lunes, 31 de diciembre de 2012

Nocturno nº 2

Ya no recordaba cómo sonaba el piano afinado, pues hacía años que había sido revisado por última vez. Sus dedos seguían ágiles pese a la edad, pero el sonido nada tenía que ver con lo escrito en las partituras. Él se esforzaba en cumplir con los matices marcados, en imprimir el carácter que el compositor dictó en su día para que su obra no perdiera ni un ápice de intencionalidad. Al fin y al cabo, la música es el idioma de los sentimientos y él, el viejo Friedrich Szpilman, que había recorrido el mundo una y mil veces, siempre fue capaz de transmitir las más profundas inquietudes a las más diversas audiencias, que le escuchaban atentas y conmovidas ante su despliegue técnico y expresivo.

Las llamadas le llovían hasta el punto que hubo de contratar un representante. Su vida estaba llena de aeropuertos, estaciones de tren, taxis, pero sobre todo, salas de conciertos. Había recorrido las más importantes del planeta y otras no tan importantes pero igualmente cálidas. En su currículum figuraban actuaciones junto a la Filarmónica de Berlín, la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam o la Filarmónica de Chicago, haciéndose la lista inacabable, inabarcable. Cada día olía nuevas flores regaladas tras el recital; los aplausos de la audiencia entregada atronaban en sus oídos, provocándole más de una vez lágrimas de felicidad por ser capaz de hacer llegar su sensibilidad en cada concierto pese al cansancio acumulado por el jetlag.

Friedrich tenía además un alma gemela inseparable, su esposa Agnes, una mujer maravillosa capaz de hacerle olvidar por un momento la música, la vida, incluso la muerte. Cuando veía su sonrisa en el palco antes de comenzar a percutir las teclas del piano, se creía capaz de todo, de interpretar en ese momento cualquier preludio de Rachmaninoff, cualquier concierto de Brahms o cualquier sonata de Beethoven. Ella era la fuerza necesaria para que el mundo girase y el Sol saliera cada mañana. Y al igual que ella era su vida, cuando murió todo terminó repentinamente. Fue durante un concierto en la Ópera de París. Tañó la última cadencia del Nocturno nº2 de Chopin, pieza que aquel día había elegido como bis, delicada y luminosa como pocas, y al contemplar el palco en el que Agnes debía estar sentada se dio cuenta de que había un hueco en su lugar. Rápidamente salió del escenario, ella nunca se marcharía antes de terminar, pensó, ella permanece atenta hasta el último compás, hasta la última nota, hasta que mi vista se levanta del teclado, suspiro y miro al público diciéndoles con mis ojos que todo ha terminado.

Dejó al respetable plantado. La gente seguía aplaudiendo, reclamando su presencia una vez más. Deseaban un saludo, un gesto de agradecimiento, pero Friedrich fue corriendo al camerino, exigiendo explicaciones a Hans, su representante. Éste le anunció que Agnes había sufrido un desmayo durante el concierto y habían decidido trasladarla al hospital debido a que no terminaba de reponerse tras el susto. Friedrich salió corriendo del auditorio y tomó el primer taxi camino del hospital Lariboisiere, próximo a la Gare du Nord. Atravesaron la rue La Fayette a gran velocidad, pues apenas había tráfico, comprendiendo el taxista la prisa que su cliente tenía por llegar. Una vez allí desembarcó enseguida en la unidad de cuidados intensivos, donde el doctor Aubrun le informó de que Agnes había sufrido un derrame cerebral sin que hubieran podido hacer nada por ella.

Todo se ennegreció. Friedrich cerró los ojos y se sintió caer por un abismo de dolor hacia la soledad más absoluta. En un primer momento no creyó la noticia, pero conforme pasaban los minutos se sentía incapaz de despertar de la pesadilla, sumido en un estanque de lágrimas y desesperación. Hans, su representante, llegó enseguida y trató de calmarle, pero la tristeza de Friedrich no tendría ya cura, ni entonces ni pasados los días. Decidió dar sepultura a su amada en el cementerio del Père Lachaise, en un lugar junto a otro Friedrich, Chopin, aunque en realidad era él, el propio Friedrich Szpilman, el mejor pianista del momento, quien iba a yacer para siempre bajo la tierra del camposanto parisino.

