fagocitando como personas, como seres humanos, haciendo de nosotros zombis que caminan sin saber muy bien hacia dónde dirigir sus pasos, capaces de aceptar cualquier empleo en unas condiciones terribles, inimaginables hace apenas cinco años. No quiero que ninguno de mis alumnos se vea obligado a dejar las clases por no tener dinero para pagarlas. Prefiero cualquier otro motivo, pero éste, nunca más.

jueves, 25 de octubre de 2012

Los amantes

Él sólo sabía escribir los más bellos poemas cuando ella se hallaba lejos, por eso sufría en la cercanía pero era feliz en la distancia, pues entonces era capaz de tejer las palabras como si fueran hebras de fino hilo, trazando con paso lento pero firme la historia de su corazón. No quería contarle a ella su problema, aunque él tampoco lo consideraba como tal, más bien una pequeña maldición que algún augur juguetón le había introducido al nacer, como por arte de magia. No obstante, cuando estaban juntos, disfrutaba de su presencia hasta las últimas consecuencias, sabía que tarde o pronto volvería a partir, pues su trabajo le obligaba a estar continuamente viajando, lo cual le permitía a él centrarse en su obra, una obra que estaba completamente dedicada a ella, aunque eso fuera un secreto pactado tácitamente entre ambos para que las amantes esporádicas a las que conocía en la ausencia de su amada, creyeran que esas palabras estaban escritas mientras él las imaginaba desnudas, jadeantes después de hacer el amor. Él tampoco era tonto y ella comprendía sus escarceos como una debilidad incontrolable causada por su maldición. No obstante, era consciente de que su amor por él era real e infinito y se sentía incapaz de acostarse con otro hombre pese a que su belleza le hubiera permitido llevarse a la cama a quien quisiera. A pesar de ello, mantenía siempre la cabeza fría y el corazón a resguardo para que un pequeño calentón no le llevara a hacer algo de lo que se hubiera arrepentido. 

Ella era feliz así, o al menos eso creía. El día que encontró aquel poema en su buzón y lo leyó no le importó el aspecto de la persona que lo hubiera escrito. Pasaban los días y cada vez que se disponía a coger las cartas, entre los sobres de facturas -nadie escribe cartas ya, maldito correo, pensaba-, aparecía un papel con un poema, generalmente un soneto. Sus ojos acariciaban el papel en los cuartetos, pero al llegar a los tercetos su corazón había saltado del pecho y esparcido la sangre por todo el cuerpo, saliéndose del aparto circulatorio. Estaba enamorada a la par que intrigada ante tan misterioso personaje. 

Así fue hasta el día en que él decidió invitarla a cenar en un soneto que incluía la hora y el lugar de la cita de un modo muy ingenioso que a ella no le costó descifrar, así que se presentó ahí esa misma noche, en un restaurante pequeño e íntimo no lejos de su casa. Lo había imaginado de mil maneras: gordo, flaco, con bigote, con barba, cejijunto, calvo, melenudo, joven, viejo, risueño, ojeroso... No sabía ya qué pensar ni si llorar o reír, pero en ese instante lo tenía delante y lo cierto es que no lo había pensado tan bello, con su aire bohemio, sus gafas pequeñas y nariz respingona; sus ojos achinados, barba de tres días y labios estrechos. El conjunto era hermoso, aunque ella ya estaba predispuesta a enamorarse y nadie le iba a amargar ese sueño. 

Él estaba tranquilo, atusando su barba y nervioso ante la reacción de su amada. Nunca había hablado con ella ni sabía su nombre, pero que ella hubiese aceptado la invitación dejaba claro que el amor existía. Pidieron el primer plato, las miradas se esquivaban mas cuando se cruzaban, dibujaban en sus labios una sonrisa de timidez. Hablaban poco, y cuando lo hacían no podían disimular el temblor nervioso que atenazaba sus músculos. En alguna ocasión estuvieron a punto de llevarse el tenedor a la oreja pues aunque no lo crean, resulta difícil comer cuando la sangre brota del corazón a velocidades que romperían la barrera del sonido. Si a esto le añadimos las dos botellas de vino que tomaron durante la velada, imaginen el resultado final. Sí, amanecieron juntos y completamente desnudos en algún lugar de la ciudad.

Habían pasado los años y el amor seguía plenamente vivo. Él seguía con sus poemas y sus escarceos y ella, feliz, aunque sometida a una fidelidad absoluta. Siempre había pensado que era el precio a pagar por su inconmensurable belleza, yacer solamente con un hombre en su vida pero durante toda su vida. Hasta ese momento había pensado así pero cuando aparecen las dudas acerca de unas ideas que parecían yacer sobre cimientos de hormigón, todo se tambalea como sacudido por un terrible terremoto.

Ya no lo veía todo tan claro y por primera vez en su vida sabía lo que eran los celos. Esa sensación horrible que estruja el estómago sin remedio, pues cuando crees haberla olvidado, regresa con más fuerza, llevándose consigo hasta la última de tus fuerzas. Entonces se descubría hecha un nudo entre las sábanas del hotel que debía ocupar aquella noche, imaginándolo con otra en su propia cama. El sueño se difuminaba y se dirigía al aeropuerto completamente desvelada, con unas ojeras que copaban sus mejillas. Al bajar del avión estaba él esperándole con su aire bohemio, sus gafas pequeñas y nariz respingona, pero ella le miraba de una manera diferente. Ya no le llenaban sus sonetos ni disfrutaba haciendo el amor como antes. Ahora lo veía como un ser egoísta, como un poeta más que se afanaba únicamente en conseguir la perfección de sus versos sin importarle tener que follarse a cinco o seis fulanas mientras ella estaba de viaje. Ella nunca le había dicho que conservaba su trabajo sólo para que él pudiera seguir escribiendo, pero ya estaba harta de todo. 

