jueves, 14 de junio de 2012

Un can

Yo no quería perro. No lo quería y sabía por qué. No obstante, tanto mis hijos como mi mujer andaban locos por uno y ante la insistencia, día tras día, noche tras noche, accedí a comprar uno. Sin embargo, yo seguía sin quererlo y sabía por qué. Porque ahora, soy yo quien debe sacarlo todas las noches a pasear. Soy yo quien ve reducido su poder adquisitivo para poder comprarle la comida al animal, pagar las consultas al veterinario y las vacunas. Lo más triste es que ahora, cuando llego a casa, el único miembro de mi familia que viene corriendo a recibirme a la puerta es él. Suena gracioso, pero sabe que lo voy a sacar a pasear y se acerca armando un gran alboroto por el pasillo, dando grandes zancadas, ladrando. Me rodea varias veces y yo trato de zafarme, dándole una ligera patada. Es imposible. Sigue girando, acompañándome al baño y os puedo asegurar que es muy difícil apuntar mientras tienes un animal dándote vueltas alrededor y empujándote. El caso es que ninguno de mis hijos responde afirmativamente cuando les animo a pasear al perro junto a mí, viéndome solo cada noche, acompañado únicamente del animal. 

Cuando caminamos, me mira y se acerca cuando no presto atención a sus ladridos. Mueve graciosamente el rabo en cada paso, e incluso alguna señora se me acerca para preguntarme de qué raza es. No tengo ni idea, ni me he molestado en averiguarlo. "Es un canis modiglianis" les digo, y me quedo tan ancho. Me cuesta más sacarlo cada día. Me aburre, me desespera, me agota. Sin embargo, aunque suene paradójico, me quiere. Pero mira que me cae mal.

2 comentarios: