viernes, 28 de agosto de 2009

Un extraño visitante

Subió con dificultad los escalones que salvaban el desnivel existente entre la calle y la puerta del bar. Cuando atravesó el umbral fue observado curiosamente por la variada parroquia que ocupaba las banquetas y las sillas, pues era extraño ver a alguien nuevo en aquel garito tan selecto. Sentose en el único lugar que quedaba libre junto a la barra y buscó al camarero durante unos segundos. Éste se hallaba acomodado en una silla junto a un póster en el que la selección española de baloncesto celebraba el campeonato mundial conquistado en el año 2006. Alzó la mano derecha y el camarero, cuyo bigote estaba teñido de un amarillo que hacía recordar al color que tiene el filtro de un cigarrillo, se levantó con parsimonia para atender al cliente. "Un vino de la casa, por favor". El camarero le dirigió una mirada asustadiza, pues pocos clientes osaban pedir tan preciado elixir en su primera visita al lugar que regentaba desde hacía más de veinte años. Abrió la nevera situada junto al cañero de cerveza y extrajo de ella una botella de Konga llena a rebosar de un líquido inconfundiblemente morado. Tomó de la estantería un pequeño vaso y lo llenó con rapidez, aproximándoselo una vez el vino rebosaba los límites del recipiente, al osado cliente.

Mientras tanto, el nuevo cliente ya había empezado a hablar con la parroquia, que le había recibido entusiasmada. Junto a él había un anciano señor cuya mirada estaba desgastada por la vida y el alcohol. Su larga barba se extendía hacia su pecho muy descuidada e indicaba una total indiferencia hacia su aspecto físico. Ramón María, como decidió bautizar el cliente a su nuevo compañero de barra debido a su parecido con el celebérrimo escritor Valle Inclán, mostraba una sonrisa y animaba a su colega mientras aproximaba el vaso de vino a su boca. Cerró los ojos e ingirió rápidamente el líquido, que atravesó sus papilas gustativas para dirigirse por el esófago hacia los más profundo de sus entrañas. Nunca había sentido el sabor de la uva fermentada de una manera tan intensa como en aquel momento. Se adueñó de él una sensación de bienestar y placer, creyéndose por un momento que sufriría una revelación por primera vez en muchos años si seguía bebiendo aquel bendito líquido.

Pidió otro más y a continuación invitó a toda la parroquia, que jaleaba al nuevo miembro ante tal muestra de entrega y generosidad. El camarero le regaló una pequeña bolsa de patatas fritas y le ofreció alguna de las exquisitas tapas que abarrotaban el mostrador. "Quisiera unas anchoas y un poco de queso", balbuceó el cliente. Fuéronle servidas con gran celeridad y todos en el bar brindaron entusiasmados. El alcohol se adueñaba poco a poco de sus mentes y sus cuerpos cuando comenzaron a entonar sencillas cantinelas que se repetían sin cesar mientras daban palmadas al ritmo de la música.

En ese instante, cuando el jolgorio llenaba hasta el último rincón del bar, incluido el nauseabundo retrete, el cliente alzó la mano pidiendo un poco de silencio y dijo las siguientes palabras:

"Yo, que he recorrido tantas leguas, he bebido en miles de tabernas y he regentado cientos de ellas durante más de veinticinco siglos, os puedo asegurar que no había probado jamás un brebaje que se aproximara de tal manera al sabor de mi cuerpo, pues mi cuerpo es la diferencia entre la sobriedad y la embriaguez, entre la razón y la pasión, entre la pena y el regocijo. Yo soy el que da ese toque de color a vuestros momentos de asueto, la causa y la solución de todos vuestros problemas, el que os arrebata la vergüenza y os incita a cometer actos de los que os arrepentís una vez he dejado vuestros cuerpos. Soy Dionisio, soy Baco, soy Osiris o como me queráis llamar, no me importa. Soy el compañero que se halla ebrio a vuestra izquierda y a vuestra derecha y por supuesto, soy quien os sirve cada noche en este sagrado lugar vuestra ración de elixir, aquel que nunca os fallará en los momentos difíciles y aquel que os acompañará en los más alegres de vuestras vidas. Quiero que esta noche todos caigáis extasiados ante mi eterno poder y viváis entregados a la pasión y al desenfreno que produzco en los hombres. ¡Bebed, hermanos! que este lugar se convierta en santuario de mi divinidad y nunca os falte de nada mientras estéis en este mundo, pues esta vida perra ofrece poco lugar a las celebraciones. Os amo y os amaré por siempre."

El silencio era profundo. Todos contemplaban al extraño cliente con la mirada perdida a causa del alcohol que se adueñaba de sus mentes. El camarero estaba asustado, sentado en su silla junto al póster de la selección española de baloncesto, observando fijamente a ese ser que había conseguido enmudecer a la parroquia asidua a su local. Entonces el cliente comenzó a extraer de su bolsillo un paquete con forma alargada. Lo fue sacando lentamente, pues tenía una longitud considerable, tanta como para no caberle en el bolsillo, así que no tratéis de encontrar una razón a este suceso, simplemente creéroslo. Una vez la tuvo en sus manos, lo ofreció al camarero. La parroquia enmudecida contemplaba absorta el inverosímil hecho que estaba teniendo lugar ante ellos. El camarero lo abrió pausadamente y halló un hermoso báculo de madera con unas letras talladas en él: "Majo, o pagas o bajo". Miró debajo de la barra y encontró la caja de herramientas, en la que buscó unas clavijas y un martillo. Tomó la silla y se puso de pie sobre ella para alzar el báculo y clavarlo en la pared, para que todos los clientes que a partir de ahora fueran a su taberna, no olvidaran saldar sus deudas, pues el santuario de adoración a la deidad del vino debería sustentarse con el aporte de todos y cada uno de los parroquianos y clientes ocasionales del local. Desde ese día, el Brasil -pues así se llama este sagrado lugar- pasó a ser un bar con categoría, incluso lo podéis encontrar en el tuenti como zona de marcha -y vaya si acude gente-. Sin embargo, sus excusados jamás fueron limpiados y las tapas que fueron ofrecidas a Dionisio, siguen expuestas en la barra desde ese día como muestra de adoración a la deidad.

Acudid esta tarde, esta noche o mañana, pero id al menos una vez en vuestras míseras vidas.

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