jueves, 18 de agosto de 2022

En cada mano que se tiende escribo tu nombre

 Qué grande estás, Lorién. ¿Te gusta tu nombre? Desde que lo escuché hace años por primera vez me encantó y siempre se lo quise poner a mi hijo. Por suerte, a tu madre también le gusta y, aunque había otras opciones, nos hemos decantado por él. Es un nombre aragonés, una lengua que sobrevive en apenas unos pocos valles del Pirineo, por lo que me parece una bonita forma de mantenerlo con vida, y espero que te dé un carácter de resistencia ante las adversidades que encontrarás en tu existencia. 

Qué grande estás, decía. Hay que ver cómo te han ido creciendo las manos y los pies. Son tan bonitos. Manos que de aquí a pocos meses agarrarán nuestras manos y nuestra vida con una fuerza inusitada. Pies que servirán como soporte para tu cuerpo cuando decidas aprender a andar y a corretear por la casa. La doctora nos ha ido enseñando cada parte de ti: desde los ojos, la pequeña nariz y tu boca, hasta los órganos que ya se han formado, como el estómago, o incluso los huesos que van componiendo tu esqueleto. Qué columna vertebral tan bonita. Nunca pensé que un hueso pudiera parecerme algo tan hermoso, pero en ti todo lo es. 

Hemos vuelto a escuchar tu corazón lleno de fuerza, un latido indomable que anhela vivir y ser vivido. Hemos visto cómo se expandía y contraía sin parar, como un pequeño bombo que suena constante e inequívoco, marcando el pulso de tu cuerpo. 

Pero lo más tranquilizador ha sido el hecho de saber que los quistes detectados hace unos días han desaparecido. Sabemos que estás bien, que eres un chico sano y fuerte, y pesas ya más de trescientos cincuenta gramos. Nos da una paz absoluta ser conscientes de que tu desarrollo avanza a buen ritmo y sin problemas. 

No sabes cuánta ropa y regalos estamos acumulando estos días. Cada vez que vamos a casa de tus abuelos, te han comprado algún vestido o cualquier elemento que pueda resultarnos útil para tus primeros meses. Incluso tu bisabuela Pilar quiere bordarte alguna sabanica para que guardes siempre un recuerdo de ella. Ya le digo que no se preocupe, que te va a disfrutar durante mucho tiempo. Tu bisabuela Toñí, que es más mayor y la cabeza no le funciona tan bien, te espera igualmente impaciente. Cada día le recuerdo que va a tener un biznieto y me mira con una alegría inusitada. Se le iluminan los ojos a sus noventa y seis años y me coge de la mano cuando me siento a su lado. 

Espero que puedas disfrutar de toda la gente que ha sido importante para mí, aunque algunos ya no estén desde hace algunos años. El hecho de conocer a tus ancestros es un privilegio que seguro valorarás cuando seas mayor, a pesar de que guardes un vago recuerdo de ellos. La memoria de las generaciones que nos han precedido es un regalo que intentaré enseñarte a apreciar, pues un mundo que olvida es un mundo condenado a la inopia y a la frivolidad.

Se nos van a hacer largas estas semanas hasta que volvamos a verte, allá por el uno de diciembre, así que intentaremos no pensar en todo el tiempo que queda hasta entonces e iremos hablándote y poniéndote música para que tu oído se vaya educando. No creo que puedas recordar nada de lo que te vayamos diciendo, pero al menos así podrás reconocernos cuando nazcas y sabrás que estaremos siempre contigo.

 

domingo, 7 de agosto de 2022

Buena nueva

 Por fin sabemos que eres un niño. No sabes cuánto nos hemos emocionado. Nos habría parecido bien cualquiera de las dos opciones posibles, pero tendrías que haber viso las lágrimas de alegría de tu madre. Yo andaba más preocupado pensando en esos pequeños quistes a los que la doctora ha quitado toda importancia, y mi amigo Juan también me ha dicho que desaparecerán igual que han aparecido, así que debería estar tranquilo. Sin embargo, ahora mismo no hay nada más importante que tú. Nada más importante que tu salud y cada parte de tu cuerpo que se va formando y creciendo día a día. Nuestro único deseo es que llegues fuerte y con salud, pues este mundo es difícil y hace falta una buena dosis de energía para ser feliz y resistir las adversidades a las que todos debemos enfrentarnos.

