martes, 30 de noviembre de 2010

Me queda la palabra

Cuando desde la más tierna infancia has escuchado una voz, permanece por siempre intacta en tu memoria pasen los años que pasen. Cuando esa voz ha cantado los versos más hermosos y célebres de la poesía en lengua española (bien de nuestro país, bien de América Latina) entonces se convierten en algo inherente a tu mente y tus sentimientos. Blas de Otero, Alberti, Neruda, Guillén, Hernández, Lorca, Celaya, Góngora, Quevedo, Manrique... todos ellos y otros tantos llegaron un día a mi oído en su voz y en los acordes de su guitarra.

Hoy salió de nuevo al escenario en el Teatro Principal de mi ciudad, Zaragoza. Paco Ibáñez solo frente al público, con la única compañía de su inseparable guitarra. El atrezzo estaba compuesto por una silla en la que Ibáñez apoya su pierna izquierda flexionada, como en esas instantáneas de sus conciertos en el Olympia de París, una moqueta roja y una mesa con mantel negro sobre la que había un vaso de agua. Sobriedad absoluta. Su vestuario oscuro permanece intacto, escondiendo su vejez, mas su pelo blanquecino da fe del paso de los años.

A pesar de esto, Ibáñez conserva inalterable sus ansias de lucha, de libertad. Dedicó el concierto a la figura de Labordeta, poniéndolo como ejemplo de ciudadano y hombre al sevicio de los hombres. Nos exhortó en cada discurso a alzarnos contra aquellos que quieren manejar nuestros hilos a perder nuestra condición de títeres, levantarnos contra las injusticias sociales, juzgar a los criminales que todavía quedan impunes tras la puta guerra, exigir a nuestros gobernantes lealtad a sus principios, lealtad al pueblo que dicen representar. Nosotros hemos de ser los propios guías de nuestros destinos.

La noche de hoy permanecerá por siempre en mi recuerdo, pues tal vez haya sido la única ocasión que he tenido de verle en concierto. Ojalá su voz resista por mucho tiempo el envite de la edad y sus cantos permanezcan por siempre en mi mente.

Un deseo

Ojalá al despertar una densa capa de nieve cubra la ciudad impidiéndonos cumplir con nuestras obligaciones por un día. Aunque sólo sea por un día.

domingo, 28 de noviembre de 2010

miércoles, 24 de noviembre de 2010

24 de noviembre

-Felicidades, Abuelo.

-(Silencio al otro lado del teléfono)

-¡Abuelo! ¡Felicidades!

-Eh...

-¿Qué día es hoy, Abuelo?

-(Silencio)

-¿Qué se dice cuando te felicitan, Abuelo?

-(Silencio)

Me doy por vencido y cedo el teléfono a mi madre. Tal vez ella pueda sacar alguna palabra de boca de mi abuelo, pero es obvio que el alzheimer va menguando cada día más sus capacidades físicas y mentales. Hoy cumple 86 años. Seguro que él lo sabe a pesar de todo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sáhara

Hoy he despertado alterado por un bullicio en la calle. Me he asomado a la ventana para comprobar qué ocurría cuando he visto a mi hermano Mohamed corriendo mientras era perseguido por un policía. Había mucho humo y se oían disparos hechos al aire. Junto a él había muchas más personas lanzando piedras contra los patrulleros, que respondían con balas. Mi madre se ha apresurado a apartarme de la ventana tapándome los ojos. Ha cerrado las cortinas quedándose la casa a oscuras. No tenemos nada salvo este habitáculo en el que vivimos mi madre, mi padre, mi hermano y yo, aunque desde hace tres noches mi padre no ha vuelto a casa. Marchó con el padre de mi amigo Djamil a "reclamar un trato justo para nuestro pueblo" según dijo y todavía no sé demasiado bien a qué se refería. Mi hermano dice que el rey de Marruecos es un tirano que quiere eliminar el pueblo saharaui, el pueblo al que pertenezco. Tal vez eso tenga algo que ver con el objetivo que busca mi padre. Mi madre dice que lo que está ocurriendo estos días en nuestro campamento es terrible y que seguramente tengamos que dejar nuestra casa. Tratan de ocultármelo hablando siempre en voz baja, pero no soy tonto. Sé qué sucede algo grave aunque no sé muy bien qué significa todo esto.

Quisiera hacer que cesara la tensión existente estos días en mi ciudad y poder ir a la escuela porque me gusta mucho leer. Me ha enseñado un grupo de voluntarios que ha venido a ayudarnos y me siento muy feliz. Pero ahora, con todo lo que acontece en las calles de El Aaiun es imposible salir de casa. Me gustaría salir a jugar con mi amigo Djamil, pero llevo días sin verle. Mi madre me dice que está bien y que su padre está con el mío de viaje. Yo finjo creérmelo pero intuyo que no es verdad. Intuyo que han desaparecido, que la policía les habrá hecho cosas malas que no puedo imaginar. Sólo quiero que vuelvan pronto a casa.

Ahora me voy a dormir. Mis amigos voluntarios también me han enseñado a escribir y me gusta mucho. Tal vez algún día escriba cuentos como los que leo en mi pequeña escuela. Quiero ser un escritor y contar a los niños que viven en Europa que aquí también hay niños que jugamos con los juguetes que ellos ya no utilizan, que usamos la ropa que a ellos se les ha quedado pequeña y reímos con los libros que ya no leen.

