lunes, 16 de mayo de 2022

Adiós, tía Pili

 Hace mucho que no entro por aquí, y la última vez que lo hice fue en unas condiciones parecidas a las actuales, con mi padre ingresado tras una operación de corazón. Ahora bien, la situación ahora es diferente, pues mi padre va evolucionando bien, aunque lentamente, y parece que se recuperará de forma más exitosa que hace tres años. 

Sin embargo, hoy estoy aquí debido al fallecimiento de mi tía Pili. Ha sido una persona que nos ha querido mucho y me sabe mal no haber podido despedirme de ella, pues tras su ingreso el viernes en urgencias, los médicos habían conseguido estabilizar su situación y, a pesar de ello, todo se ha precipitado y ha fallecido hace unas pocas horas. 

Mi tía Pili era en realidad mi tía abuela pero siempre obviábamos ese segundo título para simplificarlo. Era la hermana menor de mi abuela Toñi y siempre ha vivido sola en su querido barrio de Torrero. Solía bajar todas las semanas a ver a su hermana mayor, con quien pasaba tardes haciéndose compañía la una a la otra. También tenía su grupo de amigas, con las que quedaba a menudo, y a las que he de confesar que nunca he conocido. Mi tía llevó siempre una vida bastante independiente y, pese a que siempre hubo mucho cariño y afecto, nunca supe apenas nada de su vida personal. No sé si alguna vez llegó a tener pareja, si llegó a estar enamorada, algo que quizá pude haberle preguntado si no fuera tan prudente.

Hace unas tres semanas que la vi por última vez. Fue en la comida del 23 de abril en casa de mis padres, pues se unía a nosotros siempre que había alguna celebración. Vino, como siempre, acompañada de uno de los riquísimos flanes que preparaba y con los que nos obsequiaba cuando tenía ocasión. Aquel día también nos dios propina a mi hermano y a mí, algo en lo que es igual que su hermana. Nos llamaba misteriosamente para darnos el dinero a escondidas, bajo mano, de forma casi clandestina, en una especie de ritual. Tampoco se privó de sus copas de vino, que le encantó tomar hasta el último momento. Quién sabe, tal vez ese haya sido el secreto de su longevidad.

Mi padre y mi tío se ocuparon de ella durante estos últimos años, ayudándola a realizar diferentes trámites o acompañándola al médico cuando lo necesitaba. Han ejercido de sobrinos hasta el final, incluso cuando, obedeciendo las órdenes de los médicos, la internaron en una residencia mientras se recuperaba de su penúltimo ingreso hospitalario. Ha aguantado menos de una semana en ese lugar. No hay duda de que al sacar a una persona mayor de su hábitat, suele desorientarse. Pierde cualquier tipo de identidad, y ello unido a los problemas de salud que padecía, ha desembocado  en un final precipitado. A mi padre le queda el dolor de haber visto a mi tía disgustada con él y con mi tío por haber tomado esta decisión, pero era algo irremediable. No pudo volver a hablar con ella desde que lo ingresaron para su delicada operación, y el disgusto que ella tenía la última vez que lo hicieron le sigue pesando en la conciencia. Sin embargo, el hecho de ingresarla en la residencia era irremediable. Estaba extremadamente débil y no podía valerse por sí misma, y algo que iba a ser temporal ha terminado siendo definitivo. 

Creo que lo más difícil ahora va a ser no decirle nada a mi abuela, pues ya ha perdido buena parte de sus facultades mentales y, quizá, olvide la noticia al poco rato de dársela. O quizá sí sea consciente de la pérdida y le afecte profundamente, pues era la única hermana que le quedaba con vida. Nos da miedo que esto ocurra y, como tampoco pregunta por las personas a las que hace tiempo que no ve, creemos que lo mejor es no contárselo. Prefiero seguir haciéndole compañía un ratico cada día, aunque esta última semana hemos estado muy ajetreados por nuestras continuas visitas al hospital, y apenas he tenido tiempo de verla. 

En el fondo, me siento afortunado por haber disfrutado tantos años de mis ancestros más próximos, pues es algo que mis padres apenas pudieron saborear. Mi tía Pili ha fallecido, pero todavía puedo seguir compartiendo momentos con mis abuelas, algo que a mis treinta y cuatro años es un privilegio. Que duren mucho tiempo ambas.

  

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