martes, 30 de noviembre de 2010

Me queda la palabra

Cuando desde la más tierna infancia has escuchado una voz, permanece por siempre intacta en tu memoria pasen los años que pasen. Cuando esa voz ha cantado los versos más hermosos y célebres de la poesía en lengua española (bien de nuestro país, bien de América Latina) entonces se convierten en algo inherente a tu mente y tus sentimientos. Blas de Otero, Alberti, Neruda, Guillén, Hernández, Lorca, Celaya, Góngora, Quevedo, Manrique... todos ellos y otros tantos llegaron un día a mi oído en su voz y en los acordes de su guitarra.

Hoy salió de nuevo al escenario en el Teatro Principal de mi ciudad, Zaragoza. Paco Ibáñez solo frente al público, con la única compañía de su inseparable guitarra. El atrezzo estaba compuesto por una silla en la que Ibáñez apoya su pierna izquierda flexionada, como en esas instantáneas de sus conciertos en el Olympia de París, una moqueta roja y una mesa con mantel negro sobre la que había un vaso de agua. Sobriedad absoluta. Su vestuario oscuro permanece intacto, escondiendo su vejez, mas su pelo blanquecino da fe del paso de los años.

A pesar de esto, Ibáñez conserva inalterable sus ansias de lucha, de libertad. Dedicó el concierto a la figura de Labordeta, poniéndolo como ejemplo de ciudadano y hombre al sevicio de los hombres. Nos exhortó en cada discurso a alzarnos contra aquellos que quieren manejar nuestros hilos a perder nuestra condición de títeres, levantarnos contra las injusticias sociales, juzgar a los criminales que todavía quedan impunes tras la puta guerra, exigir a nuestros gobernantes lealtad a sus principios, lealtad al pueblo que dicen representar. Nosotros hemos de ser los propios guías de nuestros destinos.

La noche de hoy permanecerá por siempre en mi recuerdo, pues tal vez haya sido la única ocasión que he tenido de verle en concierto. Ojalá su voz resista por mucho tiempo el envite de la edad y sus cantos permanezcan por siempre en mi mente.

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