A pesar de sus intentos por volver a los escenarios, había perdido la capacidad de transmitir al público sus sentimientos. Las críticas en los periódicos de todo el mundo pasaron de ser alabanzas a dardos envenenados que no hacían sino mermar sus ganas de seguir con la vida que había llevado hasta entonces. Fue en aquel tiempo cuando durante una revisión médica, le fue detectada una incipiente sordera en ambos oídos que en pocos meses le dejó como una tapia. Dejó de percibir los sonidos que hasta entonces le habían inspirado, convirtiéndose en un zumbido constante que le martilleaba el cerebro con la intensidad de un viento huracanado.

Así, poco a poco, quedó encerrado en su propia burbuja, aislado del mundo y de la vida. Sus amigos, si es que alguna vez los tuvo, le abandonaron como se deja morir a un perro viejo. Su representante buscó otros jóvenes talentos a los que exprimir y Friedrich perdió poco a poco su dinero, estafado por la misma persona en la que tanto había confiado. Tan pobre quedó, que no podía pagar la revisión anual de su estupendo piano, por lo que las notas ya no eran notas sino quejidos amargos. Claro que, pensaba él, da igual que las cuerdas estén bien temperadas, pues estoy más sordo que Beethoven. Aunque pensaba en el célebre compositor alemán, en los éxitos cosechados pese a su sordera, Friedrich no quería saber nada de volver a actuar. Cada vez que se imaginaba en un escenario, terminaba de tocar el Nocturno nº 2 de Chopin, alzaba la vista al palco de invitados y veía el sitio vacío de Agnes. Entonces todo volvía a comenzar, recreando en su mente los peores momentos de su vida. 

Viejo y ajado por el tiempo, Friedrich decidió partir una noche mientras en su cabeza sonaban una vez más los acordes deliciosos de su tocayo polaco, feliz pese a todo. Nadie le echó de menos. 

viernes, 14 de diciembre de 2012

El Golpe

-¡Quieto todo el mundo!

El joven irrumpió en el hemiciclo cuando el presidente se hallaba compareciendo acerca de los presupuestos a aprobar para el próximo ejercicio. Estaba tratando en ese momento los recortes producidos en materia social, dejando a un mayor número de personas en situación de absoluta desprotección frente a la exclusión. Se quedó con la boca abierta y la mirada completamente petrificada mientras observaba cómo el joven, pistola en mano, apuntaba hacia el techo y lanzaba tres disparos al aire que produjeron la caída de algunos casquetes de yeso sobre los diputados. Ninguno de los presentes quedaba sentado en su sillón, pues se habían precipitado bajo los escaños, sólo entresacando la cabeza para ver qué pasaba abajo, en la tribuna de oradores. Allí, el presidente había cambiado súbitamente su posición para quedarse hecho un ovillo bajo el estrado, mientras el joven golpista subía los peldaños y apuntaba amenazante al jefe del gobierno. Tomó el micrófono en ese instante y comenzó su discurso:

-Señor presidente, señores y señoras ministros, señores y señoras diputados, no se asusten. Soy un simple ciudadano que ha decidido junto a otros muchos ciudadanos presentarse en este lugar para poner los puntos sobre las íes, para decirles que no soportamos más la presión a la que no están sometiendo, la miseria hacia la que están llevando a su pueblo mientras unos pocos aumentan notablemente sus riquezas al tiempo que llevan sus cuentas bancarias a paraísos fiscales que nadie se atreve a intervenir. Ustedes, que fueron elegidos porque realizaron una serie de promesas -y esto va especialmente dirigido a los miembros del gobierno- han traicionado la confianza depositada por millones de ciudadanos que les votaron pensando que su calidad de vida mejoraría cuando no ha hecho sino empeorar. Ustedes están destruyendo un estado del bienestar que ha costado mucho tiempo construir, ¿es que ya no recuerdan la situación de Europa tras la Segunda Guerra Mundial?, ¿es que nunca han leído acerca de la miseria vivida en los años treinta y las ansias de cambio tras la derrota del nazismo? ¿Desconocen ustedes que la existencia de un sistema de seguridad social universal permitió la reducción a la nada de unos índices de miseria altísimos en nuestros continente que ahogaban las posibilidades de supervivencia del grueso de la población? Está claro que no tienen ni la más remota idea de nuestra historia y por ello están cometiendo los mismos errores que nuestros antepasados más cercanos. Creyeron que la plena libertad de los mercados haría crecer eternamente la riqueza, creyeron firmemente en los dogmas del neoliberalismo como quien cree en los dogmas de una religión. Dejaron hacer a los bancos y las empresas, dejaron que especularan con lo que jamás debieron especular y ustedes se aprovecharon de todo ello. Son irremediablemente cómplices porque no hay más que echar un vistazo al listado de ex-ministros y ex-presidentes que copan las cúpulas de la grandes empresas energéticas de nuestro país o incluso en el extranjero. Han olvidado el verdadero significado de la política, que es trabajar para el bien del ciudadano y no para el suyo propio. Han traicionado los valores de la democracia y por ello estamos hoy aquí, para dictarles unas reformas en base a las necesidades de la ciudadanía, en base al crecimiento acompañado de desarrollo y no sólo de enriquecimiento. Se trata de una legislación estricta que separe de verdad los poderes en nuestro país, una nueva constitución que permita al pueblo ser soberano de sí mismo y no súbdito de los mercados, esos entes que tienen nombres y apellidos aunque a ustedes les produzca pavor mencionarlos. 