No sé si alguien me leerá al otro lado del mundo, pero espero que sepan que aquí, en un país llamado Marruecos, hay un pueblo oprimido que sufre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Rumbo a una vida mejor

Una vez hubo atravesado la alambrada, se puso a refugio entre unos matorrales mientras un can de aspecto terrible merodeaba no lejos de su posición. Comprobó en su reloj digital la hora mientras trataba de recordar cuánto tiempo había pasado desde su huida. Hasta ese instante se hallaba recluido en un habitáculo de dimensiones reducidas sin ventanas. Sólo la puerta que daba al exterior le permitía tres veces al día contemplar la luz del Sol, en los momentos que le eran dados el desayuno, la comida y la cena. El resto del tiempo discurría en una penumbra total sin ningún tipo de aliciente para pasar el tiempo salvo sus propios pensamientos. Venía a su mente el rostro de su hija en forma de vívido recuerdo. Podía percibir su sonrisa de ángel, escuchar sus carcajadas cuando le contaba aquellos cuentos que un día a él le contó su padre para olvidar la miseria en la que vivían. La voz de su mujer recordándole cuánto le ama resonaba límpida y dulce en su memoria. Deseó hacer el amor con ella una vez más. La imaginó en su desnudez totalmente exultante de belleza. Veía su cuerpo nítido, palpaba su piel oscura que al despertar volvía a inundarlo todo a su alrededor, pues no había nada más en ese ínfimo zulo salvo el negro de la penumbra absoluta.

Hacía unas horas, cuando uno de sus secuestradores olvidó cerrar la puerta con llave al marchar, en un descuido poco propio de alguien que se dedica a la extorsión de emigrantes sin papeles, se deshizo como pudo de la mordaza que le impedía moverse y salió corriendo. Los primeros metros fueron un infierno. Sus huesos y músculos se hallaban entumecidos, pesados. Tenía la sensación de llevar adheridos a sus extremidades sacos de cincuenta kilos de peso, pero las ansias de libertad le hicieron correr como si fuera el fin del mundo. Sentía su corazón palpitar con tanta fuerza como si le fuera a estallar. Escuchaba los latidos cada vez más apresurados en lo más profundo de sus entrañas, el batir de un tambor anunciando el inicio de la batalla. Corría y corría sin seguir un rumbo fijo, inspirado por una fuerza sobrenatural. Corrió hasta que su pie descubrió repentinamente un desnivel que le hizo caer entre los matojos donde ahora se encontraba. Estaba tendido en el suelo, exhausto debido al gran esfuerzo realizado. El entumecimiento de sus huesos había desaparecido debido al sentimiento de libertad que ahora le embargaba. Sin embargo, la figura desafiante de aquel dóberman le obligaba a calmar cuanto antes el ritmo de sus pulsaciones así como el de su respiración. Era difícil en su estado. El can se paseó muy cerca de su posición mientras olisqueaba el terreno en busca de algo que llevarse a la boca. Su aspecto fiero le hizo pensar que tal vez perteneciera a sus secuestradores y para evitar llamar su atención permaneció completamente inmóvil. Escuchaba perfectamente el sonido de las pisadas aproximándose hacia su escondrijo. Percibía la acelerada respiración del animal e imaginaba su boca abierta con la lengua colgando. Repentinamente, el sonido de varios disparos rompió el silencio reinante en la pradera y el perro marchó corriendo hacia el lugar donde se había producido el estruendo. Entonces, Abel -así se llama el protagonista de esta historia-, se puso en pie sin pensárselo dos veces. Oteó la planicie en la que se hallaba cerciorándose de la inexistencia de peligro en ese momento. Todo parecía plácido tras la ráfaga dirigida poco antes seguramente contra algún grupo de emigrantes que no habrían aceptado las premisas impuestas por sus secuestradores para ser libres. Él se podía considerar afortunado.

Ahora debía empezar de nuevo a caminar en busca de la senda que le llevará a los Estados Unidos. Es un camino largo y harto complicado, pues los malhechores acechan en cualquier rincón, en cualquier tren, detrás de cualquier árbol, coche o puesto de tacos. Acababa de llegar a México procedente de Guatemala, donde en una pequeña aldea cercana a Río Seco le esperaban una mujer y una hermosa niña de las que ya os hablé hace un momento. Ojalá Abel vea colmados sus deseos de bienestar para su familia.

18.000 migrantes centroamericanos son secuestrados en México cada año en su búsqueda de la prosperidad.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Brevedad

Y cuando al fin cayó la noche, tu sonrisa siguió acompañándome en mis sueños.

Fragmento de "El amor y otros problemas". M.B.

Caí en la cuenta de que tus besos ya no me llenaban hace tiempo. No fue algo instantáneo, pues precisé de muchos días para cerciorarme de este hecho. Ahora que mi amor por ti ha perdido su pureza, pues si de veras te amaba jamás lo habría planteado, continúo mi marcha en busca de nuevos corazones por conquistar, introduciéndome en el alma de nuevas y hermosas mujeres al acecho de un amor para toda la vida. Tal vez debería tomar de una vez la decisión de dejarlo todo y centrar mis intereses en socavar la información necesaria, en transgredir las reglas más elementales de la ética y martirizar de manera inhumana a cuantos corazones sean necesarios para tener en mi mano ese amor que tanto anhelo.

Quiero verme inducido por el campo gravitatorio de un agujero negro. Sentir de una vez esa compresión absoluta, experimentar la reducción a un tamaño infinitamente menor al que ahora poseo. Que mis órganos exploten, mis huesos convertidos en polvo vuelvan a su estado originario, pues la materia ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Así, que el amor me haga perder la coraza formada por mi cuerpo, me extasíe hasta el extremo de olvidar la noción del mundo y mueran las horas en la incomprensión más absoluta.

Entonces seré feliz.