Desde ese momento sería ella misma, cumpliría los sueños a los que había renunciado por él, por pasar su vida junto a él. Se dio cuenta de que nada ni nadie tenía derecho a decidir sobre su existencia y desde ese instante comenzó a volar rumbo a una nueva ciudad en la que vivir. 

Meses después se enteró mediante un diario digital de que él se había quitado la vida lanzándose desde un puente al río Ebro. Habían hallado su cuerpo gracias a un montón de hojas de papel que habían quedado encalladas entre unos juncos a orillas del río. La tinta de los poemas se había corrido debido a la acción del agua y su cadáver se encontraba boca abajo, vestido con una gabardina y un traje gris. Ella casi lo había logrado olvidar y en aquel instante sintió lástima por ese pobre poeta que un día la enamoró. A pesar de la trágica muerte no derramó ni una lágrima, sino que sintió alivio al pensar que de haber seguido con él, posiblemente ella hubiera terminado así, muerta por suicidio. Cerró el explorador de internet, apagó el ordenador, leyó el último poema que él le había dedicado y se quedó dormida para no despertar jamás.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Albada



Adiós a los que se quedan
y a los que se van también
Adiós a Huesca y provincia
a Zaragoza y Teruel

Esta es la albada del viento
la albada del que se fue
que quiso volver un día
pero eso no pudo ser

Las albadas de mi tierra
se entonan por la mañana
para animar a las gentes
a comenzar la jornada

Arriba los compañeros
que ya ha llegado la hora
de tener en nuestras manos
lo que nos quitan de fuera

Esta albada que yo canto
es una albada guerrera
que lucha por que regresen
los que dejaron su tierra

José Antonio Labordeta falleció el 19 de septiembre de 2010, hace hoy dos años, pero su recuerdo permanecerá vivo siempre en la memoria de muchos aragoneses que amamos profundamente nuestra tierra. Parece mentira que estas canciones, escritas ya hace tres décadas, estén todavía de absoluta actualidad. Nos queda un largo camino por recorrer.

martes, 11 de septiembre de 2012

Hashima

Hola a todos:

No suelo utilizar este espacio para la promoción individual, pero que esta vez, creo que la ocasión lo merece. El pasado mes de mayo, un equipo de Aragón Televisión grabó un pequeño concierto de cinco canciones y una entrevista en los que mi banda de rock, Hashima, desgranamos lo que somos y lo que esperamos del futuro.

El programa será emitido el próximo sábado 15 de septiembre, a eso de las 11:50 del mediodía. Forma parte de la edición televisiva de Comunidad Sonora, programa radiofónico dirigido y presentado por Alberto Guardiola cada noche a las 22h. en Aragón Radio. Desde aquí le agradezco la confianza puesta en nosotros y espero que diéramos el nivel.

Saludos a todos,

                             Galip Bey



miércoles, 5 de septiembre de 2012

La Salud

Luis tiene treinta y dos años, piel morena y ojos negros. Se acaba de comprometer con su novia, Adela, tras un noviazgo de ocho años. Son felices. Se aman con locura y cuando yacen juntos en la cama sienten que el mundo se reduce a ellos dos, a un habitáculo en el que nada más que sus voces jadeantes pueden escucharse. Luis y Adela acaban de recibir una terrible noticia: él tiene cáncer. Viven en un país con una seguridad social que cubre todos los gastos del tratamiento y pese a los recortes que el gobierno está aplicando, todavía el funcionamiento del sistema sanitario público es bueno. Por ello, a partir de ahora tendrán que concentrar todas sus fuerzas en superar una enfermedad terrible, dura, la cual les dejará en muchos momentos sin aliento. Pero son jóvenes, se quieren y tienen toda la vida por delante para amarse. 


* * *
     

Javier tiene treinta y dos años, piel blanca y ojos claros. Tras un largo noviazgo con su novia,Julia, se han comprometido por fin. Su boda será maravillosa, rodeados de su familia y amigos, en un lugar sencillo pero acogedor, su pueblo. Sin embargo, a Javier le ha sido detectado un cáncer galopante que debe ser tratado con celeridad para evitar consecuencias fatales. Javier y Julia viven en un país cuya sanidad pública ha sido reducida prácticamente a la nada, un país en el que las empresas privadas se han hecho con el control de la salud, convirtiéndola en un negocio. Vivieron el proceso de conversión cuando eran unos niños y ahora deberán reunir una cantidad de dinero enorme para poder curar la enfermedad, pues aunque no son pobres, su situación económica no les permite pagar la quimioterapia ni la operación. En vez de concentrarse en luchar contra el cáncer, han de poner todo su esfuerzo en reunir el efectivo suficiente, lo cual les va a suponer perder mucho tiempo para iniciar un tratamiento que apremia, reduciendo las posibilidades que Javier tiene de sobrevivir. 



