viernes, 13 de agosto de 2010

Error fatal

Olvidó. Simplemente olvidó respirar. Esa tarea tan sencilla, involuntaria y necesaria. Estaba tan ensimismado en su descubrimiento que empezó a correr conteniendo el aliento. Todo a su alrededor carecía de importancia, pues se hallaba ante el tesoro más anhelado por el hombre. "Vosotros, mortales" pensaba "seguiréis sufriendo la puntualidad inexorable de la muerte. Seguiréis lamentando la pérdida de todos cuantos os rodean, mientras yo viviré por siempre". Tenía razón. Acababa de descubrir, tras siglos de experimentos, el secreto de la vida eterna. Había permanecido tan ensimismado en sus experimentos que había olvidado el significado de la muerte, la esencia de lo inerte, la senda que conduce a la vejez y a la decrepitud.

Sin embargo, el orgullo le había embebido el juicio y ahora que por fin había hallado el secreto de la vida eterna, el muy estúpido cayó en la tentación de pensar en ella. Los años no habían pasado para él, pues su concentración había sido tal que no recordaba el significado de la muerte. Allí residía su secreto, así había alcanzado la nada desdeñable edad de quinientos años.

Todo ocurrió por un descuido, un momento que su mente modeló la idea de la muerte. Entonces él cayó ante su inexorable poder, ante la guadaña descrita tantas veces en las noches de luna llena.

Sólo era una sombra.

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