sábado, 3 de julio de 2010

Llegada al Nuevo Mundo

Mientras desciende el avión entre grises nubes de tormenta, el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven suena en mis cascos, dando al momento del aterrizaje mayor emoción. Poco a poco se atisban los edificios de la inmensa Ciudad de México. Una incabable maraña de calles y bloques de hormigón se extiende bajo nuestros pies, discurriendo millones de coches de manera caótica y ciudadanos que aún parecen hormigas desde la altura a la que nos encontramos.

Una vez en tierra, todo se vuelve mucho más real, pues mientras sobrevuelas la ciudad no crees ver lo que estás viendo. Ahora se dramatiza la escena, el tráfico es mucho peor de lo que parecía. Los intermitentes parecen están de adorno y los policías miran desinteresadamente el caos que discurre de manera sorprendentemente ordenada. Miro con curiosidad todo cuanto pasa por la ventanilla del coche. Farmacias con las puertas abiertas de par en par, tiendas de muebles cerradas ya a cal y canto, pues son cerca de las ocho de la tarde. Comercios de todo tipo se amontonan en las grandes avenidas, restaurantes que no cierran y bares de copas con gorilas a la entrada. Me encuentro en la ciudad más grande del planeta.

El olor es extraño. La contaminación es muy intensa y eso se nota en el ambiente. Sin embargo, los restaurantes y puestos donde venden tacos y otros productos típicos de aquí, dan un toque delicioso al aroma de la ciudad. El cielo encapotado y la amenaza de lluvia hacen que la humedad sea grande y no hemos de olvidar que nos encontramos a unos mil doscientos metros de altura sobre el nivel del mar.

Me gusta la calma con la que vive la gente. No hay prisas pero sí mucha amabilidad. La hospitalidad de los mexicanos es infinita y a veces incluso te sientes agobiado, pues es difícil encontrar en los bares y restaurantes de España un trato tan cercano. Te hablan con dulzura, te preguntan dos veces por minuto si todo está bien y te halagan comentando el buen papel que España está haciendo en el Mundial. Aquí el fútbol es casi una religión. La afición que hay por el deporte del balón se convierte en devoción. Anoche, la segunda pregunta que me hacía la gente era si me gustaba el fútbol. Les decía sinceramente que no mucho y ellos me miraban sorprendidos, pues creían que en España todos éramos hinchas de uno u otro club de fútbol. Enseguida cambiábamos el tema de conversación hacia la música, pues estaba claro que en eso sí coincidíamos.

Me siento en otro mundo. Todo es muy distinto, como podéis observar, pero a la vez muy parecido. La gente vive la vida de otra manera, pues las posibilidades que ofrece México no son tan grandes como las de Europa. Aún así, ellos se sienten orgullosos de su patria, ganada de manera tan dura contra el conquistador español. Luchan cada día por hacer un país mejor y en ellos se puede observar la alegría de vivir.

Seguiré descubriendo este lugar del mundo en los próximos días.

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