Es la diferencia de tener un sistema sanitario público de calidad a no tenerlo y en este momento, nos lo están robando. Está en nuestras manos impedirlo.

domingo, 26 de agosto de 2012

La Luna huérfana

Silencio absoluto. Nada más allá del leve bufido de su respiración. En el interior de la carcasa cristalina,  refleja la superficie lunar toda su inmaculada blancura. Teme que una lágrima transforme su protección en una pecera, pero la emoción le embarga en ese momento y desoye su prudencia, excitada por los latidos de un corazón en el espacio. Baja con sumo cuidado los escalones, alterada su masa por una gravedad que nunca antes había experimentado. No quiere que un pequeño descuido estropee el momento más hermoso de su vida y uno de los más importantes de la historia de la Humanidad. Sabe que millones de ojos le miran a través del televisor en todos los rincones de la Tierra, un planeta que ahora mismo para él tiene el tamaño de un disco de vinilo. Se siente enano ante la inmensidad del Universo, como un microorganismo de plancton en las fauces de una ballena. Su vida no es sino un breve parpadeo ante la longevidad de las estrellas, ante la casi eterna duración de los procesos en el Espacio. ¿Qué es él al lado de una supernova?, ¿cómo compararse con una nebulosa como la M-42, con una galaxia como Andrómeda?

Sin darse cuenta, ha llegado al último escalón. Ya sólo queda un pequeño paso para él, pero un gran paso para el género humano. Recuerda a Cristobal Colón poniendo por vez primera el pie en el Nuevo Mundo, a Roald Amundsen alcanzando el extremo más meridional de la Tierra, al Doctor Livingstone contemplando las que después llamaría cataratas Victoria en honor a su reina, y a otros tantos exploradores que han dejado su nombre en los anales de la historia gracias a sus hazañas. Se sabe una persona importante, aunque él nunca dejará de ser ese niño que de pequeño soñaba con ir a la Luna. Hoy, él es todos esos niños que miran a través del telescopio y de sus prismáticos los mares y cráteres a los que desde hace tantos siglos se les han puesto innumerables nombres. Hoy, pone fin a esas leyendas que narraban la existencia de seres asombrosos, las historias que entretenían a los chavales al calor de la lumbre mientras sus abuelos les hablaban de brujas y duendes. 

Neil Armstrong llegó a la Luna, digan lo que digan las malas lenguas. Si tenéis dudas, cuando tengáis la oportunidad de viajar a nuestro satélite, comprobad que su huella sigue ahí pese al paso del tiempo. Ayer falleció a los ochenta y dos años. Para todos los que amamos aquello que hay más allá de nuestro planeta, su pérdida supone la marcha de un auténtico héroe.

Descanse En Paz


jueves, 5 de julio de 2012

Ojalá

Te das cuenta de que eres mayor cuando una noche como la de hoy se convierte en una aventura al volver al lugar donde has sido feliz durante la infancia y te reencuentras con personas a las que antes veías a menudo, personas con las que compartías juegos y travesuras de niños, con las que compartías peña y celebrabas el comienzo de las fiestas pero lamentabas su final. Disfrutas ahora del silencio cálido cuando el bar ha quedado vacío y la televisión transmite imágenes que nadie ve. Se concentra la emoción en las palabras cargadas de nostalgia que se entrecruzan formando los recuerdos más hermosos de la vida. Suena entonces la campana de la iglesia dando las once de la noche y el martilleo agudo de cada golpe agita los tímpanos en una cascada de vivencias: el traqueteo de un viejo tractor que ya no trabaja, los ronquidos de mi abuelo cuando el resto del pueblo es silencio, el cohete anunciador de las fiestas con la primera campanada de las doce, la hora de volver a casa para cenar a toda velocidad y salir inmediatamente con el objetivo de jugar un rato más hasta el momento de dormir. Cuando estaba ahí durante tantos meses y oía las campanadas cada media hora no era consciente de todo lo que me evocarían ahora, no tantos años después. Ese sonido ya forma parte inseparable de mí.

A través de la ventana se ve a los niños jugar en la plaza mientras se mojan en la vieja fuente, esa construcción piramidal rematada con una bola que servía para contar al encargado de buscar a los demás cuando jugábamos al escondite. Ahora son otros quienes ocupan ese lugar, unos pequeños a los que no conozco, rostros que resultan familiares pero a los que me siento incapaz de identificar. Por un momento me sorprende que sus padres no estén cerca mas entonces me percato de que no estoy en la ciudad, de que aquí la libertad es plena y el peligro, inexistente. Yo también me pasaba el día en la calle, en la plaza o en la piscina mientras mi abuela estaba en casa viendo la novela, haciendo labor o completando crucigramas y mi abuelo... mi abuelo estaba en el lote regando o cosechando, disfrutando de la que había sido su profesión desde niño. 

Me parece mentira lo feliz que era, lo ajeno que vivía a todo lo que ocurría en el mundo, lo fácil que era vivir despreocupado. Parecía que todo aquello iba a durar para siempre y ahora sonrío al recordar cuando decía que yo siempre iría a El Bayo en verano, ocurriera lo que ocurriera. Ojalá los deseos de la infancia se cumplieran. 

martes, 19 de junio de 2012

La ciudad de los atardeceres más bonitos del mundo



Me gusta coleccionar puestas de sol. Desde pequeño he observado muchas, no sólo en Zaragoza, sino en distintos lugares de Aragón, de España y del planeta Tierra. He visto morir al astro rey tras los minaretes y cúpulas de Estambul, o caer entre las pirámides de Giza y la ribera del inmenso Nilo. He contemplado el Popocatepetl iluminado por las últimas llamaradas del día y el océano Pacífico envuelto en un manto rosado. En París, me quedé una vez tumbado en los Campos de Marte mientras la Torre Eiffel resplandecía con miles de luces que parpadeaban despidiendo a la luz más grande de todas, la luz que nos da la vida, y en Atenas, desde el hotel, pude disfrutar del ocaso frente a la Acrópolis, origen de lo que somos.

