sábado, 9 de junio de 2012

Un monumento

El día no era demasiado propicio para las inauguraciones. Al levantar la vista se observaban unos negros nubarrones de aspecto amenazante y daban ganas de quedarse refugiado en casa o meterse en un centro comercial para calmar las ansias consumistas acumuladas durante toda la semana. La oferta era variada. Desde una bolera hasta un hipermercado, pasando por alguna cadena internacional de comida rápida, de esas que ofrecen productos de dudosa calidad y paor salubridad. Mientras los coches circulaban a no más de cincuenta por las calles sin dejar a la vista un solo centímetro de asfalto, él se dirigía cabizbajo y pensativo hacia el punto anunciado esa mañana en el periódico. No tenía muy claro dónde estaba situado, pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que visitó aquel barrio y cuando lo hacía, era únicamente para tirarse a una chica a la que conoció una noche en un bar del casco. Ella estaba perdidamente enamorada de él, tanto que le propuso formalizar la relación, pero él huyó corriendo ante tal afirmación, pues sólo pretendía pasar un buen rato cuando ambos pudieran y ante tal desafío, le flaquearon las piernas, aunque no lo suficiente como para salir echando leches.

Como decía, llegó al barrio justo cuando empezaba a chispear. Notó las primeras gotas en su cabeza, dando un respingo que se extendió por toda la espina dorsal, pues la alopecia le permitió sentir instantáneamente la gélida temperatura del agua. Vislumbró los primeros árboles del parque donde iba a tener lugar el acto entre dos edificios de ocho pisos que actuaban a modo de guardas, flanqueando la entrada al recinto. Conforme se acercaba distinguió la pequeña muchedumbre que se arremolinaba en un rincón junto a un álamo blanco majestuoso, un ejemplar que él recordaba haber visto alguna vez en su infancia y que le trajo lejanos recuerdos a la mente pese a no tener la certeza de haber visitado aquel lugar durante su niñez.

Percibió la voz amplificada del alcalde, quien debía llevar un buen rato hablando a juzgar por la cara de aburrimiento de los presentes y decía no sé qué acerca de sus sueños de juventud cuando entró en el partido donde a pesar de su avanzada edad seguía militando. Él, como periodista, comenzó a realizar preguntas a los presentes pero ninguno de ellos sabía emplear los tiempos verbales correctamente, todos se comían las consonantes de las palabras terminadas en "-ado" y seguro que si hubiera inquirido acerca de sus estudios, le habrían respondido orgullosos que debido a que habían sido elegidos para ser políticos, no necesitaron pasar por la universidad y así, además, se habían ahorrado la pasta de las matrículas para poder comprar los votos del aparato del partido.

Cuando el alcalde terminó de hablar, quitó la lona bajo la cual se ocultaba el monumento. A él le pareció tan estúpido que no creyó oportuno incluir mención alguna en el artículo que debería preparar para el día siguiente. Seguramente le caería una buena bronca de su jefe, pero no le preocupaba. Como suponía, el "Monumento a la Ignorancia", madre del sistema capitalista y corrupto que había llevado al país a la ruina, era una alegoría de lo peor que la sociedad post-dictatorial dejó en herencia a su país: otra dictadura.

2 comentarios:

  1. Tengo entendido que dos días después de aquella inauguración hubo un entierro al que nadie acudió, ni prensa, ni políticos, ni curiosos, tan solo el sepulturero encargado de echar las paladas de tierra sobre el ataúd. En la losa ponía: "Aquí yace la Filosofía, víctima de los planes de estudio de las últimas décadas. Para más información, visitar el Monumento a la Ignorancia".
    Un fuerte abrazo, Galip.

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  2. Muy acertada tu continuación, Rafael. Si algo predomina en la política de nuestros días es la mediocridad y el oportunismo. Llevaba tiempo sin pasarme por aquí. Prometo hacerlo más a menudo.

    Un abrazo enorme

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