domingo, 15 de noviembre de 2009

Supreme

Las escaleras de caracol bajaban a aquella oscura sala. El humo se convertía en niebla y los fumadores empedernidos aspiraban sus cigarros como si fuera la última vez mientras dirigían sus miradas hacia el pequeño estrado situado en uno de los laterales del oscuro recinto. Era tétrico a la par que agradable.

La música se colaba entre las nubes grises llegando a mis oídos una amalgama de acordes, cadencias y colores, engatusándome hasta hacerme caer en una silla junto a una mujer de color que me miraba de reojo. Vestía traje rojo ardiente de pasión, zapatos a juego y una risa inmaculada capaz de iluminar la más tenebrosa de las cavernas. Susurró en mi oído una palabra harto confusa para después cerrar sus labios en una mueca irónica, la cual me hizo comprender sus intenciones. Jamás estuve seguro de qué palabra me había dirigido aunque creí entender "supreme".

Pronto vislumbré a la banda de jazz situada sobre el estrado. Contrabajista, pianista, trompetista, saxofonista y batería hacían discurrir ritmos y melodías inverosímiles a nuestros oídos, hechizándonos esa noche con temas de Miles Davis. Desgranaron algunos de sus clásicos y más de un joven saltó de la silla para aplaudir enrabietado los virtuosísticos solos de los músicos. Es cierto que la banda no llegaba al nivel de la del gran trompetista norteamericano, pero colmó mis expectativas al conseguir olvidarme por unas horas de mi reciente divorcio.

Seguí coqueteando con aquella hermosa mujer de tez morena, mientras ella vaciaba otro vaso de gin tonic y a mí se me empezaba a subir el whisky a la cabeza. No me preocupaba, pues el alcohol siempre me ayuda a desenvolverme mejor con las hembras. Salimos pronto del bar rumbo a mi hogar. Nueva Orleans era a esas horas una ciudad tranquila. Poca gente transitaba las calles y sólo algún taxi interrumpía el silencio de aquella noche veraniega. Llegamos a mi casa, subimos las escaleras hasta la puerta del apartamento y disfrutamos de una velada inolvidable.

Desperté solo. La luz del sol golpeaba duramente mi cara y en el tocadiscos sonaba uno de esos clásicos del jazz que siempre le levantan a uno la moral. Salí desnudo de entre las sábannas rumbo al salón y la encontré vestida únicamente por su sonrisa. Tal vez fue una de esas paradojas del destino, pero la música de John Coltrane, la música que había escuchado desde niño me hizo hallar un nuevo amor. Un amor supremo. A love supreme.

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