Pero de todos ellos, de todos esos atardeceres maravillosos, de esos miles de espectáculos impagables aun con todo el dinero del mundo, me quedo con el de mi ciudad. No me acusen de sectario y cazurro antes de tiempo. Hay muchas cosas que detesto de Zaragoza y seguramente la lista sería interminable. Pero déjenme disfrutar del Padre Ebro, de sus verdes y frondosas orillas, de los puentes que a lo largo de los siglos han construido sobre él los habitantes de esta bimilenaria ciudad. Déjenme disfrutar de las vistas de la basílica del Pilar, de La Seo, de San Pablo, La Madalena y el Santo Sepulcro. Quiero imaginar esa esplendorosa ciudad del siglo XVI cuyo perfil estaba poblado de torres mudéjares y renacentistas, de las cuales hoy conservamos algunas. 

Contemplen y juzguen ustedes si es o no el atardecer más bonito -o al menos, uno de los más bonitos- que han visto:






domingo, 17 de junio de 2012

El repartidor

Ya no me sorprende verlo ahí, donde la calle Don Jaime desemboca en la plaza de España, calzando unas zapatillas dos o tres números más grandes que sus pies, las cuales se agitan ante los pasos que le llevan a asaltar a todo paseante que osa invadir su área de trabajo. Les tiende de una manera un poco exagerada unos papeles informativos de un establecimiento de esos que tan en boga están últimamente, un "compro oro", y la gente se aleja asustada ante la brusquedad de sus modales. Por si a alguien le quedaba alguna duda, su chaleco fosforescente indica en letras bien grandes para quién trabaja, lo cual le da un aspecto todavía más extravagante. Además, siempre pende de su boca su inseparable puro. Lo saborea, lo disfruta, le hace la vida y su faena agradables pese al frío del invierno o al calor del verano, pues haga el tiempo que haga, sea el día que sea, él permanece en su puesto. 

Quizá el momento más duro llega cuando se le terminan los papeles que repartir. Entonces comienza a proclamar de una manera un tanto acalorada las ventajas de vender el oro en el establecimiento para el que trabaja. La gente le mira asustada y se abre un hueco entre él y los viandantes. Habla atropelladamente, sin pronunciar lo suficientemente claro el mensaje que pretende transmitir, quedando sus palabras en un mero balbuceo ante el que los niños que van de la mano de sus padres, lanzan miradas atónitas, asustadas. Todo el mundo pasa de largo, tratando de dejarle de lado, pero él prosigue sempiterno su trabajo, convencido de ser el mejor reclamo del mundo. 

La tristeza llega al terminar la jornada. A pesar de llegar feliz a la hora de comer, se encuentra a cada paso uno de los cientos de papeles repartidos en la mañana. La tipografía empleada en las letras son inconfundibles pese a sus problemas de visión y no necesita agacharse para comprobar que se trata de la misma propaganda que tanto se había afanado en entregar a los clientes potenciales. Camina cabizbajo, afligido, con la moral por los suelos. Se da cuenta entonces de la insensibilidad presente en las personas, siempre preocupadas de sus asuntos. Es normal, piensa por otra parte, pues andarán con prisa hacia sus trabajos, o a buscar a sus hijos al colegio, o a una clase para la que han salido demasiado tarde de casa. 

Por eso, cuando lo encuentro repartiendo su propaganda, le cojo uno de los papeles que reparte a pesar de que luego no vaya a ojearlo. Lo guardo en mi bolsillo y le doy algún tipo de utilidad, como marcapágina, algo de lo que siempre carezco cuando necesito. Recojo el papel porque su trabajo es tan digno de admirar como cualquier otro, porque creo que si ve a la gente leyéndolo, será suficiente recompensa para él. Y no cuesta nada hacer feliz a una persona tan sencilla, ¿verdad?

jueves, 14 de junio de 2012

Un can

Yo no quería perro. No lo quería y sabía por qué. No obstante, tanto mis hijos como mi mujer andaban locos por uno y ante la insistencia, día tras día, noche tras noche, accedí a comprar uno. Sin embargo, yo seguía sin quererlo y sabía por qué. Porque ahora, soy yo quien debe sacarlo todas las noches a pasear. Soy yo quien ve reducido su poder adquisitivo para poder comprarle la comida al animal, pagar las consultas al veterinario y las vacunas. Lo más triste es que ahora, cuando llego a casa, el único miembro de mi familia que viene corriendo a recibirme a la puerta es él. Suena gracioso, pero sabe que lo voy a sacar a pasear y se acerca armando un gran alboroto por el pasillo, dando grandes zancadas, ladrando. Me rodea varias veces y yo trato de zafarme, dándole una ligera patada. Es imposible. Sigue girando, acompañándome al baño y os puedo asegurar que es muy difícil apuntar mientras tienes un animal dándote vueltas alrededor y empujándote. El caso es que ninguno de mis hijos responde afirmativamente cuando les animo a pasear al perro junto a mí, viéndome solo cada noche, acompañado únicamente del animal. 

