viernes, 10 de septiembre de 2010

Anhelo de Estambul

Una inmensa luna llena nacía en el horizonte del Bósforo. Las siluetas negras proyectadas por los minaretes de las mezquitas sobre la lona blanca del satélite rompían la uniformidad del astro más próximo a nuestro planeta. Aquí, en la azotea del edificio que habito en la calle Tiyatro, muy próxima a la mezquita de Beyazit, en el núcleo primigenio de Estambul, me disponía a pasar una noche más admirando la belleza infinita de esta gran urbe.

Poco a poco se apagaban los ecos de la última oración de la jornada, cuyos versos invadían hacía apenas unos minutos incluso el rincón más escondido de la ciudad. La mayoría de los estambulitas oían con indiferencia la cantinela de los muecines mientras daban fin a su jornada laboral y otros muchos se amontonaban en las zonas turísticas para ofrecer camisetas, collares o té a los visitantes llegados de todos los rincones del mundo.

Mi privilegiada posición me permitía observar la viveza presente en la noche. Gente que va y viene ofreciendo droga, pidiendo una pocas liras para sobrevivir o regresando a sus hogares bien en autobús, bien en tranvía, bien en coche. En un edificio cercano al mío veía encendidas las luces de un taller ilegal. Seguramente se encontraban tejiendo camisetas magistralmente falsificadas del Fenerbahçe, del Besiktas o del Galatasaray, los tres equipos de fútbol por antonomasia de Estambul, que luego serían vendidas en los puestos del Gran Bazar o simplemente en cualquier acera del centro histórico de la ciudad. La vida no se termina una vez el Sol ha desparecido, sino que se inicia otra mucho más frenética a la par que clandestina.

Yo, enclavado en la azotea, admiro este maravilloso espectáculo cómodamente sentado, pues el movimiento presente en las calles de Estambul no se parece al de ningún otro lugar. La gente viene y va inalterable, el bullicio de los vendedores al proclamar los precios de las especias, las joyas, bolsos de piel o alfombras convierte la ciudad en un inmenso mercado. Todo se vende, en todas las esquinas, en el rincón más recóndito e impensable. Se trata de un carácter inherente a la ciudad, pues el enclave entre dos continentes e importantes rutas comerciales, hacen que Estambul siga siendo uno de los mejores lugares del planeta para encontrar cualquier tipo de producto.

De repente observé en el cielo una estrella fugaz. El reflejo de su estela pudo verse en el mar de Mármara, sosegado ante la calidez de la noche. Era verano y eso se notaba en la temperatura, pues dormir al raso no era factible durante otras épocas del año más frías. Desde aquí se podían atisbar los barcos que yacían junto a la costa y podía percibir el olor del pescado recién hecho en las bulliciosas y alegres calles de Kumkapi, el barrio de los pescadores. Podía intuir el griterío de los puestos, a las gentes más sencillas ingeniar métodos para ganar dinero fácil como situar básculas a pie de calle y así, aquél que lo desee pueda pesarse a cambio de unas pocas liras.

Llegaba inexorable la hora de dormir. Necesitaba recuperar fuerzas tras un día duro buscando la esencia de la ciudad. Me encontraba agotado, rendido. Ahora había llegado el momento del receso, pues la noche siempre trae paz y sosiego en medio de esta selva. Echo un último vistazo a los minaretes y cúpulas de Santa Sofía y la mezquita del Sultán Ahmed. Mañana seguirán ahí, erguidos y orgullosos para asombro del mundo, simbolizando la fraternidad entre pueblos y religiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario