miércoles, 20 de abril de 2011

Justicia

El tañido de la campana le hizo salir de su ensimismamiento. La habitación estaba bañada por la penumbra y al levantarse de la cama tropezó con las alpargatas. Fue capaz de mantener el equilibrio. Cuando abrió la ventana el sonido se amplificó y penetró en la pequeña estancia, causándole por unos momentos una confusión total, en la que la luz de la mañana tuvo también parte de responsabilidad, pues sus ojos tardaron en acostumbrarse al impacto de los rayos emitidos con gran fuerza por el Sol.

En cuanto sus pupilas se acomodaron, observó cómo todo el pueblo acudía hacia la plaza. El tío Eustaquio con su boina y su gayata; la tía Felisa de negro enlutado, como siempre, pues perdió a su marido en la guerra del 36; los hijos de la Lupe, que en paz descanse, también se dirigían con sus varas de pastor a la reunión. Nadie permaneció aquella mañana en su casa y el bueno de Chesus no iba a ser menos. Se vistió fugazmente y se presentó enseguida en la plaza.

Cuando el alcalde comprobó que estaban todos, dio orden al alguacil de parar el sonido de la campana. Se encontraba situada, como habréis podido deducir, en lo alto de la torre de la iglesia, sencilla y pequeña, fiel reflejo de la humildad de las gentes que habitaban aquel pueblo. Las casas estaban apiñadas en un diminuto espacio, pero respetaban cierta separación en torno a la iglesia para permitir la existencia de una hermosa plaza. Las montañas rodeaban el valle en cuyo interior se habían establecido hacía mucho tiempo los primeros habitantes del pueblo, en un punto cercano al río, para asegurarse el abastecimiento de agua y la fertilidad de unas tierras duras. Con mucho esfuerzo, habían levantado de la nada una comunidad humilde, pero rica en saberes y convivencia. Sin embargo, la llegada del progreso hizo que muchos se marcharan, viendo los más viejos cómo los más jóvenes partían a buscarse la vida a la ciudad. Por no quedar, no quedaba ni el cura, cuya vivienda había sucumbido al abandono. Ahora acudía al pueblo los domingos por la tarde para celebrar la misa ante tres ancianos. Sólo Chesus, los hijos de la Lupe, que en paz descanse, y la pareja formada por Jacinto y Ainielle, habían decidido mantener con vida el legado de sus padres y abuelos.

Según empezó a decir el alcalde, le había llegado una carta de la capital en la que se anunciaba la construcción de un embalse que iba a afectar a buena parte del valle. Tras la declaración de impacto ambiental, que se encontraba en pleno proceso de estudio, se iba a proceder al inicio de las obras. La presa iba a construirse a unos cinco kilómetros del pueblo, por lo que una vez terminada y haberse procedido a su llenado, el pueblo iba a quedar oculto bajo las aguas. La tía Felisa no aguantó el sofoco y cayó al suelo desmayada. Enseguida Chesus procedió a reanimarla, aunque no sin esfuerzo, pues la mujer era ya muy mayor y no estaba para disgustos de tal calibre. La indignación se dibujó en los rostros de los pocos vecinos que aún quedaban y algunos anunciaron que antes que abandonar el pueblo preferían morir ahogados por las aguas del embalse.

El alcalde pidió calma, pero la pequeña muchedumbre se alzó en pie de guerra contra la decisión de unos pocos que jamás habían visitado su hogar. Seguramente ni se habrían preocupado de contabilizar cuánta gente iba a verse afectada. Era probable que su pueblo no fuera el único privado de vida. Castejón, Valdecillo, Nuei y Busa se hallaban muy cerca y era muy probable que sus vecinos hubieran recibido la misma noticia.

