domingo, 26 de junio de 2011

Fotografía

Caminaba a trompicones después de una noche de excesos. Las calles adoquinadas ofrecían un aspecto desolador a las cuatro de la madrugada. Botellas esparcidas en mil pedazos, vasos de plástico en cada portal y curiosas estampas protagonizadas por jóvenes con un grado etílico en sangre bastante elevado.

El sueño había empezado a invadirme hacía ya un buen rato, por lo que decidí abrirme y sin que nadie se diera cuenta me esfumé de aquel asqueroso bar en el que ponían una música demasiado estridente para ser soportada por mis oídos. Caminaba con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos cuando me di cuenta de que uno de los cordones de mis zapatos se había desatado. Me agaché para anudarlo. Distinguí entonces, sobre las sucias baldosas, una pequeña fotografía. Antes de cogerla, la contemplé. Se trataba de un retrato tamaño carnet que reflejaba el rostro delicado de una chica preciosa. Miré a mi alrededor para ver si localizaba a la susodicha, pero nadie se asemejaba a la efigie que aparecía en la imagen.

Decidí levantarme y proseguir mi caminata hasta casa. La noche era calurosa, una de esas típicas noches de finales de junio en Barcelona. Soplaba una ligera brisa mediterránea cuya intención parecía ser la de animarnos a llegar de vuelta al hogar a pesar del cansancio. Había guardado la fotografía en el bolsillo derecho de mi pantalón, habiéndola olvidado prácticamente cuando me encontré frente a frente con el rostro reflejado en ella. Mi mirada debió reflejar una súbita sorpresa, pues frunció el ceño cuando me miró, extrañada ante mi especial actitud. Extraje de mi bolsillo la fotografía y las comparé. Sí. Era ella. No había lugar a duda. Su reacción fue extraña. Sonrió cuando afirmé rotundamente haberla encontrado, pero dio un paso atrás tras tender mi mano con intención de devolverle aquello que había perdido.

"Puedes quedártela" me dijo, "pero es tuya. Supongo que la necesitarás más que yo". "Tal vez, pero así siempre podrás recordar mi rostro la próxima vez que nos veamos". Me temblaba la voz e incluso las piernas. Estaba hecho un flan. No sabía qué decir, cómo reaccionar. Le pregunté si le apetecía dar un paseo. Es una pregunta de mierda, lo sé, pero el destino parecía habernos juntado aquella noche y fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Ella volvió a sonreír y el mundo se estremeció de nuevo. "Vale". Su respuesta fue parca, pero no eran necesarias más palabras. Se aferró a mi brazo derecho y comenzamos a caminar.

Anduvimos tanto, tanto, que se nos terminó la ciudad, el país, el planeta. Y a mí, jamás se me volvieron a desatar los cordones.

5 comentarios:

  1. Ay, Galip, siempre andamos buscando la persona ideal... Tú lo haces con ingenio y creatividad.
    EScribes muy bien. Deberías dedicarte a ello.
    Un abrazo.
    :O)

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  2. Sólo puedo decir una cosa: me ha gustado muuucho.

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  3. Qué fácil es escribir con vuestro aliento. ¡Abrazos mil!

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  4. Hola Galip.
    Un relato verdaderamente fantastico.
    Te felicito y te agradezco que lo compartas con nosotros.
    Ojala la vida fuera tan romantica como la describes y que por agacharse para atar unos simples cordones s consiga el sol, la luna y el firmamento entero.
    Un abrazo, compañero.
    Ricard

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  5. Buenas tardes Galip Bey. El final es potentísimo, a veces el tiempo parece no fluir y la existencia plena del momento agota la materia. Coincido con los comentaristas. Un abrazo.

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