Nos acusarán de simplistas, de populistas, de irrealistas, pero la realidad es que ustedes se han visto superados por su propia incompetencia y ya es hora de que los ciudadanos seamos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos. Desde hoy queda disuelto este parlamento por orden ciudadana. Nos dirán que esto no es legal, pero tampoco es legal dejarnos sin derechos y empobrecernos a marchas forzadas. Les recuerdo que el Estado se basa en un pacto mediante el cual nosotros acatamos las leyes a cambio de unos derechos y si esos derechos nos son arrebatados, ustedes no tienen legitimidad para obligarnos a cumplir las leyes. Hoy es un día histórico porque al fin el pueblo soberano de sí mismo viene a su casa, que es este parlamento, donde apenas quedan verdaderos representantes. 

Convocamos elecciones a cortes constituyentes para redactar una nueva carta magna que blinde de verdad nuestros derechos y no esta pantomima que aprobaron hace unas décadas. Presentamos también una reforma de la ley electoral para que cada voto, sea emitido desde donde sea, valga lo mismo a la hora del escrutinio, una reforma que permita al ciudadano votar a una persona y no a una lista dictada por los órganos de los partidos, pues deseamos que los políticos se desvivan por el ciudadano y no por su partido. Los escaños habrá que ganarlos en la calle y no en sus sedes, donde sólo se respira competencia entre compañeros por alcanzar el poder.

Se trata del primero de muchos pasos, por supuesto, pero somos conscientes de que para cambiar este país, para cambiar este modelo, necesitamos empezar por los cimientos sobre los que se asienta. Anhelamos una nación de la que sentirnos orgullosos, una nación que nos acoja como hijos y no que nos obligue a partir al extranjero para tratar de ganarnos la vida, una nación llevada por gente honrada que rinda sus cuentas ante los ciudadanos y que gobierne por y para ellos. 

Por ello, les exhorto en mi nombre y en el de toda la ciudadanía a cambiar el rumbo. Les pido disculpas por los métodos que he tomado hoy, pero está claro que inundar las calles cada semana no parece suficiente. A veces hay que usar métodos expeditivos para ser escuchado y está claro que a ustedes hay que hacerles bajar de la burbuja en la que están instalados para que vean la realidad de su ciudadanía, una ciudadanía que pierde sus casas, sus trabajos y sus sueños, una ciudadanía que cada día tiene menos que llevarse a la boca. 

Ahora son ustedes los que deben recoger el guante. 

No se preocupen, ya me marcho. Pueden seguir discutiendo sobre quién lo hizo peor mientras estaba en el gobierno, sobre cómo privatizar el sistema sanitario para otorgar su explotación a algún amigo o sobre cómo poner más zancadillas a la comunidad de un país que necesita ayuda urgente. Si no cambian el rumbo, les advierto que el hambre dará lugar a revueltas y revoluciones, así que ustedes verán hacia dónde dirigen sus pasos. 

Me voy, pero espero dejar en ustedes la profunda huella de una ciudadanía harta.


En ese instante, lanzó una mirada de lástima al presidente, que seguía presa del pánico. En el fondo son una cuadrilla de cobardes, pensó, en cuanto oyen dos disparos te aprueban cualquier propuesta de ley que presentes. Hay que ver...