Cuando caminamos, me mira y se acerca cuando no presto atención a sus ladridos. Mueve graciosamente el rabo en cada paso, e incluso alguna señora se me acerca para preguntarme de qué raza es. No tengo ni idea, ni me he molestado en averiguarlo. "Es un canis modiglianis" les digo, y me quedo tan ancho. Me cuesta más sacarlo cada día. Me aburre, me desespera, me agota. Sin embargo, aunque suene paradójico, me quiere. Pero mira que me cae mal.

sábado, 9 de junio de 2012

Un monumento

El día no era demasiado propicio para las inauguraciones. Al levantar la vista se observaban unos negros nubarrones de aspecto amenazante y daban ganas de quedarse refugiado en casa o meterse en un centro comercial para calmar las ansias consumistas acumuladas durante toda la semana. La oferta era variada. Desde una bolera hasta un hipermercado, pasando por alguna cadena internacional de comida rápida, de esas que ofrecen productos de dudosa calidad y paor salubridad. Mientras los coches circulaban a no más de cincuenta por las calles sin dejar a la vista un solo centímetro de asfalto, él se dirigía cabizbajo y pensativo hacia el punto anunciado esa mañana en el periódico. No tenía muy claro dónde estaba situado, pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que visitó aquel barrio y cuando lo hacía, era únicamente para tirarse a una chica a la que conoció una noche en un bar del casco. Ella estaba perdidamente enamorada de él, tanto que le propuso formalizar la relación, pero él huyó corriendo ante tal afirmación, pues sólo pretendía pasar un buen rato cuando ambos pudieran y ante tal desafío, le flaquearon las piernas, aunque no lo suficiente como para salir echando leches.

Como decía, llegó al barrio justo cuando empezaba a chispear. Notó las primeras gotas en su cabeza, dando un respingo que se extendió por toda la espina dorsal, pues la alopecia le permitió sentir instantáneamente la gélida temperatura del agua. Vislumbró los primeros árboles del parque donde iba a tener lugar el acto entre dos edificios de ocho pisos que actuaban a modo de guardas, flanqueando la entrada al recinto. Conforme se acercaba distinguió la pequeña muchedumbre que se arremolinaba en un rincón junto a un álamo blanco majestuoso, un ejemplar que él recordaba haber visto alguna vez en su infancia y que le trajo lejanos recuerdos a la mente pese a no tener la certeza de haber visitado aquel lugar durante su niñez.

Percibió la voz amplificada del alcalde, quien debía llevar un buen rato hablando a juzgar por la cara de aburrimiento de los presentes y decía no sé qué acerca de sus sueños de juventud cuando entró en el partido donde a pesar de su avanzada edad seguía militando. Él, como periodista, comenzó a realizar preguntas a los presentes pero ninguno de ellos sabía emplear los tiempos verbales correctamente, todos se comían las consonantes de las palabras terminadas en "-ado" y seguro que si hubiera inquirido acerca de sus estudios, le habrían respondido orgullosos que debido a que habían sido elegidos para ser políticos, no necesitaron pasar por la universidad y así, además, se habían ahorrado la pasta de las matrículas para poder comprar los votos del aparato del partido.

Cuando el alcalde terminó de hablar, quitó la lona bajo la cual se ocultaba el monumento. A él le pareció tan estúpido que no creyó oportuno incluir mención alguna en el artículo que debería preparar para el día siguiente. Seguramente le caería una buena bronca de su jefe, pero no le preocupaba. Como suponía, el "Monumento a la Ignorancia", madre del sistema capitalista y corrupto que había llevado al país a la ruina, era una alegoría de lo peor que la sociedad post-dictatorial dejó en herencia a su país: otra dictadura.

sábado, 21 de abril de 2012

El invierno de la Corona

Se abrieron las puertas de la habitación. Por fin, el momento más esperado de los últimos días se iba a producir. Apareció trajeado, taciturno y cabizbajo, meditando cada una de las palabras que iba a decir, pensando en la cara que iba a poner al dirigirse a sus súbditos. Frente a él, unos pocos periodistas escondidos tras las cámaras retransmitían a la Nación cada uno de sus gestos y miradas. Avanzaba poco a poco, temeroso ante la difícil situación que iba a afrontar, pues nunca antes en su vida habían salido a la luz pública sus trapos sucios, sus cacerías en el extranjero, sus aventuras extramatrimoniales, los líos en su familia. 

Estaba pasando un trago complicado, tal vez uno de los momentos más delicados desde que ocupó la Jefatura del Estado. Permaneció erguido apoyado en su muleta, mostrando una extraña mueca en su faz, ajada por la edad y la tensión vivida en las últimas horas. Paradójicamente todo había empezado un catorce de abril, la misma fecha en la que su abuelo había puesto rumbo al exilio ochenta y un años ha, tras haber perdido el crédito ante su pueblo por su apoyo al golpe militar que tumbó el sistema político de la Restauración, traicionando los valores constitucionales que había jurado proteger y respetar. En la política, si no cuentas con autoridad moral, no te queda nada y sólo puedes recurrir a la violencia para mantenerte en el poder. Su abuelo lo sabía y por eso prefirió dejar pacíficamente el país que no había sabido conservar. 

Ahora le tocaba a él superar uno de los momentos más difíciles de la Corona. Él, que pocas semanas atrás había asegurado que el desempleo juvenil no le dejaba dormir. Él, que durante su discurso navideño afirmó que las personas con responsabilidad pública deben mantener un comportamiento ejemplar. Él, había abandonado su país en ruinas para irse a matar elefantes, perdiendo, sino toda, al menos parte de la autoridad moral que pareció recuperar en sus palabras de diciembre.

Agradeció a los médicos el trato dispensado, a los periodistas su paciencia y preocupación por su estado de salud y entonces llegó el momento: "Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir".

