miércoles, 28 de octubre de 2009

Dulce tarde de trabajo

Y de repente, apareció ella. Surgió tras los cientos de personas que llenaban la sala como un soplo de aire fresco en una tórrida tarde de verano. Pero no apareció de cualquier manera, sino más hermosa que nunca.

Llevaba un gorro de lana con visera, el cual acentuaba de manera solemne los armoniosos rasgos de su cara. Sus ojos azules tenían luz propia y es que el bullicio causado por la gente atormentaba de tal manera mi cerebro, que una penumbra parecía inundar por momentos aquella sala recién inaugurada.

Se acercó y me solicitó repetir la sonrisa que le había dedicado al verla, pero me fue completamente imposible. Ella la describió como una sonrisa por etapas, como si mis labios hubieran ido poco a poco reconociéndola y saliendo de su aturdimiento. Se quitó su gorro por educación hacia la gente que abarrotaba el recinto y en ese momento descubrió ante mí su melena rubia.

Ella no era consciente, pero sólo con su presencia, sus palabras y su dulzura, había cambiado por completo una tediosa tarde de mi trabajo.

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