jueves, 10 de junio de 2010

Demasiado tarde


No había terminado de caer el Sol cuando un estruendo sacudió la ciudad. Todo el mundo quedó callado, absorto en la contemplación de la explosión. Una gran nube gris espongiforme cubrió el cielo, terminando de oscurecer los pocos resquicios de luz que aún emitía el ocaso. Nadie se movió. Se detuvo el tiempo. Los coches interrumpieron su ajetreada marcha quedando a merced de la onda expansiva. Las pequeñas aves que surcaban en ese instante el cielo, permanecieron suspendidas en el aire, como en plena levitación. No hubo un solo grito, una sola palabra de acongojamiento, un solo "sálvese quien pueda". No hubo tiempo ni reflejos.

Humanos. Habéis jugado a ser dioses y ahora llega el momento de la extinción total de vuestra raza. Vuestro progreso tecnológico no os ha hecho mejores. Seguís siendo la misma mierda que hace siglos empezó a pugnar en grandes batallas por un territorio que jamás pertenecerá a nadie por mucho que os empeñéis en dibujar fronteras en vuestros mapas. Desde aquí, desde mi nave espacial no puedo ver las líneas que separan vuestros países ni las murallas que os protegen de vosotros mismos. ¿A qué viene ese miedo por vuestro vecino? ¿Esa ansiedad por poseer más que el prójimo? ¿Ese afán por imponer unas religiones caducas que no deberían tener cabida en una sociedad plenamente desarrollada?

No sois nada. Sólo pequeñas motas en un universo lleno de grandes cataclismos y nubes de gas. Materia inerte, restos de restos, polvo de estrellas que un día fueron gigantes rojas para convertirse en supernovas. Dejad de imponer vuestras estúpidas reglas. Estáis sometidos a los caprichos de un universo mucho más poderoso que el mejor de vuestros ejércitos.

Ahora es demasiado tarde para arrepentirse.

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