jueves, 5 de julio de 2012

Ojalá

Te das cuenta de que eres mayor cuando una noche como la de hoy se convierte en una aventura al volver al lugar donde has sido feliz durante la infancia y te reencuentras con personas a las que antes veías a menudo, personas con las que compartías juegos y travesuras de niños, con las que compartías peña y celebrabas el comienzo de las fiestas pero lamentabas su final. Disfrutas ahora del silencio cálido cuando el bar ha quedado vacío y la televisión transmite imágenes que nadie ve. Se concentra la emoción en las palabras cargadas de nostalgia que se entrecruzan formando los recuerdos más hermosos de la vida. Suena entonces la campana de la iglesia dando las once de la noche y el martilleo agudo de cada golpe agita los tímpanos en una cascada de vivencias: el traqueteo de un viejo tractor que ya no trabaja, los ronquidos de mi abuelo cuando el resto del pueblo es silencio, el cohete anunciador de las fiestas con la primera campanada de las doce, la hora de volver a casa para cenar a toda velocidad y salir inmediatamente con el objetivo de jugar un rato más hasta el momento de dormir. Cuando estaba ahí durante tantos meses y oía las campanadas cada media hora no era consciente de todo lo que me evocarían ahora, no tantos años después. Ese sonido ya forma parte inseparable de mí.

A través de la ventana se ve a los niños jugar en la plaza mientras se mojan en la vieja fuente, esa construcción piramidal rematada con una bola que servía para contar al encargado de buscar a los demás cuando jugábamos al escondite. Ahora son otros quienes ocupan ese lugar, unos pequeños a los que no conozco, rostros que resultan familiares pero a los que me siento incapaz de identificar. Por un momento me sorprende que sus padres no estén cerca mas entonces me percato de que no estoy en la ciudad, de que aquí la libertad es plena y el peligro, inexistente. Yo también me pasaba el día en la calle, en la plaza o en la piscina mientras mi abuela estaba en casa viendo la novela, haciendo labor o completando crucigramas y mi abuelo... mi abuelo estaba en el lote regando o cosechando, disfrutando de la que había sido su profesión desde niño. 

Me parece mentira lo feliz que era, lo ajeno que vivía a todo lo que ocurría en el mundo, lo fácil que era vivir despreocupado. Parecía que todo aquello iba a durar para siempre y ahora sonrío al recordar cuando decía que yo siempre iría a El Bayo en verano, ocurriera lo que ocurriera. Ojalá los deseos de la infancia se cumplieran.