jueves, 31 de diciembre de 2009

Cielo de Invierno

Las noches de la estación más fría están presididas por un majestuoso cazador llamado Orión. Se trata de mi constelación preferida, pues además de ser una de las más fácilmente reconocibles, alberga entre sus astros una de las nebulosas más hermosas de observar incluso con unos simples prismáticos. Se trata de la M-42 o, simplemente, nebulosa de Orión, en cuyo interior nacen constantemente nuevas estrellas a ritmo infernal. Además, posee una gigante roja llamada Betelgeuse, situada en su vértice superior derecho y ya va camino de convertirse en una supernova, aunque no creo que nosotros podamos disfrutar de semejante espectáculo, pues estos procesos son arduos y lentos debido a la gran cantidad de helio que todavía le queda por consumir antes de explotar definitivamente. Además, este cazador persigue junto a sus dos canes (mayor y menor) a una liebre ya incapaz de aguantar la carrera.

Sin embargo, en algunas cartas celestes pertenecientes al período antiguo, Orión aparece armado de un mazo, defendiéndose de las embestidas de Tauro, constelación perteneciente al círculo zodiacal. En Tauro se halla la decimotercera estrella más brillante de nuestro cielo, cuyo hermoso nombre, Aldebarán, hace referencia a su característica de seguir a las Pléyades, un cúmulo formado por unas quinientas estrellas de las cuales sólo son visibles a simple vista seis o, como mucho, siete. Ellas son las siete hijas del titán Atlas y de la ninfa marina Pléyone. La mayor de ellas, Maya, engendró al dios Hermes a partir de una relación con Zeus.

Otra de las atracciones del cielo de invierno es la constelación formada por Cástor y Póllux. Ellos son los gemelos, es decir, Géminis. Uno de ellos, Cástor, era mortal, pues fue engendrado a partir del rey espartano Tíndaro en el vientre de su esposa Leda. Por otra parte, Póllux era inmortal, ya que fue engendrado por Zeus también en el vientre de Leda. Los dos gemelos participaron en diversas hazañas, formando parte de los argonautas junto a Jasón, cuando partió en busca del vellocino de oro. Hoy, Cástor y Póllux son las dos principales estrellas de esta constelación, pudiendo observarse junto a Orión durante todo el invierno.

Es posible contemplar en estas gélidas fechas, otra constelación casi tan majestuosa como las anteriores. Se trata del Auriga, nombre con el que se conocía a los cocheros en tiempos romanos, tanto para los esclavos que transportaban en bigas y cuádrigas a sus amos, como a los corredores de las carreras circenses. Estoy seguro de que todos habéis visto esa magnífica pugna cinematográfica entre Judá Ben-Hur y Mesala en el Circo Máximo de Roma, pues se trata de la escena más cara de la historia del cine y tal vez la más célebre. Sin embargo, este auriga poco tiene que ver con ellos y hay varias leyendas en torno a su figura. Hay quien dice que se trata de Mirtilo, otros apuestan por Erictonio... Os invito a que leáis las distintas leyendas y os quedéis con vuestra favorita. Para mí, sin duda la más hermosa es la protagonizada por Mirtilo, cochero de Enómao, rey de Olimpia. Hipodamía, hija de Enómao, poseía gran belleza y muchos hombres la pretendían. Sin embargo, Enómao no estaba dispuesto a entregar a su hija a cualquiera y todos aquellos que la deseaban eran retados por el rey a una carrera de carros en la que siempre perdían. El precio de la derrota era la muerte. Pélope, un joven hijo del rey anatolio Tántalo, consiguió que Hipodamía se enamorase desesperadamente de él y para que Pélope sobreviviera a la carrera con su padre, sobornó a Mirtilo prometiéndole la mitad del reino y la primera noche en la cama con la princesa. Así, Mirtilo cambió la punta de bronce de las ruedas por otras de madera. Al día siguiente, mientras el esclavo conducía el carro y Enómao se disponía a matar a Pélope en cuanto le dieran alcance, las ruedas se rompieron muriendo el rey en el accidente. Mirtilo sobrevivió e intentó violar a Hipodamía cuando comprobó que la recompensa prometida era falsa, así que Pélope lo arrojó al mar al tiempo que Mirtilo maldecía a toda su especie. Esta maldición salpicó a toda su familia así como a sus descendientes. Incluso golpeó a algunos tan célebres y lejanos como Agamenón y Menelao.

Como veis, el cielo de invierno ofrece grandes maravillas ante nuestros ojos. Si sois capaces de aguantar el frío, disfrutaréis de un espectáculo que se repite todos años, pero no por ello deja de ser magnífico. Os animo a dejar vuestras ajetreadas vidas de ciudad por unos momentos para adentraros en la magia infinita del universo.

Feliz año a todos

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