Y yo me pregunto, ¿qué es lo que siente mucho?, ¿qué es lo que no volverá a ocurrir?


martes, 27 de marzo de 2012

Tez sin rostro

Llegaba a casa todas las noches arrastrando los tacones por las solitarias aceras de una ciudad en penumbra. Las escasas farolas iluminaban tenuemente el camino de regreso y sólo algún taxi interrumpía el silencio sepulcral reinante en la vetusta urbe. Ella, dura y segura, avanzaba con paso firme hasta el portal de su casa, extraía la llave de su bolso, un Louis Vuitton falso pero que daba el pego, y la encajaba en el hueco para girarla y abrir la puerta.

Subía los escalones con parsimonia, desfilando y disfrutando de su belleza reflejada en el espejo del recibidor, una belleza efímera y falsa de la cual se iba a ver desposeída en cuestión de instantes.

Cuando accedió a su apartamento se descalzó y avanzó por el largo corredor hasta su cuarto, de cuyo comodín extrajo una caja con diversos compartimentos en los que se podían leer distintas etiquetas: ojos, labios, narices, pómulos, orejas, pestañas y cejas. Se miró al espejo, en esta ocasión al que se encontraba en su dormitorio, y comenzó a arrancarse los rasgos que esa noche le habían permitido acostarse con varios hombres y ganar una pequeña fortuna.

Fue despojándose lentamente de su rostro, dejando al descubierto una superficie lisa y redondeada sin principio ni final, sin cuencas oculares ni ningún otro tipo de distintivo. Incluso su cabello era una mera ensoñación, pues se trataba de una peluca. Se desnudó de sí misma, permaneciendo frente a su reflejo sin poder mirarse, en una posición taciturna. Guardó cada parte de su faz en su respectivo compartimento, junto a las otras, y permaneció quieta, llorando en silencio unas lágrimas que no podían surcar su cara, pues no tenía ojos por las que derramarlas.

lunes, 12 de marzo de 2012

Extrema prudencia

Lo único que no le gustaba de ella era que no se quitara los calcetines cada vez que hacían el amor. Para él, si sus pies se hallaban tapados la desnudez no era completa y por tanto todo se convertía en un acto carente de sentido. Cuando se extirpaban el uno al otro la ropa apasionadamente, él trataba de arrancárselos pero ella, habilidosa como pocas, se escabullía sagazmente tumbándose boca arriba mirándole con unos ojos ardientes de deseo. Él se rendía y le hacía el amor sin quitarse de su cabeza la imagen de los calcetines a pesar de que en esa posición no era capaz de verlos salvo que diera un giro de ciento ochenta grados a su cabeza.

Cuando terminaban, él se tumbaba junto a ella, sonriente y feliz. Casi había olvidado los calcetines hasta que contemplaba su hermoso cuerpo desnudo, sus curvas de vértigo hacia las que se lanzaba sin frenos. Veía ahí, al final de las piernas, cuando comienza a dibujarse la curvatura de los pies, esa textura lanuda que tanto detestaba.

Se esforzaba cada día por no decirle nada, pero al mismo tiempo, cada día se cansaba un poco más. Le atosigaba la idea de no hacer el amor a gusto, plácidamente, como cualquier ser humano. Sin embargo, disimulaba una y otra vez su disgusto para que ella no se sintiera incómoda hasta que un día se armó de valor y mientras se abrazaban después del acto, le sugirió amablemente y con total naturalidad que se quitara los calcetines desde ese momento en adelante, cada vez que hicieran el amor.

Ella sonrió, le besó, se los arrancó y nunca más volvió a ponérselos.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Meta

De todas las frases hermosas y llenas de esperanza que he escuchado estos días, ésta se me ha quedado grabada para siempre:

"Dirán que vamos esparciendo semillas al viento, pero sólo así podremos hacer florecer el cielo".

Davide Rossi

lunes, 27 de febrero de 2012

Gris Marino

Llego a casa y mi ropa todavía huele a mar. A pesar de que la estancia ha sido corta, aún se puede percibir el aroma a sal y brisa que acaricia la arena de la playa. No importa que ya me encuentre a más de quinientos kilómetros, pues el color grisáceo de la costa cantábrica en los días nublados permanece grabado en mis ojos. Mis huellas todavía deben permanecer frescas en la arena aunque tal vez la marea haya alcanzado en la noche el recorrido que hice hace menos de un día a la orilla del océano. Pero tal vez no sea ésta la mayor sensación de libertad que he alcanzado estos días.

Las gentes que habitan un lugar también forman su paisaje. Son un elemento imprescindible que ayuda a comprender la naturaleza y la vida. Mirando a sus ojos o su forma de caminar comprendemos que sufren los avatares del clima norteño, la niebla casi constante que invade sus costas, la lluvia que baña y rellena la bahía santanderina. No obstante, permanecen altivos frente al clima y como los rayos de sol que en el mediodía de ayer vencieron a las nubes, ellos también desafían al mar y salen victoriosos, como en aquellas expediciones que llevaron a muchos de sus habitantes más allá de donde su imaginación podía abarcar.

