miércoles, 16 de febrero de 2011

Anonymous

Soy un consumidor habitual de música, cine y libros. Me gusta la oscuridad de las salas pues en ella se siente como en ningún otro lugar el poder hipnótico del séptimo arte. Adoro la sensación de abrir por primera vez un disco, extraer el cd de la funda e introducirlo en mi equipo musical para escucharlo en la intimidad de mi habitación. Disfruto también con el aroma de un nuevo libro, con el tacto de sus páginas todavía inmaculadas y la ilusión de ser la primera persona que lee las palabras en él escritas aunque se hayan vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

No me importa gastar dinero en conciertos, pues la música en directo despierta en mí sentimientos de bienestar únicos, un goce total ante el poder irresistible de un instrumento tañido con virtuosismo o un éxtasis cuando una orquesta sinfónica interpreta las obras más maravillosas de Stravinsky, Rimsky-Korsakov, Beethoven, Tchaikovsky, Mahler... pues no hay una manera más pura de alcanzar la esencia del ser humano. El jazz, el rock, el funk, el blues... también provocan en mí esa exaltación por un arte efímero, siempre cambiante y en constante evolución, pues la magia de la música reside en esa temporalidad, ya que viaja constantemente hacia nuestros oídos para después almacenarse en nuestros recuerdos muchas veces de una manera un tanto vaga. Finalmente, se marcha cuando el artista deja el escenario, cuando Marcus Miller posa su bajo en el soporte o Gary Burton suelta el pedal del vibráfono apagándose el último acorde percutido por sus baquetas. El problema de todo esto, es que parece haber pasado a un segundo plano, cuando se trata de la pieza más importante del engranaje. La industria musical ha absorbido todos los intereses, dirige a su libre albedrío un mercado que en su ámbito general ofrece unas alternativas penosas: músicas fáciles de escuchar que adormecen las mentes de la sociedad; canciones compuestas por dos acordes que hablan de ponerse ciego un sábado por la noche o de una tía a la que no te puedes tirar. Sin embargo, existe otro mundo más allá de los 40 principales. Sí, probemos a descubrirlo.

Los sentimientos experimentados en un concierto no se pueden vender ni comprar. El precio de una entrada es meramente simbólico, pues un artista debe vivir de alguna manera y el valor de su arte es incalculable. Los discos son meros cauces para entrar en contacto con un público que según su criterio irá posteriormente o no a verle actuar en directo, pues de alguna manera, el ciudadano de a pie siente la necesidad de saber con certeza qué es exactamente lo que va a ver y escuchar. Por eso usted, señora Sinde, no puede arrebatarnos nuestro derecho al libre acceso a la cultura. Si piensa que la piratería va a terminar con una ley que cierra webs de intercambio de archivos, está usted muy equivocada. Es más, a partir de ahora voy a plantearme el no volver a comprar discos ni libros o ir menos al cine mientras siga vigente su abominable ley, que automáticamente nos convierte a todos en delincuentes.

Somos ciudadanos que consideran abusivo pagar 25 euros por un disco o 7 por una película en el cine, o 25 por un libro que acaba de salir al mercado. Por eso esperamos (al menos es lo que yo hago) a que los libros que nos gustan salgan en formato de bolsillo o bien sean registrados en la biblioteca pública más cercana y los discos sean rebajados a 8,95 euros (o incluso menos).Además, debemos elegir muy bien la película que queremos ver para que nos compense gastar los 7 euros que cuesta la entrada, pues no vea lo que jode salir del cine pensando "vaya bodrio acabo de ver, ¡con la pasta que he pagado!"

Somos ciudadanos que no tenemos tiempo de ver una televisión que apesta y por eso recurrimos a las alternativas que nos ofrece internet, pues huimos de esos canales destroza mentes tan en boga con la TDT e intentamos mantener despiertos y siempre alerta nuestros cerebros. Seguiremos buscando nuevas fórmulas de intercambiar archivos mientras algún genial programador idea sistemas similares a spotify o a los vigentes en Estados Unidos, donde puedes disponer de un material inmenso por poco dinero. Por ello estoy en contra de una ley que únicamente criminaliza al ciudadano y no busca alternativas para renovar un mercado que poco a poco va caducando.

Eso sí, la esencia del arte jamás podrá venderse.

1 comentario:

  1. Así es Galip Bey, totalmente de acuerdo contigo, el último disco fué de Carlos Lázaro "salvame de ti" y me costó 11.95€ cuando los veo de 22€, vamos, ni hablar. Nos arrojaremos al Ares con más alegría. Les gusta a los políticos modernos poner leyes límite en las que pasemos a ser por tonterías delincuentes, para luego poder aplicar el despótico perdón, y aminorar las penas para los crímenes y salvajadas.Un abrazo.

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