Inmediatamente, los más jóvenes comenzaron a llamar por teléfono a sus vecinos del valle y comprobaron cómo ellos habían sido también advertidos. Se acordó la creación de una asociación entre los pueblos afectados al día siguiente en Valdecillo, donde acudirían los habitantes más jóvenes así como un anciano por pueblo para constituir un comité de sabios. Se redactó un manifiesto para promover la vida en los valles más olvidados del Pirineo, así como un cambio radical en la política de aguas y demandar la redacción de un plan hidrológico justo para todos los habitantes del país. Abogaban por el ahorro, la renovación de regadíos y aplicación de nuevas técnicas, así como el impulso económico de sus valles con algún tipo de actividad respetuosa con la naturaleza, madre de todas las cosas. Era un manifiesto que reflejaba los anhelos de demasiadas gentes que ya habían visto cómo sus pueblos sucumbían al progreso, pero sabían que no las tenían todas consigo.

Había intereses oscuros más allá. El presidente de la empresa constructora del pantano era muy amigo del ministro y le había ayudado en su día a aumentar considerablemente el número de sufragios en favor de su partido. Ahora le tocaba devolverle el favor adjudicándole una obra de gran envergadura, un pantano, por ejemplo. En cualquier sitio, no importa dónde. Mira, como en esta zona queremos aumentar la superficie de regadío y las asociaciones de agricultores llevan años reclamando el pantano, vamos a llevar a cabo su construcción y ésta será para tu empresa.

Mientras tanto, Chesus y los suyos se organizaban para defender lo único que tenían. No querían un piso en la ciudad, como les prometieron los políticos que visitaron a la semana siguiente el pueblo, ni siquiera una casa en una nueva población donde vivirían todos los afectados. Sólo deseaban terminar sus días en el lugar donde habían nacido y que de una vez por todas se tuviera en cuenta su opinión, pues ellos también eran ciudadanos de pleno derecho.

No reblaron y al final los políticos colocaron cargas explosivas en las casas. Acudieron una mañana con excavadoras para derrumbar las viviendas. Amenazaron a los habitantes con hundirlas aun con ellos en su interior. Pero ellos no salieron. Ni ellos ni los de Castejón, Valdecillo, Nuei y Busa. Todos resistieron las palabras obscenas que profirieron los gobernantes desde sus coches oficiales. Las máquinas estaban en marcha y el ruido era insoportable. Habían apagado el canto del abejaruco y el camachuelo. Vencieron al rumor del río que bordeaba el pueblo y al sonido de la lluvia que acariciaba los tejados de pizarra. Dejaron de escucharse los mugidos de las vacas y los balidos de las ovejas. Chesus sintió que todo terminaba. Cerró los ojos y enseguida se vio inmerso en un sueño.

* * *

El tañido de la campana le hizo salir de su ensimismamiento. La habitación estaba bañada por la penumbra y al levantarse de la cama tropezó con las alpargatas. Fue capaz de mantener el equilibrio. Cuando abrió la ventana el sonido se amplificó y penetró en la pequeña estancia, causándole por unos momentos una confusión total, en la que la luz de la mañana tuvo también parte de responsabilidad, pues sus ojos tardaron en acostumbrarse al impacto de los rayos emitidos con gran fuerza por el Sol.

En cuanto sus pupilas se acomodaron, observó cómo todo el pueblo acudía a la plaza. El tío Eustaquio con su boina y su gayata; la tía Felisa de negro enlutado, como siempre, pues perdió a su marido en la guerra del 36; los hijos de la Lupe, que en paz descanse, también se dirigían con sus varas de pastor a la reunión... Nadie permaneció aquella mañana en su casa y el bueno de Chesus no iba a ser menos. Se vistió fugazmente y se presentó enseguida en plaza.

Cuando el alcalde comprobó que estaban todos, dio orden al alguacil de parar el sonido de la campana. Anunció, entre lágrimas de alegría, que el pantano jamás se construiría.

Habían vencido.

1 comentario:

  1. ¡Buenísimo! Lamento el triste final.

    ¿Corporativismo dices? Nooooo, para nada Galip Bey!!! ;)

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