sábado, 9 de enero de 2010

Almas

Miré mi mano. No tenía líneas ni arrugas. La M que hasta ese instante había ocupado la palma no se hallaba en su antiguo lugar. Cualquier creyente en el esoterismo me vería como alguien sin futuro, pues no serían capaces de leerlo. Prefiero esto a que me desvelen mi destino. Me gustan las sorpresas. Siempre me he dejado llevar por cuanto sucede a mi alrededor; he sido un completo estoico. He aceptado todos los hechos habidos en mi vida y lo seguiré haciendo hasta el mismo momento de mi muerte.

Ahora que mi entrega a los designios de cualquier demiurgo es total, me evado por completo de mi cuerpo. Sólo se trata de una carcasa cuya única utilidad es albergar mi alma, un alma deseosa de libertad. Sin embargo, estoy contento con él; me gusta. Mis dedos, los cuales pertenecen a esta coraza, se mueven sobre el teclado escribiendo las palabras dictadas por mi alma. Eso sí, no creo en ningún paraíso ni lugar especial al lado de ningún dios, sino en un emplazamiento donde el saber sea lo más importante, donde la cultura protagonice todos los actos y las almas de mis hermanos se unan a la mía y puedan compartir entre ellas todo conocimiento que alberguen.

Me pica el brazo. Esto es un símbolo de imperfección. El cuerpo no es puro ni inmaculado. Tiene fallos. A menudo se introducen en él virus y bacterias o algún tipo de reacción genética activa su destrucción. El dolor que soporta también afecta al alma, pues mientras vive en esta armadura, forma parte de ella como un elemento más. Sufre mucho, pero siempre tiene consciencia de su pronta liberación. Es una esclava para quien la muerte es una ceremonia de manumisión, el retorno a su naturaleza inmortal, pues en algún momento fue cautiva por ese cuerpo caduco.

Algún día tu alma, la mía y la de aquél de más allá volverán a flotar como entes en la infinitud del Universo. Un cosmos que nunca terminará.

Nunca

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