Ayer, al verte en la pantalla, tu madre y yo esbozamos una sonrisa mientras chupabas tu dedo pulgar. Somos nuevos en esto y, aunque vamos leyendo cómo es tu evolución en el útero, es precioso ver cómo adquieres gestos propios de un bebé, aunque apenas midas quince centímetros y peses doscientos treinta y seis gramos. Te vas pareciendo poco a poco a una persona, y no sabes cómo late tu corazón. Lo vimos y lo escuchamos de maravilla. Parecía una pequeña mancha de colores en la pantalla, pero los movimientos eran inconfundibles: un latido constante a una gran velocidad, como un metrónomo en modo alegro. Está claro que tienes una ganas enormes de vivir.

Esta semana te has movido como nunca. Quizá siempre te has movido pero es ahora cuando tu madre lo empieza a notar con más intensidad. Incluso yo te he sentido al apoyar mi mano sobre su vientre. Parecías una pequeña culebrilla discurriendo al otro lado, muy tenue y lejana. Pero bueno, ya irás creciendo y haciéndote notar para quienes nos morimos de ganas por verte, abrazarte y besarte. Irás descubriendo que en la vida no hay nada más importante que el amor, y vas a tener la suerte de estar rodeado de gente que te lo va a dar a raudales. Eso sí, nadie con tanta intensidad como tu madre y yo. Vas a vivir en un hogar con dos personas que te adoramos e intentaremos proporcionarte las herramientas para que tengas una vida plena. Un hogar que iremos preparando en estos meses que faltan para que llegues, donde no te falte ninguna comodidad dentro de nuestras posibilidades. Un hogar donde antes ya de tu llegada se respira el amor en cada esquina, pues eres el resultado del amor que tu madre y yo sentimos el uno por el otro, y que no ha hecho sino acrecentarse desde que sabemos de tu próxima llegada.


lunes, 27 de junio de 2022

La primera vez que te vimos

 Y un día, de repente, hay vida. Has estudiado una y mil veces el proceso en el colegio, lo has visto en documentales. Ya sabes cómo ocurre. El cigoto surge tras la unión de los gametos masculino y femenino y, poco a poco, se van produciendo los pasos necesarios para que se forme un feto donde se van desarrollando extremidades, huesos, órganos: un ser humano.

Sin embargo, todo cambia cuando ese ser que aparece en la pantalla es tu futuro hijo -o hija, que aún no lo sabemos-. Cuando esos latidos algo distorsionados marcan el ritmo de un corazón ansioso por vivir, fundiéndose con los de su madre. Cuando ese futuro bebé gira molesto ante los movimientos que la sonografista realiza con la sonda, tratando de hallar la evidencia de un sexo definido. Entonces tomas la mano de tu pareja, que yace en la camilla en una posición no demasiado cómoda y, casi sin apartar la vista del monitor, os lanzáis una mirada cómplice de felicidad. Habéis pasado momentos de muchos nervios e inquietud mientras la doctora exploraba en silencio. Qué largos se hacen esos instantes hasta que salen de su boca esas palabras: "el desarrollo del feto es normal. Va todo bien". 

Parece mentira que, en apenas unos segundos, tu forma de ver el mundo y la vida cambie de manera tan radical. Cómo algo tan pequeño es capaz de arrebatarte todos tus pensamientos, tu atención y tu amor. Cómo todos los problemas y males que nos azotan parecen lejanos, imperceptibles, como si estuvieran a años luz de distancia, perdidos en un lejano punto del firmamento. 




lunes, 16 de mayo de 2022

Adiós, tía Pili

 Hace mucho que no entro por aquí, y la última vez que lo hice fue en unas condiciones parecidas a las actuales, con mi padre ingresado tras una operación de corazón. Ahora bien, la situación ahora es diferente, pues mi padre va evolucionando bien, aunque lentamente, y parece que se recuperará de forma más exitosa que hace tres años. 

