viernes, 6 de mayo de 2011

Campaña electoral

Estiró su brazo al tiempo que el cartel se extendía en la pared. Lo embadurnó bien de cola para que nadie fuera capaz de arrancarlo. Su rostro sonriente, pero incapaz de ocultar la avaricia que había caracterizado su gobierno durante la legislatura que estaba terminando, miraría fijamente a los viandantes durante las próximas semanas, amenazando con volver a ocupar su sillón durante cuatro años más. Los dientes blancos, totalmente inmaculados, habían sido sometidos a un exhaustivo retoque por ordenador, pues al natural eran incapaces de ocultar los restos de los faraónicos banquetes que degustaba cada día su fino paladar. No había escatimado gastos de los contribuyentes en coches oficiales, viajes a paraísos fiscales y ocultar contratos fraudulentos con empresas dirigidas por amigos muy cercanos.

Había levantado enormes infraestructuras cuyo uso todavía no estaba muy claro, pero había que construir sí o sí, sin importar la rentabilidad. Sólo importaba llenar los bolsillos a toda costa y es que la política del ladrillo, aunque muy menguada en la segunda mitad de la legislatura, todavía ofrecía dinero fácil a los políticos sin escrúpulos como él.

Los fotógrafos disparaban sus instantáneas y las cámaras de televisión captaban para una audiencia ávida de información las secuencias de una tradición que no volvería a repetirse hasta cuatro años más tarde. Los periodistas no podían sino observar, pues les estaba completamente vetado hacer preguntas, permaneciendo como meros espectadores de una puesta en escena ensayada durante meses, una pantomima que haría estremecer al más puro de los demócratas.

Desde sus casas, algunos ciudadanos miraban con recelo al viejo alcalde que les había triplicado los impuestos, olvidando gobernar para el pueblo. El paro estaba imponiendo su línea mientras la luz, el gas y el agua (entre otras cosas) alcanzaban precios nunca antes concebidos. Poco a poco se estaban convirtiendo en auténticos artículos de lujo. Sin embargo, muchos otros admiraban el trabajo hecho por su alcalde durante los últimos años: un velódromo de dimensiones olímpicas, un museo de la ciencia que era la envidia de todo el país o la organización de un evento de carácter internacional. Todo ello había dado un nombre a la ciudad en el extranjero, pero ese ansia por destacar había acabado por fagocitar los principios democráticos del juego, cegando a la mayoría.

El candidato proseguía con su ritual. El muro iba quedando poco a poco empapelado, pero el Mercedes esperaba y debía salir pitando hacia otro punto de la ciudad en el que proseguir su campaña de engaño. Mientras se despedía de su cohorte, tomó uno de los micrófonos y exclamó unas palabras que retumbaron en todos los hogares que a esas horas sintonizaban la televisión autonómica: "Gobernaré por y para mis ciudadanos".

¡Ja!


3 comentarios:

  1. Genial entrada costumbrista en época de celo electoral. ¡Ja!
    Un abrazo.

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  2. Yacía en la cama, enfermo, agónico, terminal. Sabía que apenas le quedaban unos minutos de vida, tal vez una hora. No más.

    El peso entero de su existencia cayó sobre él. Y entonces sintió un dolor mayor que cualquier mal físico; una punzada íntima ante el despilfarro que había sido su vida.

    Sí, tuvo en sus manos cargos de responsabilidad, pero todo lo malempleó, como malgastó su existencia en atesorar un bien tan efímero como el poder. Arena, polvo, soplo de un día.

    Al final comprendió que lo más importante es quién es uno, en quién se convierte con sus actos y decisiones. Y se vio a sí mismo tan falso y ajado como el despedazado cartel que un día pegó en un muro de la ciudad.

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  3. Seguro que se libró de la cárcel :P

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