martes, 7 de junio de 2011

La piel del oso

La ventana se abre aparentemente sola, pero enseguida surge del interior una silueta con formas femeninas. Los brazos morenos sobrepasan el alféizar, estirándose sobre el tendedor mientras su rostro aparece fruncido a causa del impacto que produce la luz del Sol en sus ojos. Tarda un poco en mutar su gesto hasta mostrar la expresión serena cuya tez posee, una dulzura absoluta que irradia felicidad.

La observo desde el parapeto que me ofrece la doble ventana de mi habitación en las mañanas luminosas, cuando puedo mirar a través del cristal sin temor a ser visto. Es pizpireta y sus movimientos taciturnos muestran una total despreocupación por el trabajo que realiza, así como un grave desconocimiento ante el vecino fisgón que la espía. Cuando recoge una prenda, la sacude bien antes de depositarla en algún lugar que no alcanzo a ver desde mi posición. Me resulta curioso observar a esta mujer. Es muy hermosa, he de reconocerlo, pero un tirillas como yo tiene pocas opciones de seducir a una dama como ella. Desde aquí imagino su nombre. ¿Azahar? No. No creo. Demasiado florido. Parece más sencilla. ¿Tal vez Beatriz? Bueno, sí. Tal vez. Pero no sé si estaría dispuesto a bajar a los infiernos por ella, como hizo Dante por su amada de mismo nombre. Fernanda, Luisa o cualquier nombre de vieja quedan por supuesto descartados. Creo que se llama Alicia. Sí. Puede ser. Parece inocente como la niña que siguió al conejo hasta el País de las Maravillas. Además, me encanta ese nombre. Alicia evoca en mi mente la alegría de la infancia, la belleza del desparpajo, la naturalidad con la que una niña se dirige a cualquiera que se encuentra por la calle.

Alicia sigue descolgando la ropa del tendedor mientras me enamoro de ella. Lleva una camiseta blanca algo escotada en la que hay unas letras estampadas. No entiendo el mensaje pero no me importa. Podemos ir a dar un paseo, sentarnos en la hierba junto al Ebro, mientras la sombra de un álamo protege nuestra piel del Sol. Tomar un té de manzana y otro de frutas del bosque para intercambiar sabores con nuestras lenguas en un beso largo y suave. Después, pasear entre las ruinas del viejo teatro romano, jugar al escondite entre los bloques de hormigón que aún se conservan, buscando un beso como recompensa final por encontrarnos el uno al otro. Llegar a casa para, a tientas en la oscuridad, abrazarnos y caminar torpemente a lo largo del estrecho pasillo hasta alcanzar su habitación, donde caemos desnudos en la cama y hacemos el amor.

Pero recuerdo que no sé su nombre, que ella sigue quitando la ropa del tendedor, inconsciente de que un pobre soñador la mira a través de una doble ventana en el único instante que el Sol le permite escrutar el vecindario sin temor a ser visto.

5 comentarios:

  1. Buenas tardes Galip Bey, disfrutando de lo lindo de esta nueva obra de arte apetece mucho sentarse en la hierba seca junto al Ebro y dejar que me cacen.

    El vuelo de la cometa precisa dominio y a menudo conviene tirar del hilo para evitar que se la chiquilla se escape.Un abrazo.

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  2. Ella es feliz imaginándose soñada; sencillamente.

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  3. Lo mejor, es que ella no sabe que no existe. Abrazos a los dos.

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  4. Sois un trío de románticos de talla mayor.
    ;O)

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  5. ¡Jajaja! Felicitas, somos unos pastelosos superlativos. ¡Un besazo!

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