Sin embargo, hoy estoy aquí debido al fallecimiento de mi tía Pili. Ha sido una persona que nos ha querido mucho y me sabe mal no haber podido despedirme de ella, pues tras su ingreso el viernes en urgencias, los médicos habían conseguido estabilizar su situación y, a pesar de ello, todo se ha precipitado y ha fallecido hace unas pocas horas. 

Mi tía Pili era en realidad mi tía abuela pero siempre obviábamos ese segundo título para simplificarlo. Era la hermana menor de mi abuela Toñi y siempre ha vivido sola en su querido barrio de Torrero. Solía bajar todas las semanas a ver a su hermana mayor, con quien pasaba tardes haciéndose compañía la una a la otra. También tenía su grupo de amigas, con las que quedaba a menudo, y a las que he de confesar que nunca he conocido. Mi tía llevó siempre una vida bastante independiente y, pese a que siempre hubo mucho cariño y afecto, nunca supe apenas nada de su vida personal. No sé si alguna vez llegó a tener pareja, si llegó a estar enamorada, algo que quizá pude haberle preguntado si no fuera tan prudente.

Hace unas tres semanas que la vi por última vez. Fue en la comida del 23 de abril en casa de mis padres, pues se unía a nosotros siempre que había alguna celebración. Vino, como siempre, acompañada de uno de los riquísimos flanes que preparaba y con los que nos obsequiaba cuando tenía ocasión. Aquel día también nos dios propina a mi hermano y a mí, algo en lo que es igual que su hermana. Nos llamaba misteriosamente para darnos el dinero a escondidas, bajo mano, de forma casi clandestina, en una especie de ritual. Tampoco se privó de sus copas de vino, que le encantó tomar hasta el último momento. Quién sabe, tal vez ese haya sido el secreto de su longevidad.

Mi padre y mi tío se ocuparon de ella durante estos últimos años, ayudándola a realizar diferentes trámites o acompañándola al médico cuando lo necesitaba. Han ejercido de sobrinos hasta el final, incluso cuando, obedeciendo las órdenes de los médicos, la internaron en una residencia mientras se recuperaba de su penúltimo ingreso hospitalario. Ha aguantado menos de una semana en ese lugar. No hay duda de que al sacar a una persona mayor de su hábitat, suele desorientarse. Pierde cualquier tipo de identidad, y ello unido a los problemas de salud que padecía, ha desembocado  en un final precipitado. A mi padre le queda el dolor de haber visto a mi tía disgustada con él y con mi tío por haber tomado esta decisión, pero era algo irremediable. No pudo volver a hablar con ella desde que lo ingresaron para su delicada operación, y el disgusto que ella tenía la última vez que lo hicieron le sigue pesando en la conciencia. Sin embargo, el hecho de ingresarla en la residencia era irremediable. Estaba extremadamente débil y no podía valerse por sí misma, y algo que iba a ser temporal ha terminado siendo definitivo. 

Creo que lo más difícil ahora va a ser no decirle nada a mi abuela, pues ya ha perdido buena parte de sus facultades mentales y, quizá, olvide la noticia al poco rato de dársela. O quizá sí sea consciente de la pérdida y le afecte profundamente, pues era la única hermana que le quedaba con vida. Nos da miedo que esto ocurra y, como tampoco pregunta por las personas a las que hace tiempo que no ve, creemos que lo mejor es no contárselo. Prefiero seguir haciéndole compañía un ratico cada día, aunque esta última semana hemos estado muy ajetreados por nuestras continuas visitas al hospital, y apenas he tenido tiempo de verla. 

En el fondo, me siento afortunado por haber disfrutado tantos años de mis ancestros más próximos, pues es algo que mis padres apenas pudieron saborear. Mi tía Pili ha fallecido, pero todavía puedo seguir compartiendo momentos con mis abuelas, algo que a mis treinta y cuatro años es un privilegio. Que duren mucho tiempo ambas.