No me canso de subir y bajar cuestas, de patear las calles que serpentean junto al mar y terminan siempre llevándome de vuelta al centro y origen de todo. Allí descubro las olas rompiendo con fuerza en una roca que han ido esculpiendo desde mucho antes que el ser humano alcanzara este lugar. Aquí, donde se inició la investigación marina en España durante la segunda mitad del siglo XIX, donde grandes cetáceos decidieron poner fin a sus vidas, puedo decir que me siento feliz y libre cuando una gaviota se abalanza sobre el mar para agarrar su presa, cuando el pequeño pesquero sale de puerto hacia algún lugar más allá del horizonte a faenar, cuando en la noche el sonido del mar se confunde y mezcla con la música que suena en las calles y en los bares, cuando duermo y al despertar, el azul inconfundible del océano está frente a mis ojos.

viernes, 17 de febrero de 2012

En tiempos de guerra

Se había roto el silencio del mismo modo que el mar rompe con fuerza en el acantilado. Tras unas horas en las que había reinado una calma absoluta, el sonido de las sirenas dio paso a caras de preocupación, pasos precipitados y carreras hacia el refugio más cercano. Nadie miraba, nadie sentía, nadie preguntaba a quien tenía al lado si necesitaba ayuda. Cada cual sabía lo que tenía que hacer en ese instante pues el protocolo era estricto ante situaciones de emergencia.

El estridente rugido de alarma causaba un dolor de cabeza atroz, una jaqueca insufrible que obligaba a los escasos viandantes a taparse los oídos con las manos, con papel o con lo que tuvieran más cerca. Algunos, previsores ante la reiteración de la señal un día tras otro, ya habían salido de casa con tapones en los bolsillos que les ayudaban ahora a amortiguar el acoso del agudo ruido.

Ruido de guerra, ruido de incertidumbre ante lo que ocurrirá tras el bombardeo o siquiera si llegará en algún momento. La espera en los sótanos y refugios a las explosiones era casi peor que los temblores y desprendimientos de polvo y escombros causados por ellas. El silencio construido con la fuerte respiración de unos y otros, cuyas miradas iluminadas por el miedo cortaban la oscuridad reinante en el subsuelo, amortiguaba el eco de las sirenas y el estruendo de los misiles al caer sobre las calles de la ciudad desolada por el odio y la muerte.

Cuando cesan durante cinco segundos las explosiones, cuando parece que ésta ha sido la última, que no va a haber más, la penumbra brilla con un suspiro colectivo. Los abrazos construidos durante el ataque, férreos como raíces que se adhieren al subsuelo en busca de agua, encuentran su preciado líquido en el amor y la esperanza ante la supervivencia. Son el símbolo de que la condición humana no se pierde en las situaciones más graves, de que nuestra única pertenencia, más allá de banderas, es el amor por y de quien nos rodea. En medio del caos sobrevive siempre esa llama como una chispa milagrosa incólume a la lluvia, al frío o al viento.

Y ese amor es ilimitado, polisémico, multifacético. Nos refugiamos en él como si fuera la más cómoda almohada. Algunos le llaman "ideales", otros "familia" (en todas sus variantes) y otros "dios" (con múltiples nombres y acepciones), pero el amor termina siendo la esperanza de todos. Lo último que se pierde.

sábado, 11 de febrero de 2012

La vieja torre

Cuando las primeras luces del sol acarician las baldosas blancas y verdes, se convierten en espejos que animan al barrio a comenzar un nuevo día, desperezando a sus habitantes que desafían al frío invernal mientras se despegan las sábanas que durante la noche se han adherido a su cuerpo. Su reflejo transmite el calor que el astro rey aún es capaz de ofrecer en esta época del año. Poco a poco se vislumbran de nuevo los colores, conforme las horas del día pasan y la posición de la luz cambia respecto a la antigua torre. Es el primer monumento que veo todas mañanas, la silueta que inevitablemente recorren mis ojos cuando atravieso el umbral del edificio que habito y giro mi vista a la izquierda.

A su lado pasan cientos de personas al día que no reparan en su belleza. Van demasiado despistadas ojeando el periódico recién comprado en la quiteria, o charlando con la vecina tras haber adquirido la barra de pan en el horno de la plaza, o simplemente se trata de estudiantes que repasan mentalmente los conocimientos antes de un examen. Dejan de lado a la torre que les ha vigilado desde que nacieron, pasando junto a ella como si de una farola se tratase.

Sin embargo, las formas mudéjares la dotan de una belleza sublime, constituyendo un patrimonio único cuyo deleite es obligatorio si alguna vez pasas bajo ella. Arcos mixtilíneos y de medio punto, paños de cruces que con sus diversos brazos forman rombos, otorgándole un aspecto hipnótico que me hace olvidar por un momento cuanto hay a mi alrededor. Dejo de escuchar el ruido de los coches y las obras para sumergirme en sus colores y en sus formas, en el cobrizo ladrillo y en las cerámicas verdes y blancas, en sus juegos poligonales y su ascenso más allá de los vetustos edificios que la rodean.

Todavía bajo ella se puede sentir la tolerancia y convivencia existente en esta ciudad cuando era capital del reino de Aragón y se permitía a los musulmanes conservar su religión teniéndoseles en buena estima como constructores y artesanos, o como transportistas para traer a través del Ebro mercancías desde el Mediterráneo. Lástima que el odio y la sinrazón se apoderó de las gentes del lugar, obligándoles a una conversión o al exilio. Cuánto debemos hoy a los antiguos habitantes de nuestras tierras de quienes heredamos un patrimonio único en Europa.

Vuelvo ya a casa por la noche y la torre parece distinta. A pesar de las farolas, la penumbra inundaría el barrio de no ser porque la luz que baña sus carnes de ladrillo, esta vez artificial, ilumina nuestros corazones al regresar al hogar. Asida a la tierra con unas raíces profundas, segura y radiante en su plenitud pues tal vez nunca ha estado tan mimada como ahora, me mira y me despide pues llevo veinticuatro años pasando bajo ella y ya casi siento que es mía.

