domingo, 26 de agosto de 2012

La Luna huérfana

Silencio absoluto. Nada más allá del leve bufido de su respiración. En el interior de la carcasa cristalina,  refleja la superficie lunar toda su inmaculada blancura. Teme que una lágrima transforme su protección en una pecera, pero la emoción le embarga en ese momento y desoye su prudencia, excitada por los latidos de un corazón en el espacio. Baja con sumo cuidado los escalones, alterada su masa por una gravedad que nunca antes había experimentado. No quiere que un pequeño descuido estropee el momento más hermoso de su vida y uno de los más importantes de la historia de la Humanidad. Sabe que millones de ojos le miran a través del televisor en todos los rincones de la Tierra, un planeta que ahora mismo para él tiene el tamaño de un disco de vinilo. Se siente enano ante la inmensidad del Universo, como un microorganismo de plancton en las fauces de una ballena. Su vida no es sino un breve parpadeo ante la longevidad de las estrellas, ante la casi eterna duración de los procesos en el Espacio. ¿Qué es él al lado de una supernova?, ¿cómo compararse con una nebulosa como la M-42, con una galaxia como Andrómeda?

Sin darse cuenta, ha llegado al último escalón. Ya sólo queda un pequeño paso para él, pero un gran paso para el género humano. Recuerda a Cristobal Colón poniendo por vez primera el pie en el Nuevo Mundo, a Roald Amundsen alcanzando el extremo más meridional de la Tierra, al Doctor Livingstone contemplando las que después llamaría cataratas Victoria en honor a su reina, y a otros tantos exploradores que han dejado su nombre en los anales de la historia gracias a sus hazañas. Se sabe una persona importante, aunque él nunca dejará de ser ese niño que de pequeño soñaba con ir a la Luna. Hoy, él es todos esos niños que miran a través del telescopio y de sus prismáticos los mares y cráteres a los que desde hace tantos siglos se les han puesto innumerables nombres. Hoy, pone fin a esas leyendas que narraban la existencia de seres asombrosos, las historias que entretenían a los chavales al calor de la lumbre mientras sus abuelos les hablaban de brujas y duendes. 

Neil Armstrong llegó a la Luna, digan lo que digan las malas lenguas. Si tenéis dudas, cuando tengáis la oportunidad de viajar a nuestro satélite, comprobad que su huella sigue ahí pese al paso del tiempo. Ayer falleció a los ochenta y dos años. Para todos los que amamos aquello que hay más allá de nuestro planeta, su pérdida supone la marcha de un auténtico héroe.

Descanse En Paz