  

domingo, 7 de julio de 2019

Certezas

Por primera vez en mis treinta y un años de vida tengo la certeza de que en algún momento mi padre y mi madre van a morir. Con esto no quiero decir que no supiera que en algún momento vaya a ocurrir, pero lo veía como algo tan lejano que no merecía la pena pararse a pensar en ello. Y ahora que veo a mi padre postrado, en un momento en el que los médicos son incapaces de asegurarnos que todo vaya a salir bien, siento un sudor frío, las tripas revueltas y un vacío abismal comparable al que sientes cuando te asomas a un precipicio.

Es difícil hallar consuelo en estas situaciones. Puedes intentar rodearte de tu pareja, tus amigos o tu familia, pero cuando se trata de alguien tan importante, decisivo e influyente en tu vida como una figura paterna, los pensamientos vuelan solos y vienen a tu mente cuando menos te lo esperas. E intentas no pensar en lo peor, en que al final todo saldrá bien y tu padre volverá a casa para estar junto a tu madre muchos años más. Y se jubilará, y te ayudará a criar a sus nietos, les enseñará a ser tan buenas personas como él, a ser un ser humano tan excepcional como humilde.

Porque a mi padre es imposible no quererlo. Eso os lo podrán asegurar todos cuantos le conocen. Bueno, alguno habrá por ahí al que no le caiga del todo bien, pero seguro que ha sido porque tuvo algún roce por alguna mala actitud o falta de compañerismo en el trabajo, nunca por parte de mi padre. No conozco a persona más justa que él. Jamás lo he visto cometer una mala acción contra nadie, ni mentir, ni dudar cuando alguien le pedía ayuda. Siempre ha estado del lado de sus amigos cuando lo han necesitado, al lado de su familia y al lado de sus hijos, por supuesto. Víctor, que necesito algo de dinero porque si no me quedo en la calle: Víctor movía cielo y tierra para conseguirlo. Víctor, que mi hijo tiene un problema en el instituto y no sé cómo resolverlo: Víctor hablaba con algún conocido para que pudiera ayudar. No creo que conozcáis a nadie que conozca a tanta gente y sea tan querido por toda esa gente.

Como padre es ejemplar. Nos ha dado a mi hermano y a mí la mejor educación que podíamos tener. Nos ha enseñado a distinguir el bien del mal, a llevarnos bien con todo el mundo -o al menos a intentarlo, que no siempre se puede- y a tener una vida sana y ordenada. Y por supuesto, a buscar los mejores precios en el supermercado, y a contar algunos de los peores chistes que podáis oír, aunque hemos de reconocer que alguno bueno se sabe. Ojalá yo pueda ser algún día tan buen padre para mis hijos como mi padre lo ha sido para mí. Con eso me contentaría. Con eso podría morir feliz.

Después de haber escrito estas breves líneas me siento mucho mejor. Creo que podría seguir tecleando durante mucho más rato si no fueran las tres y media de la mañana, más todavía si tenemos en cuenta que el día ha sido largo en el hospital y que aún me quedan tres horas y media de trabajo por delante. Pero creo que he descrito brevemente por qué mi padre es la mejor persona que conozco. Me siento mucho más optimista de cara a los días que vienen y estas lágrimas que recorren ahora mi mejilla no son de tristeza, sino de felicidad por tener un padre del que sentirse profundamente orgulloso.

jueves, 23 de noviembre de 2017

IN MEMORIAM

El del viento era el único sonido que alteraba el silencio de aquella calurosa tarde de verano. Es cierto que el silbido de algún vencejo, o incluso el canto de alguna tórtola adornaban la calma que se respiraba a los pies de la colina sobre la que se levantaba, cubierto por un espeso pinar, el cementerio. Tal era la magnitud de los árboles, que era necesario subir la empinada cuesta asfaltada para vislumbrar los pequeños muros de piedra gris del camposanto, una construcción sencilla aunque duradera. No era habitual que sus puertas se abrieran para acoger la llegada de algún cortejo fúnebre, pues allá abajo, en el pueblo, no vivía demasiada gente y muy pocas veces al año las campanas de la iglesia tocaban a muerto. En esas ocasiones, no había quien faltara a la misa ni a dar el pésame a la familia, pues todos se conocían y todos provenían de unos parecidos orígenes humildes, por lo que las pequeñas rencillas que la convivencia pudiera provocar en una población tan pequeña quedaban de lado, y todos lloraban la muerte de un vecino que, muy posiblemente, no tendría un relevo generacional. 