Si creéis mis palabras, venid vosotros mismos a comprobar que no exagero. Buscad la torre que preside la iglesia de la Magdalena en Zaragoza y me daréis la razón. Y si queréis, llamadme para acompañaros a dar un paseo por el barrio. Lo haré encantado.

sábado, 7 de enero de 2012

El misterio de las madalenas

Desconocía el motivo por el que había dejado de comer madalenas (disculpad que no escriba "magdalena", pero por estos lares se dice así y además, "madalena" está admitido por la RAE) hasta hace unos meses y es que todas las que me ofrecían, todas las que compraba, adolecían de un defecto en el que yo no había caído hasta esta mañana mientras desayunaba.

Cuando era pequeño y pasaba los veranos en el pequeño pueblo de El Bayo, devoraba las madalenas que elaboraba cada día el panadero, o incluso las que hacía mi abuela de vez en cuando en el horno del pueblo. Tenían un gusto exquisito, eran jugosas y al mojarlas en la leche ordeñada por Fernando "el Raboso" directamente de las vacas que tenía en el corral, se deshacían en la boca dibujando una sensación esponjosa hasta que atravesaba el paladar y se dirigía por el esófago al estómago para proseguir su recorrido en el aparato digestivo.

Esa sensación no la había conseguido encontrar en ninguna otra madalena. Por mucho que probaba, no me gustaban, no alcanzaban ese cénit, no lograban rescatar esa sensación almacenada en mi subconsciente y que era responsable de que no las degustara como antaño.

Hace pocos meses mi padre empezó a traer bolsas de madalenas elaboradas en una panadería cercana a mi casa, para más señas, en la plaza de la Madalena. Misteriosamente, se terminaban en cuestión de dos o tres días, rompiendo el olvido que hasta entonces condenaba a las docenas de madalenas que comprábamos y que ni tan siquiera era capaz de empezar. Pero estas madalenas tenían algo de lo que no me había percatado hasta hoy: al mojarlas en la leche y ablandarse, adquirían esa textura esponjosa que sin saberlo tanto anhelaba y cuando las masticaba, llenaban mi boca de una sensación jugosa, tierna y dulce. Estaban riquísimas. Volvía a comer madalenas con un placer casi olvidado y esta semana supe por qué.

Al pasar unos días en el pueblo durante estas vacaciones, mi padre compró madalenas en la panadería de El Bayo. Como imaginaréis, se terminaron enseguida. Revivir el sabor de la infancia es como volver a ser niño y más cuando ese sabor todavía permanece en la memoria, aunque condenado en un lugar recóndito del cerebro. Y creo que ahí se encuentra el misterio de por qué devoro en cuestión de segundos las madalenas de la Madalena: porque se asemejan en demasiadas cosas a las que comía de pequeño en El Bayo, las únicas madalenas que hasta ahora para mí eran madalenas.

Y ahora, os ruego me disculpéis, pero he de terminar esta madalena.

miércoles, 4 de enero de 2012

En el camino

Disculpe. Usted. Sí, sí. Usted. No se haga el despistado. Apague eso ahora mismo. ¿Es que no ha visto la señal? Aquí está prohibido encender cualquier tipo de luz. No, no. Las linternas tampoco. Pues no se preocupe. Cuando sus pupilas se hayan dilatado le resultará más sencillo observar cuanto hay a su alrededor. ¿Qué usted nunca ha visto entre la oscuridad? Eso es porque no se ha concentrado lo suficiente. Vamos, ponga un poco de su parte y déme la linterna. Tranquilo, yo se la guardo. No se la voy a confiscar como si fuera usted un niño en el colegio. Ahora, quédese quieto y en silencio. ¿Lo percibe verdad? ¿Percibe ese sonido? Son las ranas que entonan como locas su llamada. Sí, sí. Ese otro sonido fue una lechuza. Veo que va usted aprendiendo. Y sí, ese otro es el cierzo leve que sopla en esta noche y atraviesa las copas de los pinos, haciendo crujir las ramas mas débiles. ¿Comienza usted a ver algo? ¿Sólo las estrellas? Bueno, eso debería ser suficiente guía. En esta época del año y en mitad del campo se ve de maravilla Cassiopea. Es esa constelación con forma de uve doble. Sí, sí. Ésa es. Y un poco más allá, la osa mayor. Si usted toma las dos últimas estrellas y traza una línea recta se topará con la estrella polar. Ahora intente mirar al suelo. Eso es. Veo que va percibiendo los accidentes del terreno. Tiene usted suerte. Esta llanura no tiene apenas elevaciones más allá de los aterrazamientos hechos para aprovechar la tierra y separar los campos. No tiene qué temer. Los animales que aquí viven se irán escondiendo a su paso. Son temerosos de los humanos y no es algo de extrañar. Ahora siga usted caminando en torno a la senda marcada por los agricultores y los rebaños. Por ahí, sí. Ya es capaz de ver en la noche, ¿verdad? No se preocupe, es mi trabajo. No sé quién soy, pero siempre he andado por los caminos socorriendo a aquéllos que se han perdido. ¿Edad? No sé qué es eso. Siempre he vivido aquí. Desde que tengo uso de razón me he dedicado a lo mismo. ¿Familia? Que yo sepa, no. No. Eso tampoco. Bueno, venga, deje de hacerme preguntas que ya he hecho bastante con ayudarle. Ahora, lárguese.