Anoche cuando desaparecí, no fui a ningún sitio extraño. Seguramente salisteis del bar y os sorprendisteis de que A y yo no estuviéramos esperándoos en el lugar que habíamos acordado. La calle rebosaba gente y el agobio de aguantar en la puerta de ese horrible recinto pudo con nuestras fuerzas.
Alzamos la vista y vimos un cartel luminoso el cual nos engatusó desde la primera mirada. Nuestras mentes reaccionaron al momento y nos aproximamos esquivando como podíamos los cuerpos que se contoneaban a nuestro lado tratando de evitar que llegáramos a nuestro objetivo.
Finalmente nos situamos bajo el cartel y atravesamos la puerta que se abría ante nosotros. El local estaba vacío e inmerso en una temible penumbra. Me acerqué a la barra y dije esas palabras mágicas que tantas veces he repetido en las noches que ya terminan:
"Por favor, dos durums de ternera"
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