miércoles, 22 de julio de 2009

Mirada que mata


Cogió un alfiler, lo acercó a su pupila y notó como poco a poco penetraba en su globo ocular. No sentía prácticamente ningún dolor, pero percibió un suave rumor de sangre ocupando su córnea, su iris, su mirada.

A continuación apróximo el alfiler a su otro ojo y pensó por un momento no llevar a cabo tal atentado contra sí mismo. Sin embargo, recordó una vez más los motivos por los que no quería volver a ver la miseria del ser humano. Era incapaz de soportar una carga tan grande sobre sus hombros, a pesar de ser un simple ciudadano. Así pues, pinchó su pupila con el alfiler, rogando a Dios que la luz se apagara por siempre con la mayor brevedad.

Sus súplicas no fueron escuchadas y le llevó varios días perder la vista por completo. En ese instante, cuando la oscuridad se adueñó de su vida, comprendió que su mente era más fuerte que su mirada y que sus ojos. Entendió que esas imágenes que le habían causado tanto dolor iban a quedar por siempre en su memoria y a atormentarle durante toda su vida. Comenzaron a desfilar ante él, incesantes, todos los desastres que había contemplado desde que nació; los cuerpos esqueléticos, cadáveres abandonados en guerrillas lejanas, mujeres que lloraban la pérdida forzada de su virginidad, niños que buscaban alimento en escombreras. Tantos recuerdos y a tanta velocidad...

Decidió acercarse a un puente no muy lejano a su pequeño apartamento, levantó sus ojos desposeídos de luz hacia el horizonte y se arrojó al vacío.

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