jueves, 13 de mayo de 2010

Con sabor a chocolate

Atravesó la verja que la separaba del bullicio urbano, giró su cabeza hacia donde me encontraba y vino corriendo impaciente, ansiosa por abrazarme. Abrí entonces mis brazos y la estreché entre ellos, transmitiéndole el poco calor que quedaba en mi cuerpo -Zaragoza a veces te sorprende con un frío día en pleno mes de mayo- sintiendo su cuerpo frágil, suave y tierno adherido al mío.

Portaba en su mano derecha un pequeño paquete envuelto en papel de alumnio. Enseguida me lo ofreció con una sonrisa inmensa. Su boca era una abertura mágica capaz de hacer desaparecer todo cuanto se encontraba a nuestro alrededor, convirtiéndose en el centro del universo, el punto exacto de la perfección, la belleza extrema.

Abrí el envoltorio intrigado, pero el aroma que emitía era inconfundible: chocolate en forma de pastel. La miré emocionado, pues me gusta tanto como a ella. Me devolvió la mirada con sus ojos radiantes, brillantes, plenos de alegría y me besó. Extraje una porción de pastel y la compartí con ella. Nunca antes me supo tan bueno este singular elemento. No sólo sabía a chocolate el pastel, sino que nuestros besos se contagiaron de ese sabor.

En ese momento, todo se convirtió en chocolate.

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