domingo, 7 de julio de 2019

Certezas

Por primera vez en mis treinta y un años de vida tengo la certeza de que en algún momento mi padre y mi madre van a morir. Con esto no quiero decir que no supiera que en algún momento vaya a ocurrir, pero lo veía como algo tan lejano que no merecía la pena pararse a pensar en ello. Y ahora que veo a mi padre postrado, en un momento en el que los médicos son incapaces de asegurarnos que todo vaya a salir bien, siento un sudor frío, las tripas revueltas y un vacío abismal comparable al que sientes cuando te asomas a un precipicio.

Es difícil hallar consuelo en estas situaciones. Puedes intentar rodearte de tu pareja, tus amigos o tu familia, pero cuando se trata de alguien tan importante, decisivo e influyente en tu vida como una figura paterna, los pensamientos vuelan solos y vienen a tu mente cuando menos te lo esperas. E intentas no pensar en lo peor, en que al final todo saldrá bien y tu padre volverá a casa para estar junto a tu madre muchos años más. Y se jubilará, y te ayudará a criar a sus nietos, les enseñará a ser tan buenas personas como él, a ser un ser humano tan excepcional como humilde.

Porque a mi padre es imposible no quererlo. Eso os lo podrán asegurar todos cuantos le conocen. Bueno, alguno habrá por ahí al que no le caiga del todo bien, pero seguro que ha sido porque tuvo algún roce por alguna mala actitud o falta de compañerismo en el trabajo, nunca por parte de mi padre. No conozco a persona más justa que él. Jamás lo he visto cometer una mala acción contra nadie, ni mentir, ni dudar cuando alguien le pedía ayuda. Siempre ha estado del lado de sus amigos cuando lo han necesitado, al lado de su familia y al lado de sus hijos, por supuesto. Víctor, que necesito algo de dinero porque si no me quedo en la calle: Víctor movía cielo y tierra para conseguirlo. Víctor, que mi hijo tiene un problema en el instituto y no sé cómo resolverlo: Víctor hablaba con algún conocido para que pudiera ayudar. No creo que conozcáis a nadie que conozca a tanta gente y sea tan querido por toda esa gente.

Como padre es ejemplar. Nos ha dado a mi hermano y a mí la mejor educación que podíamos tener. Nos ha enseñado a distinguir el bien del mal, a llevarnos bien con todo el mundo -o al menos a intentarlo, que no siempre se puede- y a tener una vida sana y ordenada. Y por supuesto, a buscar los mejores precios en el supermercado, y a contar algunos de los peores chistes que podáis oír, aunque hemos de reconocer que alguno bueno se sabe. Ojalá yo pueda ser algún día tan buen padre para mis hijos como mi padre lo ha sido para mí. Con eso me contentaría. Con eso podría morir feliz.

Después de haber escrito estas breves líneas me siento mucho mejor. Creo que podría seguir tecleando durante mucho más rato si no fueran las tres y media de la mañana, más todavía si tenemos en cuenta que el día ha sido largo en el hospital y que aún me quedan tres horas y media de trabajo por delante. Pero creo que he descrito brevemente por qué mi padre es la mejor persona que conozco. Me siento mucho más optimista de cara a los días que vienen y estas lágrimas que recorren ahora mi mejilla no son de tristeza, sino de felicidad por tener un padre del que sentirse profundamente orgulloso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario