sábado, 3 de octubre de 2009

Pequeña lección de respeto

Justo en el instante en que la joven inocente y desamparada declaraba su amor al viejo científico achacoso, justo en ese instante, un lascivo politono empezó a sonar en la sala de cine causando gran indignación entre todos los asistentes que disfrutábamos plácidamente de la película. Ese asqueroso, inoportuno y estridente teléfono móvil arruinó nuestra concentración además de sacarnos violentamente del hilo argumental que en aquel momento llegaba a uno de sus cúlmenes.

No contento con haber destruido nuestra tranquilidad, el dueño de dicho aparato lo extrajo del bolsillo de su pantalón y comenzó una conversación que se alargó durante varios minutos, provocando las reprimendas del público, ultrajado por tal desagravio.

Así pues, no lo pensé dos veces y ante la falta de decencia de aquel tipo, sin duda egoísta y de la más baja calaña moral y ética, me levanté de mi asiento y dirigí mis pasos hacia donde se hallaba sentado. Le pedí amablemente que se callara y apagara su maldito teléfono, pero ante su negativa se lo arranqué de las manos, separándolo con brusquedad de su sucia oreja y lo mostré al público en un gesto heroico ante el cual todos me aplaudieron mientras se levantaban y avanzaban hacia la fila delantera en la que me hallaba junto a aquel asqueroso ser humano.

Vinieron agitando los brazos, pidiendo venganza y asieron a aquel desperdicio de sus brazos y sus piernas, zarandeándolo como si de un pelele se tratara. Entre todos lo arrastraron hacia la puerta de salida y ante la mirada incrédula del acomodador, que se hallaba tranquilamente sentado esperando que terminara la proyección para guiarnos hacia la salida, lo arrojaron con gran violencia fuera de la sala. Graves improperios y amenazas -merecidos, por otra parte- fueron lanzados por la ardiente masa contra la indecencia mostrada por aquel tipo, que ahora causaba en mí cierta compasión. Se levantó con cierta dificultad y marchó presto y sudoroso a la puerta de la calle, volviendo repetidas veces la mirada por si aquella marabunta enloquecida le seguía.

¡Malditos aquellos seres humanos que son incapaces de respetar al prójimo en escenas tan simples y cotidianas! ¡No quiero ni imaginar lo que podrían hacer cuando las necesidades acucien a nuestra sociedad! ¡No se puede confiar en la especie humana! ¡Somos imperfectos!

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