sábado, 21 de noviembre de 2009

Santa Cecilia

El psiquiátrico no quedaba lejos de mi casa; eso tal vez fue lo que me animó a preguntar si era digno de ingresar ahí. Es un edificio sin esquinas en las que golpearse, pues posee una forma abombada, esférica, perfecta. Eso es, el sitio perfecto para gente como tú o como yo. Un amasijo de hormigón armado, ventanas minúsculas y rejas movibles. Todo él constituía una forma perfecta para amedrentar mentes sanas pero atraer cerebros rebosantes de inquietudes intelectuales. Ese era mi caso. Tal vez el motivo de mi locura era tratar de aumentar mis capacidades psíquicas, mi saber. Eso componía toda mi vida, pues nada ni nadie se había cruzado en mi camino capaz de atraer mi atención simplemente con su inteligencia.

Ahora, amordazado con una camisa de fuerza, perdida ya toda esperanza de volver a ver la luz del sol, trato de recordar los motivos por los que he llegado aquí. Deseaba poseer una inteligencia superior a la del resto y me he topado de frente con la hipocresía más absoluta. Este mundo rezuma insolencia y aquellos que anhelamos una esencia distinta, una creencia más allá de una mera religión, nos hallamos con el rechazo de esos otros que veneran a criaturas creadas por ellos mismos y no viceversa como quieren creer. A veces siento verdadera tristeza por todas sus almas tan puras pero tan llenas de odio.

Parece que hoy me he siento profundo. Nunca me había expresado con estos tintes tan metafísicos, pero tal vez hoy es la noche.

Ahí queda eso.

¡Viva Aristóteles, coño!

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