lunes, 24 de mayo de 2010

Silencio


Al final del tercer movimiento, cuando la música se interrumpe brevemente y el mayor momento de tensión ha pasado, ella me mira, sonríe y susurra un "te quiero" tan débil que sólo llega a mis oídos.

Sin tiempo de reacción, la miro con ojos de cordero y ella devuelve rápidamente la vista al piano. Sus manos se sitúan de nuevo sobre el teclado y comienza a sonar un nuevo movimiento.

Entonces todo es maravilloso.

jueves, 13 de mayo de 2010

Con sabor a chocolate

Atravesó la verja que la separaba del bullicio urbano, giró su cabeza hacia donde me encontraba y vino corriendo impaciente, ansiosa por abrazarme. Abrí entonces mis brazos y la estreché entre ellos, transmitiéndole el poco calor que quedaba en mi cuerpo -Zaragoza a veces te sorprende con un frío día en pleno mes de mayo- sintiendo su cuerpo frágil, suave y tierno adherido al mío.

Portaba en su mano derecha un pequeño paquete envuelto en papel de alumnio. Enseguida me lo ofreció con una sonrisa inmensa. Su boca era una abertura mágica capaz de hacer desaparecer todo cuanto se encontraba a nuestro alrededor, convirtiéndose en el centro del universo, el punto exacto de la perfección, la belleza extrema.

Abrí el envoltorio intrigado, pero el aroma que emitía era inconfundible: chocolate en forma de pastel. La miré emocionado, pues me gusta tanto como a ella. Me devolvió la mirada con sus ojos radiantes, brillantes, plenos de alegría y me besó. Extraje una porción de pastel y la compartí con ella. Nunca antes me supo tan bueno este singular elemento. No sólo sabía a chocolate el pastel, sino que nuestros besos se contagiaron de ese sabor.

En ese momento, todo se convirtió en chocolate.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El día que dijiste mi nombre

¿Quién soy?

"Daniel", dijo mi abuelo con voz tenue y frágil, mostrando en las arrugas de su rostro el gran esfuerzo realizado para emitir cada fonema que forma mi nombre. Sus ojos brillaban tal vez por la alegría de reconocer en mí al nieto que crió durante muchos veranos en la pequeña localidad de El Bayo. Su mano temblorosa se aferró a la mía y con sus labios sonrientes besó suavemente mi mejilla.

Si hay algo que no has perdido, abuelo, es tu amor por los seres que te rodean y te acompañan en todo momento. Aunque tú no lo sepas, en ese instante me sentí tan dichoso y feliz que no pude reprimir unas lágrimas de emoción ante tu hazaña. Mucha gente no lo comprenderá, pero convendría explicarles una cosa: cuando normalmente te pregunto por mi nombre, tú me miras, ríes inocentemente, alzas tu mano hacia mí y me señalas con el dedo índice. No sé si sabes realmente quién soy, pero sonrío y te digo alguna tontería para que tú también sonrías. Maldito Alzheimer, mascullo entonces.

Sin embargo, el pasado sábado dijiste mi nombre y eso bastó para coparme de felicidad.

Ojalá lo repitas muchas veces más.

lunes, 10 de mayo de 2010

Prodigios


La ingravidez congeló el momento de máximo placer.
Se conjugaron los astros
para exhibir ante mis ojos aquellos labios carnosos que pedían ser besados.

Y yo
esclavo de tus miradas
poco pude hacer para evitar concentrar en ti toda mi atención.

Las caricias
prodigio humano de incomparable valor
discurrían de manera natural las curvas de tu cuerpo
los lunares que algún día aprenderé de memoria.

Se prolongaron indefinidamente
las muecas de felicidad
la tentación de no dejarte marchar
los besos hendidos en tu piel
la saliva esparcida por nuestros cuerpos

Entonces se acallaron
la inquietud y los nervios
las dudas y el silencio
sólo quedamos los dos.


miércoles, 5 de mayo de 2010

Encuentros

-Buenos días.

-Buenos días.

-Perdone, pero ¿le importaría explicarme qué hace desnuda en mi cama?

-No lo sé. Acabo de despertarme así. El caso es que usted también se encuentra desnudo.

-Sí. Acabo de darme cuenta. No entiendo nada.

-Yo tampoco.

-¿Qué le parece si me dice su nombre?

-Claro, me llamo Penélope. ¿Y usted?, si no es indiscreción, claro.

-Oh, por favor. Por supuesto que no. Me llamo Ángel y estoy encantado de conocerla, Penélope.

-Lo mismo digo, Ángel. Tiene usted un nombre precioso, celestial, místico.

-El suyo es rimbombante, mitológico, bello como pocos. Por cierto, sus ojos parecen atravesarme cada vez que me miran.

-Lo siento. No puedo evitarlo. Es usted muy apuesto, caballero.

-Ay. Va a conseguir ruborizarme, no querría ponerme colorado delante de una mujer tan hermosa.

-Ahora soy yo quien se sonroja, Ángel. Por cierto, me está abrazando poco a poco. Ha ido usted moviéndose lentamente hasta atraparme casi por completo. No, por favor, no se separe. Su cuerpo es cálido y la habitación está muy fría.

-Disculpe. No podía esperar este cambio tan brusco de tiempo en pleno mes de mayo. Sin embargo, le ofrezco mi calor pues no puedo evitar aproximarme un poco más a usted.

-Sí, gracias. Soy incapaz de decirle que no. Me siento tan bien bajo sus brazos. Parece que nos conozcamos desde hace años.

-Sí. Su cuerpo y el mío encajan a la perfección. Le voy a besar si está de acuerdo, Penélope.

-Con sumo gusto, mmmm... qué labios tan suaves, mmmm... qué manifestación de delicadeza tan extraordniaria...

-Mmmm... ¿sabe? Jamás mmmm... había mmmm... probado unos labios como mmmm... los suyos mmmm...

-Por favor mmmm... no deje de besarme mmmm... no permita que pierda un ápice de calor...

-¿Hacemos el amor?

-Sí.