Mientras Daniel jugaba con unas pequeñas cañas de junco en la acequia o lanzaba piedras al agua, su abuela miraba impaciente hacia lo alto de la cuesta del cementerio, por donde debía aparecer su marido de un momento a otro. Sin embargo, Daniel estaba tranquilo, pues sabía que en primer lugar se oía siempre el traqueteo del motor del viejo Barreiros, el tractor rojo de su abuelo, que a él le parecía el tractor más maravilloso del mundo a pesar de ser bastante más humilde que los de sus vecinos. Daniel no lo cambiaría por el mejor John Deere o por el último modelo de Massey Ferguson, porque los otros, aun con sus imponentes ruedas y sus cómodas escalerillas para acceder a la cabina, no tenían ese pequeño elevador en el que su abuelo lo subía para después tenderle la mano y sentarlo a su lado, en la pequeña repisa situada sobre la rueda trasera que siempre dejaba despejada para posar a su nieto.

Así, Daniel marchaba feliz, pero no feliz de cualquier manera. Feliz de ir junto a su abuelo, que volvía tras una larga jornada en el campo, a quien no había visto en todo el día, y disfrutando de lo que más le gustaba, que era ir en su tractor. Su cuerpo se agitaba por las fuertes vibraciones del motor, causándole la sensación de que iban a hacer saltar las piezas en cualquier momento, pero le gustaba notar cómo su voz se agitaba mientras hablaba con su abuelo en el breve trayecto a casa.

Primero atravesaban el camino de piedras bajo el pinar, para después pasar al asfalto de la calle Riberanos, la más septentrional de El Bayo. Más allá, los sempiternos pinares, los huertos y los campos de cereal, que habían supuesto el mayor medio de subsistencia de los habitantes del pueblo pero que, poco a poco, habían ido dejando de ser tan rentables. Las generaciones jóvenes habían buscado el sustento fuera del pueblo, y muchos habían emigrado a Ejea o a la capital, quedando El Bayo como lugar de descanso en el verano, puentes o fines de semana. Daniel era hijo de esa generación, pues todos sus tíos y tías, así como su madre, habían abandonado el pueblo durante su juventud y de una casa de nueve hijos sólo habían quedado allí sus abuelos, resistiendo con imperturbable serenidad.

Cuando por fin llegaban a casa, su abuelo bajaba del tractor para abrir la puerta del corral y Daniel se quedaba sentado en la repisa intentando alargar un poco más el viaje. Su abuela todavía caminaba tranquila de regreso a casa, pues le gustaba pasear mientras veía alejarse el tractor a través de los pinos, con su marido y su nieto felices a bordo. Y eran felices porque parecía que la vida iba a ser así siempre, porque no merecía la pena pensar en el futuro. Porque quizá en esos momentos se encuentra el paraíso que tanto anhelamos. El paraíso en el que habita mi abuelo o, al menos, en el que me gusta imaginarlo.

domingo, 2 de abril de 2017

22 de marzo de 2017

Querido abuelo:
Hace hoy cien años que naciste. Y había que tener valor para hacerlo en un momento tan convulso. Una revolución en ciernes en Rusia, una terrible guerra que asolaba Europa y uno de los años más conflictivos de la España del siglo XX -que ya es decir-. Ahora bien, reconozco que elegiste un lugar privilegiado. Dudo de la existencia de lugares más tranquilos y hermosos que Tobed, ese pueblecito a orillas del río Grío, rodeado de olivos, melocotoneros, cerezos y todos los árboles frutales que uno pueda imaginar, del que siempre fuiste un amante enloquecido. 

