domingo, 6 de diciembre de 2009

La música

Se apagan las luces y un rumor expectante se empieza a expandir entre el público. Nosotros nos encontramos al otro lado del telón, donde los músicos se preparan para salir a escena y ofrecer lo mejor de sí mismos. Vamos saliendo uno a uno mientras A golpea con fuerza el daiko a un tempo lento. Ya hemos tomado nuestras posiciones y el unísono que producimos al percutir los parches de nuestros tambores ensordece al público, haciéndole prestar una total atención a nuestros patrones rítmicos. Nos miramos entre nosotros y todos observamos las indicaciones del director, cuyos movimientos nos permiten conservar en todo momento la tensión que debemos transmitir a los espectadores.

Poco a poco va creciendo la intensidad, se aproxima el punto álgido del número y el público espera expectante la siguiente obra. A los músicos el concierto se nos pasa volando, perdiendo la noción del tiempo, pues no somos capaces de determinar la duración del espectáculo. Somos pequeñas marionetas del destino manipuladas por unas manos sobrenaturales. Olvidamos que hay alguien más allá del estrado, nos sentimos como la única fuerza existente en el universo.

Entonces somos capaces de sentir el poder absoluto de la Música.

Ella es nuestra fuerza.

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