Siempre que nos hablabas de tu infancia lo hacías de tu madre, Vicenta Orueta. Menuda mujer debió de ser mi bisabuela. No te miento si te digo que es una de las personas que más me habría gustado conocer. Y es que, en una época en que lo habitual era encontrar a las mujeres en la casa criando a los hijos, mi bisabuela se dedicó a la enseñanza, recorriendo escuelas en las que impartir sus lecciones. Y tú, siempre con ella, ya fuera en Calatayud o en Belandia, ese agreste rincón de Vizcaya del que tanto te gustaba hablarnos. Por cierto, Ángel Durana, tu amigo de la infancia, sigue recordándote a pesar de sus casi cien años. Y esa es otra de las cosas que más me gustaban de ti, abuelo, tu nobleza, fidelidad y amor incondicional a cuantos formábamos parte de tu vida.

Sin duda, tu espíritu aventurero y tu amor por la docencia los heredaste de tu madre. Nunca me cansaba de escuchar esas historias que nos contabas de tus años como maestro en Guinea. Te dieron incluso para escribir el manual que empleaban los alumnos en la escuela. Todavía conservamos -y lo haremos siempre- unos pocos ejemplares ya muy ajados por el paso del tiempo, pero se pueden leer con comodidad. No te voy a negar que me resulta muy absurda la idea de que unos chavales guineanos tomaran a Franco por su caudillo o a la virgen del Pilar por su patrona, pero también conozco y entiendo el contexto en que fue escrito. 

Uno de mis momentos favoritos de la infancia era ir contigo a Tobed en el coche y surcar la carretera de Santa Cruz de Grío mientras nos contabas los cuentos que inventabas cuando mi padre y mi tío eran pequeños y se les hacía largo el viaje. Me parece una genialidad que incitaras a mi padre a comer bien con la historia de "La carrasca encantada" y me resulta especialmente bonita la de "El moro encantado", pues podría ser perfectamente una de esas leyendas de la época de la mal llamada reconquista que todavía perviven. 

Me he ido un rato a mirar una vez más las fotos en las que salimos juntos, dejando esto a medias porque no me terminaban de salir las palabras y porque la emoción tampoco me permitía seguir escribiendo. Parece mentira que aunque te marcharas hace diez años siga tan vivo tu recuerdo. Hay veces que todavía te oigo llamando "aló, aló" con tu voz grave y fuerte pero llena de calidez, de tu ventana a la mía. Menos mal que todavía está la abuela y ella nos sigue saludando con la mejor de sus sonrisas cuando nos asomamos a la vez a la ventana. No sabes cuánto te echa de menos. Creo que si de alguien he aprendido lo que era el amor, ha sido de vosotros y de mis abuelos Mariano y Pilar. Toda una vida juntos y ellas, aunque viudas, siguen amándoos como si aún siguierais aquí. Como si el tiempo se hubiera detenido el día que os marchasteis. 

Y es que, uno de los momentos más duros de mi vida fue cuando sacaban tu cuerpo inerte de tu habitación y yo abrazaba a mi abuela en el cuarto de al lado, sentados y abatidos. Tratando de consolarla cerré la puerta para que no viera cómo esos dos extraños se te llevaban dentro de ese horrible saco. Nunca supe lo que era la tristeza hasta ese momento. Y mira que hoy no quería recordar ese día, pero esto de los sentimientos y de los recuerdos es difícil de controlar cuando se abren en canal.

Me despido con esta fotografía donde salimos los dos. Yo apenas era una criatura de unos meses de vida y te miraba divertido e inocente mientras me hacías alguna monería. Soy incapaz de recordar ese momento pero seguro que en ese instante no había nada más importante que nosotros. Ahí estábamos Daniel Salanova frente a Daniel Salanova. Con qué orgullo decías siempre mi nombre. Nos quedaban todavía diecinueve años para conocernos y disfrutar el uno del otro. Ojalá volvieran a empezar.

Feliz cien cumpleaños, abuelo.